"Una compañía es un planeta"
Nicolás Berrueta e Irupé Sarmiento aportan frescura al Ballet Contemporáneo
Dos Carlos -Trunsky y Casella-, reconocidos coreógrafos de la escena local, ambos, más el histórico Mauricio Wainrot, hacen sus apuestas para el primer programa de danza, el que abrirá una temporada festiva para el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Así, las obras Amargo ceniza , Playback y Movimiento perpetuo -en ese orden- mantendrán en escena, a partir de mañana y durante un mes, a la compañía que cumple los 30: la edad de la madurez.
De aquellos años mozos, los primeros, da cuenta Wainrot, director del cuerpo estable y bailarín del elenco fundacional; de las vivencias más inmediatas, los nuevos talentos, que al ritmo de la renovación interna del Ballet acceden a ese lugar preciado para ser profesional de la danza -vivir, bailar y vivir de bailar-, sin trastabillar en el intento.
Irupé Sarmiento forma en la fila de los recién llegados, aunque no haya llegado recién-recién. Pero entre junio de 2003, cuando debutó con Bésame , de Ana María Stekelman, y hoy, su actuación más sobresaliente está datada hace apenas tres meses, en el último Festival Buenos Aires Danza Contemporánea. Allí, en el escenario al aire libre que se montó junto al Planetario, la salteña brilló con su primer protagónico en 4 Janis para Joplin , y muy probablemente su desempeño en dos de las tres piezas de este programa confirme sus dones.
La última actualización del grupo -y esta vez no hay dobleces- es Nicolás Berrueta. Con 24 años y un tardío interés por la danza descubierto hace apenas seis por la vía folklórica, el chico de San Fernando obtuvo una llave simbólica para entrar en la compañía del San Martín a mediados del año pasado, mientras montaban La tempestad . Entonces, Wainrot necesitaba varones, observó a los alumnos del Taller de Danza Contemporánea de la casa -a cargo de Norma Binaghi- y contrató temporariamente a quien, con el comienzo de 2007, desembarcaría de manera permanente.
Renovadores
Irupé y Nicolás tienen los ojos brillantes, de risa, de emoción, de felicidad. Y hablan con frescura. Se interrumpen. Suenan entusiasmados. Ella cuenta que cuando a los 15 años se mudó, sola y a Buenos Aires, no sabía siquiera de la existencia de una danza llamada contemporánea. "Es más, llegué a la primera clase del taller con medias rosadas, una enteriza negra y rodete con florcitas. Creo que todavía se están riendo de mí." Los dos coinciden en que, de estudiantes, veían a los bailarines de la compañía y deseaban ser como ellos. "Uno idealizó y quiso tanto este lugar que ahora que somos parte no queremos más que vivirlo -remata él-. Una compañía es un planeta y en ésta hay mucha variedad de materiales, de movimientos y la energía se renueva todo el tiempo."
El ingreso al ballet implica salir a escena. En definitiva, eso es lo que todos quieren. Y un programa de estrenos se convierte, de entre todas, en la mejor opción. "Porque le estás dando vida a un personaje que nunca antes existió", sigue Nicolás. Entonces, la expectativa de estos dos compañeros de aventuras se potencia de cara a las funciones de este mes en la intimidad del Alvear, "una sala familiar, donde uno se siente bailando con el público", aprecia Irupé, que tiene un papel en la obra de cada Carlos.
En el juego de opuestos creado por Trunsky ("un coreógrafo que te va puliendo hasta en detalles mínimos"), ella interpreta a un personaje despojado, que flota en el aire y le hace olvidar el pudor que todavía le causa bailar con el torso desnudo. "Soy un espíritu, un vapor en el aire que aparece después de la muerte de uno de los seis varones de esta pieza llena de contraposiciones, entre la comedia y el drama, lo masculino y lo sumamente femenino", cuenta.
En cambio, en el Playback de Casella -el señor Descueve es docente de los chicos-, la pelirroja es una entre cinco mujeres y otros tantos hombres que pueblan una sala de ensayo de una orquesta abandonada. "Estas personas se van encontrando y suceden cosas entre ellas -toma la posta Nicolás, también intérprete de esta pieza bisagra, con media hora de duración-. Creo que las tres obras del programa tienen lenguajes muy diferentes, y ésta, por ejemplo, representa la situación más natural: podría darse en una calle."
Es cierto. La docilidad es una herramienta indispensable para los bailarines del Ballet Contemporáneo. Después de jugar a la teatralidad con Trunsky y Casella, es el turno de Wainrot y una puesta de las suyas, supertécnica aun con su germen lúdico, festivo, de un dinamismo desafiante. "Además de la constancia, la permanencia, la garantía de trabajar y bailar todo el año, acá uno no puede acostumbrarse a una mano. Los coreógrafos pasan y nuestros cuerpos se vuelven permeables a nuevas ideas -observa Irupé, y da pie a la metáfora de su compañero-. Al final sentís que estás como hecho de algodones: ellos sacan de vos, así, como en motas, cosas que ni siquiera imaginabas que tenías adentro."
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