Un Quijote de leyenda, con la mano, el paso y el pincel de Vasiliev
Don Quijote. Coreografía: Vladimir Vasiliev. Música: Ludwig Minkus. Dirección musical de Carlos Vieu con la Orquesta Filarmónica de Buenos Aires. Diseño de Escenografía: Enrique Bordolini. Diseño de Vestuario: Eduardo Caldirola. Diseño de Iluminación: Rubén Conde. Por el Ballet Estable del Teatro Colón , con dirección de Paloma Herrera . Funciones hasta el 14 de abril: hoy, a las 20.30, y el domingo, a las 17, con los bailarines invitados Isaac Hernández (English National Ballet) y Margarita Shrayner (Bolshoi).
Nuestra opinión: Muy buena
Desde que Marius Petipa creó la coreografía de Don Quijote pasaron 150 años e incalculables versiones. Cuando ya se han visto varias podría perderse la curiosidad, sin embargo es interesante ver qué aporte puede hacer una nueva interpretación de aquellos pasos de 1869.
El Ballet Estable del Teatro Colón está estrenando la versión de Vladimir Vasiliev, el inolvidable bailarín ruso que disfruta el reencuentro con el apasionado público porteño. La coreografía de Petipa se encuentra intacta en el grand pas final, con su destreza y pirotecnia. Y también conserva el "Baile de la gitana", que es una creación de Kasyan Goleizovsky. Todo lo demás es puro Vasiliev: la versión coreográfica, la concepción del argumento y las proyecciones de sus pinturas. Y se nota. Es una mirada muy particular, llena de detalles que aportan sentido a los pasos y a los personajes (y que adolece de otros sin sentido).
Entre los aportes se encuentra un entramado diferente de personajes que hace que Basilio sea el barbero de Don Quijote. De modo que se justifica que el ingenioso hidalgo de La Mancha convierta esa curiosa palangana metálica en su sombrero característico. Y que en el prólogo Cupido fleche al Quijote frente a Kitri y eso active la fantasía de Dulcinea fuera del sueño con dríades. Otra diferencia importante es que Mercedes es una bailarina callejera y no una mujer de la calle como en otras versiones; aquí tiene un rol mucho más central. De modo que Paula Cassano pudo desarrollar una Mercedes elegante y madura, que contrasta con la picardía adolescente de la Kitri de Camila Bocca.
Con un único intervalo que llega cuando ya ha avanzando más de una hora de baile, el ritmo es vertiginoso, incluso a nivel musical: el ballet en su conjunto pone a prueba su oído (hay palmas y panderetas sonando todo el tiempo). Los cambios de escenografía suceden tras el desarrollo de alguna escena en el proscenio con una teleta también ilustrada por Vasiliev.
El tono de comedia de enredos, con mucha pantomima, trae, a la vez, más baile en roles que otras versiones tienen por figurantes. En este sentido, Julián Galván disfrutó de las rabietas de su Camacho y Roberto Zarza (Sancho Panza) corrió con una ristra de chorizos y jugó al gallito ciego en un baile dionisíaco.
Pero la de Vasiliev es, también, una versión muy exigente a nivel técnico. Algunas danzas grupales que suelen bailarse con zapatos aquí llevan puntas. Con este estreno, a Jiva Velázquez le llega su primer y merecido protagónico, luego de desatacarse en roles solistas. Compuso un Basilio con gracia y liviandad, salió airoso de los nervios del estreno y una falla de vestuario, y el público lo acompañó con calidez.
Hay que señalar que es confusa en la historia la obra de máscaras que Vasiliev incorpora a la escena en la aldea gitana (máscaras que lucen ajenas a la cultura calé). Tal vez por el embrujo permanente de Cupido presente en tres de las cinco escenas, el límite entre fantasía y realidad se vuelve difuso. Además, en el acto blanco de las Dríadas, los ocho adorables cupidos encarnados por alumnas de Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, se roban la atención durante las variaciones del último acto.
Aquí, Espada gana presencia. La dupla principal comparte espacio y aventuras con la pareja del Torero y su amante. Huyen juntos, hacen teatro juntos, beben y bailan casi a la par. De modo que el torero, cuando llega a la aldea gitana, baila un solo. Y otro más en la taberna. Incluso zapatea. Por eso Alejo Cano no pudo brillar como un torero que llega con hidalguía y se va. Pero encaró su inesperado coprotagónico con estoicismo y solvencia.
Vasiliev disfrutó de la función desde la platea, que solamente abandonó para subir a recibir los aplausos en el final. Este montaje de su Quijote en el Colón le vendrá incorporado al recuerdo afectuoso a una ciudad que lo ha nombrado Ciudadano Honorario. Y el público se acordará de esta versión como una muy diferente de aquella de Prebil que atesora el repertorio del Colón. Que la curiosidad nunca se agote.
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