“Ya fue, yo bailo”: de dónde vienen y adónde van los nuevos bailarines
Un mundo de sensaciones estalla en el hall del teatro con las funciones del Taller de Danza Contemporánea del San Martín
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La historia breve de uno, más la del otro y también la de ella y la de aquel. Cada uno de los alumnos del último año del Taller de Danza Contemporánea del San Martín, ese grupo que está a un paso de egresar de la formación e ingresar a la vida profesional del bailarín –si es que existe una puerta de salida y otra de entrada–, tiene algo para decir sobre sus orígenes, y acude a un micrófono. Como pueden usan las palabras para contar de dónde provienen –¡hay que ver qué cosmopolita y federal es ese mapa!– y luego, con el movimiento, terminan de dejar en claro quiénes son y qué les pasa. “Ya fue, yo bailo”. Entonces se encuentran, se separan, se visten y desvisten, se relacionan y expresan. Construyen con su aporte individual una narración en conjunto, generacional, hiperkinética. Hacen El mundo, 18 bailarines, un show, espectáculo desprejuiciado, a la vista de todos, que presenta sus últimas dos funciones este sábado y domingo, a las 18, en el Hall Alfredo Alcón del teatro (Corrientes 1530).
Convocado para dirigir la nave de esta nueva aventura con un grupo de tripulantes sub25, Federico Fontán trabajó esta obra en territorios que le son muy propios. Por un lado, regresó al ámbito donde él mismo se formó: el taller que funciona desde 1977 y desde hace más de tres décadas dirige Norma Binaghi, con la flamante incorporación en la codirección de Damián Malvacio. Nada casual. Este año el ciclo de formación comenzó otra dinámica: invita a coreógrafos a crear un repertorio propio para que los estudiantes de tercer año transiten el aprendizaje de ser intérpretes. Por otro, Fontán vuelve a acudir al crisol de emociones que emana del material biográfico empleado como input de una creación, experiencia que con diferentes tonos atravesó recientemente en la emotiva Hoy bailamos para siempre y también en Vivir vende, con la dirección de Mayra Bonard.
Así, historia y coreografía componen El mundo... como una trama sensible, muy bien apoyada en otra trama, la musical. El cómplice necesario en este caso se llama Jiva Velázquez –magnífico solista del Ballet Estable del Teatro Colón– que aquí genera, mezcla, reversiona y distorsiona pop con electrónica, tango con clásica, para componer una banda de sonido que oficia de catalizador para que todos y cada uno “estalle”.
No hay sesgo melancólico en el revival genealógico de estos jóvenes; exponen sus orígenes frente a todos como si se tratara de la información que traen en su ADN, como la semilla de lo que finalmente muestran, el árbol que hasta el momento ellos mismos hicieron crecer. No evocan a sus ancestros, los sacan a bailar como fantasmas entre ellos.
Desde diferentes puntos de vista, Fontán es cercano a los intérpretes –a quienes ve como bailarines más que como alumnos–. En sus clases y en su búsqueda ha demostrado ya que todos bailamos, que la danza, el movimiento nos atraviesa a todos. “Me concentré en ver en cada uno su impronta, tuvieran más o menos técnica”, dice.
Aunque ha hecho un recorrido interesante desde aquella Bienal de Arte Joven que ofició de trampolín, en 2014, sigue vigente la tentación de verlo aquí como un “nuevo coreógrafo”, frente a “nuevos bailarines”. A él le gusta lo de nuevo. “Siempre que hago una obra soy nuevo, porque la creación siempre es un misterio –piensa–. En ese diálogo entre lo que me dan los bailarines y lo que yo le doy a ellos, se va a armando un espacio que nadie conoce. Cada vez estoy dejando más atrás la idea del director como un guía que sabe qué hacer. Creo que se trata más de unir sensibilidades, conectarse íntima y humanamente. En ese sentido voy a intentar ser toda mi vida un coreógrafo nuevo”.
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