Teatro Colón: el hechizo de El lago de los cisnes, en un brillante cierre de temporada
El lago de los cisnes, ballet en cuatro actos. Música: Piotr Ilich Chaikovski. Coreografía de Mario Galizzi, sobre Petipa-Ivanov. Reposición: Sabrina Straiff. Por el Ballet del Teatro Colón, con dirección de Paloma Herrera. Escenografía: Christian Prego. Vestuario: Aníbal Lápiz. Iluminación: Rubén Conde. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires, con dirección de Ezequiel Silberstein. Próximas funciones: mañana, el viernes y el sábado, a las 20; domingo, a las 17; jueves 26, viernes 27 y sábado 28, a las 20, y domingo 29, a las 17. Nuestra opinión: excelente.
Un reencuentro más con escenas amadas de una historia secular: Macarena Giménez ejecuta con admirable refinamiento las apariciones de la inasible mujer-ave, mientras que Juan Pablo Ledo asume con absoluta convicción al Príncipe que va empecinadamente tras ella; ambos encabezan el primer reparto del Ballet del Teatro Colón, que acaba de recuperar con versatilidad y ajuste a ese clásico imbatible que es El lago de los cisnes. Habrá otras parejas de intérpretes (se han programado, en total, diez funciones), pero la magia de este relato transmutado en danza permanecerá.
La compañía oficial, que continúa respondiendo a la rigurosa conducción de Paloma Herrera, en el final de esta más que aceptable temporada afronta la versión con la que el argentino Mario Galizzi aggiornó el trazado original de Petipa-Ivanov. Pero esta vez hay otras actualizaciones, en especial en la ambientación; la suntuosa escenografía de Christian Prego y el vestuario "tudor" de Aníbal Lápiz (infrecuente localización de una leyenda atemporal aquí en la Inglaterra del siglo XVIII) aportan un nuevo atractivo plástico a esta versión.
La partitura de Chaikovski (entusiastamente ejecutada por la Filarmónica, bajo la batuta del muy aplaudido Ezequiel Silberstein) tuvo un primer boceto en 1871, con la que el compositor musicalizó una pantomima, denostada con argumentos eufemísticos que no se atrevían a aludir frontalmente a su homosexualidad. La obra cayó en el olvido durante dieciocho años; el canónico montaje escénico de Petipa-Ivanov reivindicó, en 1895, la rica partitura.
Galizzi ajustó con criterio dinámico el desarrollo de la acción, y así, fundiendo el primer acto con el segundo y el tercero con el cuarto, narra con fluidez el destino de la princesa Odette, transformada en cisne por el malvado Rothbart; antes de que un tiro de ballesta la alcance, el Príncipe se fascina con ese prodigio alado. Pero cae en la trampa de Odile, hija de Rothbart, que emerge como Cisne Negro con la traza de Odette, con las consecuencias trágicas propias del romanticismo.
Quedan intactos los pezzi di bravura, con las que en el primer acto se lucieron Camila Bocca y Georgina Giovannoni en el pas de trois, al igual que en el del segundo, los Tres Cisnes (Rodríguez Echenique, Cassano y Fassi). Este pasaje precede al siempre muy esperado (y luego ovacionado) cuarteto de los "Cisnecitos": Peredo Aguirre, Kessel, Cortés y Pelayo.
La irrupción de Federico Fernández como Rothbart depara la posibilidad de ver al habitualmente principesco intérprete en una vibrante corporización de este rol "característico". En ese plano, lo mismo le cabe a Yosmer Mejía como el Bufón.
Los dos adagi del segundo acto son los grandes desafíos para la pareja, especialmente para Macarena, si bien sostenida indeclinablemente por Ledo (quien, por lo demás, arranca aplausos con sus manèges). Pero es en la diafanidad de líneas y en la inocencia que Giménez le confiere al rol donde reside lo más románticamente elocuente de esta versión: prodigiosa en sus port des bras, en el manejo del torso en los penchés y en sus desmayos, esta sutil intérprete remite a modelos de grandes divas que consagraron el secular embeleso de un ballet eminentemente femenino.
A contramarcha de las innovaciones de otras visiones actuales de Lago de los cisnes (la de Martin Schläpfer en Düsseldorf, o la atrevidamente acuática de Alexander Ekman en l’Opéra de París), la de Galizzi conserva el encanto de la tradición, en una puesta de pleno y deslumbrante despliegue visual.
En el fondo de El lago, un reclamo salarial
Al término de la función de anoche de El lago de los cisnes, durante los saludos, la Orquesta y el Ballet Estable del Teatro Colón hicieron público el reclamo salarial que venían manifestando puertas adentro. Una vez concluido el espectáculo, desde el foso y sobre el escenario, exhibieron carteles y pancartas para pedir "sueldos dignos" y "dignidad laboral" y denunciar "sueldos directivos de elite", "precarización laboral" y "abuso de poder". Si bien cada cuerpo artístico tiene situaciones particulares, decidieron visibilizar la situación de manera conjunta. Los aplausos continuaron hasta que se cerró el telón.
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