Una Navidad con la joven guardia del Ballet del Teatro Colón
Once funciones y cuatro repartos quiere decir ocho protagonistas para un mismo Cascanueces, el que creó el genio de Rudolf Nureyev, tan lejano de las actuales alegorías a lo Disney. La cuenta significa mucho más que una operación de aritmética sencilla. A priori, es un buen motivo para anticipar el brindis de fin de año en el Ballet Estable del Teatro Colón . Aunque como siempre algo queda dando vueltas entre las burbujas de la copa, el balance para este grupo de bailarines que expresa hoy la nueva guardia de una compañía histórica es positivo. Las entradas para verlos se vendieron como en un Lollapalooza de la danza, sin saber quién sería quién. Por eso también vale la pena identificar a los que aquí están haciendo experiencia, con un repertorio que desafía y entrega oportunidades, en algunos casos, impensadas para tanta juventud.
No es exactamente la situación de Juan Pablo Ledo, de 37 recién cumplidos, experimentada primera figura del teatro a la que de ahora en más habrá que llamar "doctor". La semana pasada obtuvo su título de abogado, estudios que siguió sin perder relevancia en su carrera de bailarín, después de aprobar ¡nueve materias en un año! Pero no es por eso que Ledo es la excepción en estos camarines, sino porque ya ha pasado varios diciembres interpretando el clásico navideño y entonces, superado el shock de las variables técnicas –que en esta coreografía son muchas y complejas–, alcanzó la idealizada instancia del disfrute.
Para el resto de la troupe la ocasión es muy especial. Empezando por Camila Bocca, diecisiete años más joven que Ledo, con quien baila en las funciones del 19, 22, 26 y 30. Desde su debut en un protagónico el año pasado con La bella durmiente, ella es una apuesta fuerte en la formación de nuevas estrellas que está haciendo Paloma Herrera . Bocca –que nada que ver con Julio– hará este rol en el Colón tras un breve fogueo el mes pasado con un pas de deux de la misma obra en el Festival de La Habana. "Me siento muy cómoda. Clara es una niña, tengo ventaja por mi edad", dice a los 20.
No hubo título esta temporada que no pusiera a Macarena Giménez en el frente. "Sin descanso entre obra y obra, hice comedia y drama, un poco de todo, y eso nutre y ayuda para crecer". Sentado a su izquierda, Maximiliano Iglesias, agrega: "Fue nuestra primera temporada como primeros", y se refiere a la categoría de bailarines "principales" que obtuvieron. Pareja sobre y debajo del escenario, juntos hicieron por primera vez El cascanueces el año pasado, cuando el Colón recuperó para su repertorio la joya de Nureyev, en las dos ocasiones de la mano de la maestra francesa Aleth Francillon. Entonces, los dos se reacomodaban en una nueva realidad tras el nacimiento de su pequeña hija, Emma, que ya va por el año y medio y hasta sale de gira con ellos. "Cuando bailamos juntos está bueno porque no es un ensayo que termina a las cinco de la tarde; es un trabajo de veinticuatro horas", valoran, antes de las funciones de los días 18, 21, 23 y 28. "En escena, siempre mis compañeros me han cuidado, pero con él sé que salgo y solo disfruto; lo miro y la historia pasa, y eso es un cincuenta por ciento del asunto".
El otro cincuenta por ciento –sin tanto romance, cualquiera diría que es mucho más que la mitad– es la técnica y ese non stop que no se llega a ver por completo desde la butaca. Porque el color y la magia que transmite esta pieza y que encanta literalmente a chicos y grandes, tiene en el backstage un ritmo frenético. "Desde el minuto cero das todo. Nos toca salir con zapatos, rengueando, con un parche en el ojo, sombrero y peluca… y a los dos minutos estamos en malla blanca, solos, con el escenario pelado. Los cambios detrás de escena son estresantes y cuando empezás a bailar hay dos pasos por nota musical". Así transmiten un poco entre todos lo que se vive en dos horas y media de desafío físico, de resistencia, y muy complejo también en lo psicológico. Al fin y al cabo, ese es el perfil diferencial de la versión que legó Rudi, una de las figuras más grande de este arte en el siglo XX.
La primera vez nunca es una más
Ayelén Sánchez y Gerardo Wyss están exhaustos. Fueron ellos quienes tuvieron que ensayar la obra completa justo antes de reunirse alrededor del árbol, para sacarse las fotos de esta nota y pensar, en voz alta, lo que les da esta oportunidad que tendrán el sábado 29. Después de hacer una destacada temporada en la compañía oficial de México, él volvió hace unos meses al Colón y, aunque a los 32 recoge bastante experiencia, esta es su primera vez con El cascanueces. "Es muy complicado –observa, sin contar que en lo personal ser zurdo le enmaraña más la cuestión–. Se nota todo el tiempo en la coreografía cómo Nureyev trata de poner al hombre en el mismo nivel que la mujer, cuando generalmente en obras así está siempre más en el lugar de partenaire. En esta versión estás bailando a la par todo el tiempo, hay un pas de deux extra y es un desafío grande desde todo punto de vista".
"¡Llegar a disfrutarlo es el desafío!", exclama Facundo Luqui, y la risa general es un gesto de adhesión. Luqui arrancó 2018 con un revés emocional y físico, pero se recuperó a la vista de todos con una sobresaliente actuación como Benvolio en Romeo y Julieta y, ahora, a los 21, se prepara para el primer protagónico de su carrera (20 y 27 de este mes). "Es cuando más a full tenés que estar, con un rol que te deja muy expuesto todo el tiempo. Hay que superarlo". Emilia Peredo Aguirre, que hizo su debut en un rol central este año con otro cuento infantil, Coppelia, escucha y le agrega "doble línea de subrayado" a las dificultades que señala su compañero.
Pero cada cosa en su lugar. Nadie se queja aquí del año intenso transcurrido, todo lo contrario: hay que tomarlo por las astas (y a propósito de toros, la mayoría ya paladea El Quijote que harán el próximo abril nada menos que a las órdenes de Vladimir Vasiliev). De repente, les parece que El corsario con el que abrió esta temporada pasó en los tiempos del pirata Conrad. "Bueno, eso quiere decir que hubo más funciones, que estuvimos muy ocupados, nos toque o no hacer los roles", evalúa Sánchez. "Hace un par de años nos habían puesto 22 funciones nada más –recuerda Giménez–. Hemos llegado a un momento de quiebre". Y su marido evoca ese fin de año con carteles en la calle pidiendo más y mejores condiciones artísticas.
Giménez: –"Con cada gestión buscamos nuestra identidad, porque cada director tiene una visión distinta. Nos vamos adaptando y reinventando".
Iglesias: –Eso es lo complicado de tanta inestabilidad en las direcciones. Vos ves el American Ballet, por ejemplo, y hace 25 años que está el mismo director y, te guste o no, sabés a lo que te enfrentás para seguir avanzando.
Wyss: –Es positivo y negativo a la vez. Este teatro tiene muchos años y hay una línea, y cualquier director debería adaptarse a esa línea de teatro, en vez de intentar hacer de esto el Royal Ballet, el ABT o el Stuttgart. Pero al mismo tiempo, cambiar seguido hace que bailemos un poco de todo. Es decir, en el fondo nos beneficia, nos da una amplia gama de repertorio, ¿no?
Mañana, cuando se corra el telón de esta fantasía navideña, además del gran árbol, un padrino que es mago y príncipe, la lucha de los ratoncitos, la nieve y cúmulo de miedos infantiles alimentados por unos siniestros cabezudos aparecerán las respuestas a esta y otras preguntas. Ojalá sea para comprobar que, como el año pasado, Cascanueces como éste hacen crecer a todos.
PARA AGENDAR
- El Cascanueces, de Nureyev-Chaikovski, por el Ballet Estable del Colón. Con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires a cargo de Luis Gorelik y el Coro de Niños del teatro, dirigido por César Bustamante.
- Estreno, martes 18, a las 20, en el Teatro Colón, Libertad 621; funciones hasta el 30 de diciembre, de miércoles a sábados, a las 20, y domingos, a las 17.
- Streaming. La función del viernes 21, a las 20, se transmitirá en directo desde la sala en la página web del teatro.
Regalos de Navidad que no se envuelven
El Cascanueceses, literalmente, un regalo: un muñeco que el padrino Drosselmeyer le pone a Clara, la protagonista de este cuento hecho ballet, en el árbol para la Nochebuena.
Con un confeso desapego por lo material, en la cabeza de estos ocho bailarines los regalos de Navidad cobran forma de recuerdos o de pedidos intangibles. Deseos, como "viajar a Alaska para ver la Aurora Boreal", para Emilia Peredo Aguirre, o logros, como fue para Juan Pablo Ledo hacerse de su título de abogado en la UBA, reemplazan la idea de los paquetes brillantes con moños multicolores.
"Recuerdo una vez de chiquito cuando me regalaron un piano –dice Facundo Luqui–. Lo mejor que podía recibir ahora es este rol en el Teatro Colón, habiendo empezado el año de una manera tan triste como fue la pérdida de mi gran maestro, Philip Beamish, a quien tengo muy presente todos los días.
"En Santa Fe, donde nació Camila Bocca, una vez su abuela le llevó para diciembre un arbolito que canta, baila y mueve los ojos. "Casi no recuerdo cuándo me lo regalaron, pero sigue en el negocio de mi mamá y lo que me resulta muy gracioso es que todos los años lo encienden y sigue funcionando. ¡Es increíble! Yo no soy de pedir regalos, pero si pudiera pedir algo, este año, sería que todas las mujeres lleguen sanas a sus casas y puedan disfrutar de su familia y amigos, sin miedo a no volver". Nada más sintonizado con nuestros días.
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