Un cuento de ballet de dos hermanos que vuelan alto
Artistas sin par, los puntanos crecieron juntos, paso a paso: hoy él atraviesa su mejor año como primera figura del ABT, mientras que ella se destaca en el Boston Ballet
Hace diez años, los hermanos Cornejo bailaban un tango para Carlos Menem y su par norteamericano, Bill Clinton, en la semana de la cultura argentina en el teatro Metropolitan de Nueva York. Claro que, en verdad, Erica y Herman Cornejo no habían viajado a la Gran Manzana ni como embajadores ni como bufones de una gira presidencial, sino para probar suerte y comprobar si (una vez más) Julio Bocca tenía razón con su presagio y, después de verlos, el American Ballet Theater no querría dejarlos partir. La compañía de Bocca, el Ballet Argentino, ya les había dado los primeros fogoneos profesionales -e internacionales- a este par de talentosos jovencitos puntanos. Y la misma gran estrella argentina de la danza había sido quien, un año antes, impulsara a Herman a viajar a Moscú con sus escasos 16 años para concursar por la cotizada medalla de oro, que obtuvo por segunda vez un argentino (la otra la había ganado Julio, doce años antes) para admiración del mundo entero.
En esta década que transcurrió desde que se embarcaron en Ezeiza hasta hoy, los Cornejo superaron muchísimas instancias: firmaron importantes contratos renovables con la prestigiosa compañía estadounidense, se deshicieron del diccionario inglés que les soplaba frases hechas hasta que aprendieron ese idioma, conocieron buena parte del planisferio, ascendieron de categoría, crecieron, se lesionaron, se enamoraron, se casaron y se separaron. No, de sus cónyuges, no; después de compartir los días y las noches de toda su vida, sobre y debajo del escenario, los que se separaron fueron ellos. Actualmente, Herman transita el que será, muy probablemente, el año más relevante de su carrera como principal del ABT. Y Erica, que dejó su puesto de solista en aquella compañía, reside ahora a cuatro horas de auto de su hermano, con su marido, el bailarín Carlos Molina, y se destaca como primera figura del Boston Ballet. "Todo lo que hicimos fue siempre juntos. No ver a Herman cada mañana me costó un montón; por eso, nos hablamos por teléfono las 24 horas", revela ella, en su reciente paso exprés por Buenos Aires, y entonces los ojos se le ponen vidriosos.
Por supuesto: en la historia de los Cornejo -una llena de mudanzas y cambios, de desafíos y logros, de princesas y seres alados-, más allá del lazo sanguíneo, hay un vínculo estrecho y férreo, anterior a la fama.
De Mercedes al mundo
Casi no tienen recuerdos de la infancia en San Luis. Gracias si Herman, dos años y diez meses menor que su hermana, caminaba cuando ésta, una familia tipo, se vino a vivir a Buenos Aires. Primero hicieron pie en José C. Paz, donde Erica empezó a tomar clases y luego, en Capital, para estar más cerca del Colón que sería su segundo hogar. Pero antes de ingresar al Instituto Superior de Arte, los chicos tendrían que prepararse. Así es como la niña, con evidentes condiciones, comenzó a tomar clases en el estudio de Mercedes Serrano y Wasil Tupin. "Nunca nos hubiéramos imaginado que mi hermano iba a bailar, porque era lo más tímido del planeta -dice Erica-. El hacía patín artístico y venía a ver mis clases: es un misterio de qué hablaban durante horas en la oficina de Tupin. Hasta que un día el maestro se acercó a mi madre y le dijo: «Mañana me lo trae con calcitas»."
A los 27, mientras atraviesa una temporada llena de debuts en los roles más relevantes del repertorio clásico -hizo Don Quijote , Albrecht en Giselle y pronto se pondrá por primera vez en la piel de Solor, en La bayadera -, Hemi, como lo llaman en casa, recuerda: "El maestro Tupin fue un ángel que cayó del cielo. A mí me llevó a bailar su forma de ser. Me tenía un cariño especial".
-¿De qué hablabas en esos enigmáticos días con el maestro?
-No sé, pero no creo que haya sido sobre danza. De las cosas de todos los días, supongo. Yo era como su nieto.
Ahí va hoy el artista de técnica superlativa de gira por Tokio y Corea, haciendo el nuevo trabajo de la genial coreógrafa Twyla Tharp, Rabbit and Rogue , y el tradicional Corsario . En su periplo, así en Oriente, como en los Estados Unidos, viaja seguido de un grupo de fans japoneses que imploran un autógrafo o un beso después de la función. "A la gente le tira mucho el ABT; el público sigue a un bailarín y te aman."
Y aquí está ella, pura expresión, contando en un castellano bañado del Caribe que le puso su matrimonio, que lejos del bullicio de Manhattan y en la apacible Boston que se transformó en su hogar ("mi personalidad tiene un poco de ambas") lo más difícil es la falta de Herman. "Siempre fuimos superunidos, tuvimos los mismos maestros, la misma escuela, bailamos con Julio, nos fuimos a Nueva York, entramos en el ABT, bailamos juntos en esa compañía y cuando yo me fui e hice el cambio, él me alentó. Ahora cuando puedo me escapo a visitarlo, a verlo bailar. Siempre está genial, me encanta, me emociona y me pongo nerviosa, por eso lo veo desde las coulises , así cuando sale le pregunto: «¿Estás bien, negro? ¿Querés un poquito de agua?»".
En este rincón del globo, el público conoce poco y nada a los Cornejo. Ellos lo lamentan. "En cada vuelta, traigo videos, por lo menos, para mi familia", se encoge de hombros ella. Y Herman arriesga: "Me gustaría que el Colón se volviera a abrir y me gustaría estar presente entonces. Si no me llaman, me invito solo -se ríe, con algo de nostalgia en la voz-. Intentaré que no pase mucho tiempo para volver a bailar en mi país".