Tres bailarinas que persiguen sus sueños
Jóvenes y talentosas, apostaron por la danza y hoy integran las compañías de Bocca, Guerra y Urlezaga
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Aunque existan los matices, la historia de cómo una pequeña promesa de la danza se convierte en bailarina profesional repite, básicamente, una cadena de sucesos. Entre los cuatro y los ocho años comienzan las clases de danza y, entusiasmada, la niña pasará su tiempo extraescolar sobre las zapatillas rosadas. Si el compromiso se vislumbra sólido y el talento es notable, puede que ingrese al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón o no. Así y todo, por más brillante que sea la alumna y cercana parezca la instancia profesional, el acceso al Ballet Estable no es una consecuencia lógica: sólo cuando se genera una vacante se convoca a una audición abierta para ocuparla. La joven bailarina podría, entonces, observar alternativas al cuerpo de baile idealizado -prestigiosísimo, sin duda-, probar suerte en otros ámbitos oficiales -el Teatro Argentino de La Plata o el San Martín- o bien presentarse en las compañías privadas cuando éstas así lo requieran. Formar parte de un ballet es, por supuesto, la llave que abre una carrera profesional en el mundo de la danza. Depende de cuál sea esa clave, de cómo se mueva (en todo sentido) y qué dones tenga el nuevo artista será la dirección en la que crezca la bailarina.
Sin embargo, hay historias de cómo pequeñas promesas de la danza se convierten en bailarinas profesionales que escapan a las predicciones y, aun cuando mantienen puntos de contacto con las generalidades del caso, sutiles diferencias hacen que parezcan únicas. ¿Qué tienen en común María Lovero, Melisa Buchelli y Victoria Balanza? Las tres jóvenes -de selecciones Sub 18, Sub 23 y Sub 30-, un día dijeron que el de su cuerpo sería su lenguaje y pusieron mucho esfuerzo, tiempo, sacrificio y amor -repiten: "Amor"- para estar hoy bailando en tres compañías privadas, junto a Iñaki Urlezaga, Maximiliano Guerra y Julio Bocca. Como en sueños, pero no: porque puede ocurrir cualquier noche de éstas, en un escenario real, aun cuando ellas precisen un buen pellizcón para creerlo.
Crecer como nunca
"No hay clásica en mi mp3 -afirma María Lovero, y apura el argumento- porque me encanta, pero paso ocho horas por día escuchándola, entonces prefiero canciones de Andrés Calamaro, Fito Páez o Silvio Rodríguez." A metros de la parada donde cada día toma el micro para asistir a los ensayos del Ballet Concierto -y es la menor de la compañía con sede en La Plata que dirige el ex Royal Ballet, Urlezaga- y muy cerca, también, del Teatro Colón -donde va por el sexto año de educación en el arte-, esta adolescente luminosa responde a algunas preguntas que permiten entender cómo, a los 15 años, obtuvo un primer contrato y se convirtió en una profesional de las puntas de pie. Ahora, a los 16, María siente que el año que lleva bailando con una figura del prestigio internacional de Iñaki la hizo crecer como nunca a nivel técnico, artístico y personal.
Antes de salir a recorrer Estonia y España, interpretando el pas de deux de El día que me quieras , en un programa que también le ofrece roles de solista, suspira al repasar el camino transitado.
A los cinco años ya quiso bailar, después de analizar las opciones que le mostraron sus padres: "De la ópera al ballet, pasando por la pintura y el teatro, elegí la danza porque la posibilidad de transmitir los sentimientos con el cuerpo es lo más lindo". Hecha la opción, la pequeña se aferró a la barra de la mano de Olga Ferri; tomó un seminario en el estudio de Julio Bocca y Silvia Bazilis le dio una beca; ingresó al Ballet Sub-16, dirigido por Raúl Candal y Katty Gallo, cuando ya era alumna del Colón. "Creo que el Teatro te da todo, pero hay que complementarlo con clases, con un maestro particular al que uno se entregue completo", señala una enamorada del repertorio clásico que aspira interpretar a Odile-Odette, de El lago de los cisnes .
"Siempre tuve la idea de trabajar en esto, aun cuando comprendí que era un gran sacrificio [María hace un paréntesis y comenta que debió estudiar hasta en los lugares más insólitos para, a los 14, terminar la secundaria en calidad de libre], y todo lo que tengo lo logré con un esfuerzo extremo, mío y de mis padres que me acompañaron siempre", resume, sin mirar a mamá Laura, que a su izquierda hace de apuntadora susurrante. "Pero además de una técnica pulida, para entrar en una compañía uno tiene que tener cierta maduración."
Si bien a veces se asoma a la dicotomía ballet oficial-compañía privada, esta fanática de los idiomas, los instrumentos musicales y la natación vive con felicidad el ritmo de cada día. "En esta carrera, las cosas se van dando; por eso uno tiene que estar predispuesto y disfrutar a pleno lo que le toca. Las compañías privadas generalmente hacen muchas giras -ensaya el contrapunto- y bailar regularmente en el escenario del Colón es una maravilla, pero no conocés los escenarios del mundo. Además, con el Ballet de Iñaki hacemos muchas funciones, cuando en el Colón no son tantas. Realmente, las dos cosas son buenísimas, pero bien distintas", concluye esta chica precoz, que a los 8 años apareció en la película Tango , de Carlos Saura.
Pasada la Nochebuena sobre el avión, María volverá al país y será tiempo de obsequios. Los que Papá Noel deje en el árbol, los días de vacaciones en Córdoba, el contrato 2007 por otro año de baile con Concierto. "Sobre todo, volver a Buenos Aires es como si me hicieran un regalo. Amo a mi país, y cuando estoy afuera lo extraño; pero no hablo de mis amigos o mis padres; quiero decir que extraño la ciudad".
De Susanitas a exploradoras
Llegar a ser una gran bailarina, claro que sí, pero formar una familia y tener hijos, también. Las metas son claras y compartidas entre las chicas. Melisa Buchelli, de 21 años, lleva una temporada completa en las filas del Ballet del Mercosur -la compañía de Maximiliano Guerra-, y si bien apenas se está templando al calor de las giras -aún no se presentó fronteras afuera-, se concentra en ese deseo de mujer cuando piensa en las desventajas de permanecer en un cuerpo de baile privado o intentar la vía oficial. "Entrar en el Colón, en La Plata o en el San Martín es lograr la estabilidad total, lo que todos en algún momento queremos. Ahora me gusta esta alternativa porque es la etapa de moverme, pero no me imagino a lo 29 viajando todo el tiempo, porque no podría cuidar mi casa ni atender a mis hijos", supone la joven, que vive con sus padres en Floresta.
En tiempos del jardín de infantes, Melisa ya andaba diciendo por ahí que sería bailarina. A los nueve años, ingresó a la escuela del Colón, donde se formó durante cuatro años, hasta que tuvo la posibilidad de ser una Sub-16. Inquieta y con la necesidad de probar otras cosas después de tanta clásica, poco más tarde comenzó el Taller de Danza Contemporánea del Teatro San Martín, del que egresó en 2000, al mismo tiempo que finalizó sus estudios secundarios. Ballet Neoclásico, audiciones de comedia musical y teatro de revista mediante, en su búsqueda volvió a las fuentes: puso su firma para hacer Giselle con la compañía de Urlezaga, contrato que mantuvo unos meses. "Todas esas cosas que fui haciendo me dieron algo y también de cada una descubrí qué no me gustaba, y que quería vivir de la danza", concluye después de un ensayo de Argentino , el programa que Guerra y su Ballet del Mercosur están presentando en el interior del país.
A mediados de este año, Buchelli pasó del cuerpo de baile al frente, con el pas de deux de La última luna , en la noche de su estreno. "Fue el momento más grande del mundo -recuerda-, un día impensado: ¿Yo, Melisa Buschelli, con mi 1,58 m, bailando en el Teatro Argentino con una estrella como Maximiliano Guerra? ¡Guau! Eso está buenísimo en esta compañía: todas tenemos posibilidades."
Sin embargo, la bailarina que tiene un asunto pendiente con la universidad ("necesito que mi parte cerebral también se desarrolle", dice) sigue con su tarea de joven exploradora, buscando el repertorio que la haga sentir más cómoda, la dosis justa entre lo clásico y lo contemporáneo. "En realidad, lo que persigo está más allá de si giro más o menos; es subir a un escenario y ponerte la piel de gallina."
Parece increíble, pero es real
Todos los días, de 11 a 18, Victoria Balanza trabaja en las Galerías Pacífico. Y cuando dice que "trabaja" quiere decir que baila, que ajusta sus papeles y deja todo de sí para brillar luego en el escenario con el Ballet Argentino.
Nacida en San Juan hace 28 años, hasta hace cuatro estudiaba publicidad y propaganda, y trabajaba en la administración pública para poder sostener su ilusión: pagar las clases, comprar las puntas y hacer viajes para aprender de maestros como Candal, Bazilis o Gallo. "Era grande; no me veían futuro para vivir de esto, pero dentro de mí estaba la esperanza, y se me dio". Con una personalidad translúcida, la bailarina que llegó un día a Buenos Aires para jugarse el futuro en sólo unas horas se sorprende parada en un presente increíble. "Desde chiquita, una sueña con formar parte de una compañía, y a mí, la verdad, no me importaba de cuál. Era un anhelo -se retrotrae-, porque en mi pueblo no hay compañías de ningún tipo. Hasta que aquella vez me enteré de que había audiciones en lo de Julio, en lo de Maxi y en el San Martín, y programé todo, vine y me presenté en las tres". El resultado de esa jornada de furia en un no tan lejano 2002 ya es sabido. "Por supuesto que yo quería entrar en el Ballet Argentino, porque estar al lado de uno de los bailarines más grandes de la historia era lo máximo a lo que podía aspirar. Me ofrecieron un contrato y dije que sí, sin pensarlo", dice, y sonríe, un poco por alegría y otro tanto por emoción.
Egipto, Arabia y otros países donde jamás se imaginó siquiera como turista la vieron bailar; Alessandra Ferri, Eleonora Cassano y Tamara Rojo fueron algunas de sus compañeras de escena; y este año, la obra Cruz y ficción -su de a dos con Julio Bocca- le significó una experiencia de vida. "Como se baila tanto y tenemos muchas funciones (pueden ser 20 en un mes), en esta compañía uno adquiere cierta seguridad arriba del escenario, que es interesante; no te achicás con cualquier cosa y, además, somos pocos (unos dieciséis) y suceden cosas inesperadas que tenemos que resolver en el momento", comenta.
Victoria se pierde en manifestaciones de admiración por ese bailarín célebre: "Una figura que en los libros aparecerá al nivel de Nureyev"; ese compañero que cada día tiene a su lado y que, después de un 2007 seguramente agitado, ya no será igual. "Julio se retira y como espectadora me quiero morir, pero creo que está bien lo que hace, se está yendo en un momento increíble de su carrera", considera esta brillante bailarina que, de tan humilde, pareciera desconocer su luz. "¡Esto es demasiado!" ¿Por qué a mí?", repetirá, por diferentes causas, en apenas media hora de charla, cuando se le pregunte por el blog que colgaron en Internet un grupo de admiradoras anónimas, cuando trate de encontrar explicación a su lugar destacado en Cruz y ficción , o cuando, sin ir más lejos, se la convocó para esta entrevista. "Estar en una compañía, bailar con Julio es increíble para mí. Una meta era ésta. De ahora en más, me dejo sorprender".
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