Un joven que brilla de la cabeza a los pies
El bailarín se destaca en la troupe del San Martín
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La foto del final es una sola: el Ballet Contemporáneo, sobre el escenario de la sala Martín Coronado, ofrece un saludo danzado. De todos sus integrantes, una figura se recorta. De tan rubio -rubísimo- es imposible no seguir los pasos de Lucio Rodríguez Vidal. Y más allá de su inequívoca fisonomía, resulta imposible porque en Las ocho estaciones, que acaban de pasar, fue una delicia verlo bailar.
En verdad, este joven lleva varios años dando pistas de su sensibilidad, su ductilidad, su crecimiento como intérprete. En un repaso rápido, vienen a la memoria sus participaciones en La tempestad (2006), de Mauricio Wainrot, en Amargo c eniza (2007), de Carlos Trunsky, y en la última gala por el Día de la Danza en el Teatro Alvear. En esta última ocasión, ofreció un adelanto de lo que sería la apertura de la presente temporada del San Martín con Desde lejos , programa que finalmente no pudo interpretar porque una hepatitis B lo dejó afuera. El, que nunca se enferma, que nunca se lesiona, que además de bailar iba a cantar una versión de "Baby One More Time"en la obra de Gustavo Lesgart, estuvo casi dos meses quieto en su casa en Parque Patricios. "Se me cayó todo y lo peor es que me sentía bien. Si ni si quiera estuve amarillo", se lamenta el chico blondo.
Lo cierto es que después de una experiencia en la nueva Compañía de Danza de San Pablo, este año Rodríguez Vidal regresó a las filas de la compañía porteña y oficial. Y con un puñado de intérpretes, marca la diferencia en este ensamble que en los últimos dos años cambió su composición. Justamente, Lucio había dejado el Ballet Contemporáneo en un momento de crisis, pero la experiencia brasileña en la que se refugió no lo satisfizo. "La compañía de San Pablo empezaba de cero -observa después de pasar 2008 en aquella ciudad rica y bulliciosa a la que no pudo adaptarse-. Soy muy ansioso; no quise esperar a que tomara forma. Tuve la suerte de que Mauricio me llamara para ver si iba a volver. Con él [Wainrot] siempre fui claro; sabía que me iba por la situación y no porque no quisiera bailar más acá, que es un teatro increíble. Es una pena que a veces las cosas no funcionen como tendrían que funcionar, porque yo pude vivir un poco del momento viejo, cuando había cuatro programas al año, las funciones estaban llenas y venían coreógrafos del exterior", comenta.
A sus 25 años, no es tan lejano el comienzo de la historia profesional de este bailarín. No obstante, cierta madurez pareciera corresponder a la de un artista con más camino andado. Había cumplido los 17 años cuando ingresó en la escuela de Julio Bocca para ver cuál de los aspectos de la comedia musical era su métier . La respuesta, a estas alturas, es evidente, pero la inquietud sobre algo más se asoma, atractiva. "A veces cuando estoy en el escenario siento que podría hacer más cosas, pero no es egocentrismo, sino que estoy bailando y pienso que por ahí también podría estar diciendo algo o cantando."
El dibujo del movimiento
De alguna manera, Rodríguez Vidal trae al día cuánto le costó aprender danza clásica. "Después me di cuenta de que era la única información que me iba a servir para hacer lo que yo quiero, y me empezó a gustar más y más. Sentía que me hacía crecer y que me limpiaba, me exteriorizaba desde otro lugar. Siempre tengo un ojo por fuera de mí y empecé a focalizarme en cuestiones de líneas, en la pulcritud del movimiento. Ahora sé por dónde me gusta verme y por dónde no. Me gusta que se vea el dibujo del movimiento, como la tridimensionalidad. No me gustan los excesos de energía, ni las formas explosivas ni los desbordes", define. Esa elección pudo hacerla después de un viaje que en 2005 le cambió la cabeza. Acababa de renunciar al Ballet Argentino -donde hizo un año de trabajo profesional por fuera del San Martín- y se fue a Europa "a conocer algunas de las mejores compañías del mundo". Se quedó muy sorprendido con la troupe de William Forsythe.
Lucio cuenta que le encanta llegar cada día a la sala de ensayo y que no haya nadie. Cuando lo dice, la satisfacción en su voz se vuelve palpable. Pero ahora mismo está terminando su jornada en el San Martín y se irá a una clase de canto o de Pilates o al salón del Teatro de la Ribera, donde investiga un lenguaje de movimiento propio. En el terreno de la expectativa, sitúa lo que vendrá en noviembre: "Va a ser un programa muy interesante, porque son Oscar Araiz y Mauricio Wainrot: dos potencias".
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