Social Tango, una milonga en blanco y negro que busca ganar nuevos adeptos a la pista
Social Tango, un espectáculo de baile. Dirección artística y coreografía: Agustina Videla. Intérpretes: Lucía Aspiroz Larrosa, Emmanuel Casal, Lily Chenlo, Cinthia Díaz, Iara Duarte, Sebastián Fernández, Bruno Mayo, Yanina Muzyka, Jesús Paez, Josefina Stellato, Marcela Vespasiano, Roberto Zuccarino. Dirección musical: Fulvio Giraudo. Puesta en escena: Pablo Destito. Dirección audiovisual: Nora Lezano. Dirección técnica y diseño de luces: Marcelo Cuervo. Vestuario: Laura Sol Torrecilla. Próximas funciones: 31 de marzo y 1° de abril a las 20. En el Centro Cultural 25 de Mayo, Av. Triunvirato 4444.
Nuestra opinión: Buena
Tomas aéreas de un Buenos Aires actual. Imágenes documentales de una milonga porteña en estos días. Fragmentos de entrevistas a viejos milongueros. El blanco y negro unifica y planta una bandera del lado de la nostalgia. “Volvamos a lo de antes, dame el brazo y vámonos”, canta Ariel Varnerin. Y ese verso de “Mariposita” pareciera ser la consigna del espectáculo.
Los tangos que se bailan, sus arreglos, el impecable vestuario de Laura Sol Torrecilla, todo remite a los años 40, pero no se trata de una obra de época. Social Tango está situada en la actualidad, aunque atraviesa la ucronía de bailar en un universo alternativo en el que el tango reina como lo hacía ocho décadas.
El tono del espectáculo es didáctico y proselitista: busca ampliar la red de aficionados a las milongas entre el público de este y otros países. Y por eso se trata de una nueva versión de un espectáculo estrenado en 2013 que, girando por el mundo, volverá próximamente a distintos escenarios de Estados Unidos y Canadá. Y el público porteño también podrá disfrutar en una función gratuita en el Centro Cultural Borges el jueves 30 de marzo, a las 19.
Agustina Videla busca la distribución equilibrada de los cuerpos en el espacio. Y el unísono en la ejecución de los pasos. Abundan la simetría, los movimientos en espejo y la repetición, como si se tratara de un ejercicio de clase para ser copiado. Aunque los diálogos resultan ininteligibles desde las butacas lejanas al escenario los cuerpos trasmiten con claridad la diferencia entre los momentos de clase y de pista.
En el escenario se recrea el evento social de la milonga con todos sus códigos: el sentido de la circulación y el uso del espacio, el momento de la demostración con los bailarines sentados en el piso. La rotación de las parejas al final de cada tanda. Y este último detalle es lo que la protagonista, encarnada por Lucía Aspiroz Larrosa, tarda en comprender: a la milonga se va para bailar con mucha gente diferente. Sin exclusividades.
Esa idea regresa dentro de un fragmento del documental, donde los entrevistados subrayan que lo que más les gusta es que la milonga borre fronteras de nacionalidad, edad y clase. Y que todo el mundo baila con todo el mundo.
Aunque la frontera de género no aparece tan borroneada en escena aquí todas las parejas rotan, pero no tanto los roles en el baile. La única mujer que aparece guiando a otras compañeras es Lily Chenlo. Ella baila también con vestido, pero en zapatos bajos, con un rol de conducción en todos los momentos que evocan una milonga y juega un rol docente en los momentos que evocan una clase. El otro detalle de tango queer es un delicioso baile entre varones, que Emmanuel Casal y Bruno Mayo emprenden en un tono fraterno y lúdico.
Son 70 minutos de tangos, milongas y valsecitos entonados amablemente por Ariel Varnerín y Eliana Sosa y bailados sin pirotecnia. Todo funciona con prolijidad y precisión. En el único momento que esa estructura se rompe junto a la cuarta pared es cuando son convocados como alumnos imaginarios, ocho bailarines de la comunidad del tango de Buenos Aires. Y allí los estilos se vuelven refrescantemente diversos y personales.
Cuando el quinteto de músicos en vivo se vuelve protagónico, detrás de ellos se proyectan fragmentos del documental de Nora Lezano grabado en las milongas porteñas. Y su ojo entrenadísimo en el arte del retrato busca expresiones faciales y cercanías adentro del abrazo de la pista. También de Lezano es la muestra fotográfica La milonga, que se exhibe en la sala verde del centro cultural y en la que al final de las funciones se instala una milonga entre intérpretes y concurrencia.
Cada uno de estos detalles que amplifican la experiencia milonguera hacia el público subraya la intención de Agustina Videla de incluir más adeptos en una comunidad milonguera sin fronteras, donde el abrazo sea el único lenguaje en común.
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