Se llama Leonel Galeppi Lopez, pero todos le dicen León, y sorprendió con su piruetas a los espectadores de la gala Danzar por la Paz hace unos días; la historia detrás del deseo de bailar en la más antigua y prestigiosa institución de Francia recién comienza
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León ve la película una vez, dos veces, muchas más. Y termina soñando el mismo sueño que la protagonista: bailar en la Ópera de París. Como en Ballerina, la historia de este nene argentino, Leonel Galeppi Lopez, que tiene ahora once años, empezó frente al televisor cuando no había iniciado la primaria. Y después de aprenderse de memoria las aventuras de Félicie -la chica de la ficción, que se escapa de un orfanato para alcanzar la meca en la Ciudad Luz-, aquella postal de Francia del 1800 se vuelve de pronto muy actual. Porque con ese objetivo en mente León empezó a estudiar danzas y hace dos meses logró una plaza en la escuela de verano de la máxima institución que tiene el ballet mundial. Pero no hay que apresurarse: como en el cuento animado, él también tuvo que prepararse mucho para llegar tan lejos.
“Cuando vi la película empecé a estirar y a hacer esas cosas como abrirme de piernas. Mis papás veían que me gustaba y decidieron traerme acá. Tenía 6 años”, dice sentado en el piso del estudio de Ariadna y Teresa Costantini, sus maestras, ambas formadas en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón. A su izquierda, también con las piernas cruzadas, está Leonel padre, psicólogo, y apenas más allá, Linda, su mamá, profesora de música. Todos ellos partícipes necesarios de esta aventura que promete mejores capítulos. Pero León (así lo llaman todos) no fue al Colón más que como espectador; el suyo es un camino alternativo, con un claro objetivo en la mira.
Es miércoles y está por terminar una clase grupal de adultos en el primer piso de la casona de barrio donde funciona el Ballet Juvenil de Quilmes. Le sigue una lección particular de repertorio clásico, que se dicta en francés: esa tarde León demuestra entonces cómo está aprendiendo una archiconocida variación de El Corsario. “Très bien, continuons”, le indican. Luego, tomará otra clase, para chicos, adonde seguramente su hermana menor, Amy, de siete, también estará tomada de la barra. Llegamos a ese rincón en el sur del conurbano con mucha curiosidad después de presenciar, el sábado anterior, una función de la gala anual Danzar por la Paz en el Teatro Coliseo: a beneficio de Unicef, el chico hizo una breve participación en una canción alegórica a los derechos de los niños. Era la apertura del show: después de dar más de veinticinco giros en una misma pirueta, Fer Dente lo tomó de la mano y le cantó al pequeño de pantalones cortos y pelo al viento el estribillo. Vuela, vuela, tienes que volar/ cruzar las fronteras/ la esperanza es tu bandera/ la ilusión es tu verdad. “León tiene una sabiduría que va más allá -dice Leonardo Reale, director del espectáculo-. Es como una de esas almas que tienen templanza, un conocimiento que traen de otro lado que uno nunca sabe. A mí me sorprendió”.
“Cuando lo ves te das cuenta inmediatamente que tiene condiciones. Enseguida les hice comprar la malla gris, porque lo quería en uniforme de la Ópera de París -cuenta Ariadna Costantini-. Este año mandamos un video, el currículum y dos fotos para postularlo al Stage d’été, porque eran muy evidentes sus posibilidades”. Creado en 2013 con motivo del Tricentenario de la institución francesa, el curso de verano les permite a jóvenes de todo el mundo, de entre 10 y 19 años, probar las especificidades de la escuela de danza más antigua del mundo. Las clases son impartidas por profesores y pianistas de la OP en los estudios de Nanterre. En esta edición 2023, de 271 alumnos de 33 países, el único latinoamericano del Stage era León, que viajó con su maestra y su familia completa, se internó en la escuela, compartió cuarto con compañeros de distintos continentes, y vivió una experiencia inolvidable durante dos semanas. El viaje por supuesto incluyó algunos paseos, una visita al Palacio Garnier y una navegación por el Sena.
“Quedate tranquilo”, le decía su mamá, también como una forma de autoconvencerse. “Tiene 11 años y nosotros estuvimos siempre juntos; dejarlo me daba miedo”, reconoce y cuenta que esperaba ansiosa por la noche que respondiera a los mensajes de WhatsApp. “Nosotros sabíamos que era bueno para esto, ¡pero no que era tan bueno!” En ese sentido, también los más cercanos se sorprendieron. “Los sábados eran las clases de muestra y él era el que más giraba: el único que hacía doble tour y varias, pero varias piruetas en dehors”, señala orgulloso el papá, que a esta altura ya habla como un experto. “Y la segunda semana, lo pasaron de nivel, con chicos más grandes”. Leonel Galeppi está admirado, pero confiesa que anteriormente habían tenido señales de la precocidad de su hijo para hacer cosas difíciles: a los dos años armaba rompecabezas de 200 piezas, a los tres aprendió a leer, a los cuatro resolvía cuentas con números negativos.
Cuentan que la famosa ex étoile Elisabeth Platel, directora de la escuela desde 2004, esperaba en persona uno por uno a los estudiantes el día de los ingresos para el curso. Pero que cuando vio a León... “¡El argentino, llegó el argentino!”, exclamaba con entusiasmo. “Fue al único que dejó subir en ascensor, lo acompañó hasta su cuarto y, al final, preguntó si estaba preparado para una familia de apoyo, porque si así fuera, dijo, le tomarían una admisión para ingresar a la escuela. Pero todavía no podemos hacerlo: el primer año es gratis sólo para los europeos”. Mientras la familia estudia francés, completa carpetas y reúne requisitos para obtener un pasaporte italiano o español, la maestra busca apoyo financiero, se contacta con embajadas y consulados, averigua alternativas. Y, por supuesto, hasta tanto, lo prepara para una segunda vuelta: regresar al Stage el próximo verano. “¿Cómo no llevarlo a que cumpla su sueño?”, responde Linda cuando se le pregunta si estarían dispuestos a cambiar de país, de vida.
Además de tomar varias clases todos los días, Leonel Galeppi Lopez cursa el sexto grado de una escuela privada en Quilmes. Es buen alumno. Fuera del colegio, además, aprende francés e inglés. Se junta con amigos, come lo que quiere. “Leo no habla, pero sueña con París”, asegura Costantini. Pero sí que habla, con timidez, y sobre todo con mucha calma y naturalidad. Es indisimulable el placer que le provoca girar. Le gusta tanto o más que ver en YouTube a bailarines de todo el mundo. “Hasta cuando se lava los dientes mira videos -se ríe el papá-, pero hay un límite: cuando comemos, en la mesa no esta permitido”. Ariadna le mandó unos clips de Mikhail Baryshnikov, de Julio Bocca, Herman Cornejo, sin embargo, en la pantalla él busca otros nombres.
-Me dicen que ves muchos videos de ballet.
-Sí, de Marianela Núñez, de Kimin Kim. Los voy viendo a medida que me van apareciendo. A veces busco una variación, pero no siempre me aparece lo que busco. Muchas veces miro El Corsario de Marianela con Vadim Muntagirov. Siempre antes de ir a dormir veo videos de ellos en la tele.
-¿Lo mirás porque disfrutás o para estudiar?
-Las dos cosas. También me gustan otras variaciones; por ejemplo, de chica, me gusta la del Grand Pas Classique y La Esmeralda. Y de chicos me gusta El Corsario, Don Quijote y… ¡todas! Después sí, lo intento copiar.
-¿Conocés otros chicos de tu edad que quieran ser bailarines?
-En el Stage me hice amigos de Andorra, de Estados Unidos, de Japón. El problema es que algunos cambiaron el chip del teléfono. Sólo quedé en contacto con Noé, un francés con el que hablo siempre. Me dijo que el año que viene va a estar en una película de Netflix.
-¿Y qué te gusta más de bailar?
-Los giros y los saltos.
-Además de venir tantas horas acá a tomar clases ¿qué hacés?
-De 7.20 a 12.20 voy a la escuela, y además de las clases de francés con Ari, tengo una profesora haitiana. Estudio inglés y antes hacía piano, pero ya no más. Con mis amigos del colegio, nos juntamos en las casas.
-A tu hermana también le gusta el ballet.
-Sí, baila bien. A veces le enseño algunos pasos.
-¿Y qué tenés ganas de hacer después de la experiencia en París?
-Quiero ser bailarín, pero no lo pienso mucho. Cada día, pasa lo que pasa.
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