“Sinfonietta” y “Carmen”: un mix contemporáneo de lo más atractivo para el Ballet del Colón
Eficaz combinación de una de las primeras coreografías del gran Jiří Kylián con el estreno de la innovadora visión de Alejandro Cervera sobre la emblemática obra de Bizet
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Sinfonietta. Música: Leoš Janáček; coreografía: Jiří Kylián; Escenografía: Walter Nobbe; vestuario: Walter Nobbe; Diseño de iluminación: Kees Tjebbes; supervisión técnica: Joost Biegelaar; reposición coreográfica: Patrick Delcroix; Carmen. Música: Georges Bizet; coreografía y dirección: Alejandro Cervera; escenografía: Laura Copertino; vestuario: Renata Schussheim; diseño de iluminación: Matías Sendón; diseño de Video: Federico Lamas; asistentes de coreografía: Milagros Rolandelli y Ariel Caramés. Por el Ballet Estable del Teatro Colón. Dirección: Mario Galizzi. Con la Orquesta Estable del Teatro Colón. Director Invitado: Javier Logioia Orbe. Coro de Niños del Teatro Colón. Director: César Bustamante. Próximas funciones: hoy y mañana, a las 20, el sábado 2, miércoles 6 y jueves 7 de julio, a las 20 y el domingo 3 de julio, a las 17, en el Teatro Colón.
Nuestra opinión: excelente
Un cantaor vocifera su letanía desde un palco avant scène, acompañando un martinete flamenco con un yunque (sonido metálico al que el propio Verdi apeló en Il trovatore), para dar paso a una nueva Carmen. Un título visto en incontables versiones, esta vez gestado en la Argentina por Alejandro Cervera que despierta expectativa. El atractivo del secular hit no debería ensombrecer otra novedad: la célebre Sinfonietta, que el coreógrafo checo Jiří Kylián compuso en 1978 sobre la inefable partitura que su compatriota Leoš Janáček había estrenado cinco décadas antes.
Ambas piezas, tan disímiles entre sí, conforman el “programa mixto contemporáneo” con el que el Ballet Estable del Teatro Colón (BETC) consuma su segundo avatar de la temporada. El cual, digámoslo de entrada, acierta en deleitar tanto en el plano de la invención coreográfico-musical como en el rendimiento de la compañía que dirige Mario Galizzi. Y sin olvidar –muy destacable- la pericia con la que el maestro Javier Logioia Orbe condujo a la Estable (con algunos bronces desde los palcos) en las dos proverbiales partituras de la velada.
Sinfonietta, nueva para el BETC, ya era conocida en la Argentina, de cuando el propio coreógrafo , con el Nederlands Dans Theater descolló en el mismo escenario en 1995 y 1997. Pocas veces una transcripción bailada –una de las primeras coreografías de Kylián- se correspondió con tanta afinidad con la que esta pieza fluye en consonancia casi simbiótica con esa partitura tan espontánea que “parece haberse compuesto sola” (al decir de muchos). El Ballet oficial responde con una ejecución exultante y plena de júbilo, con frecuentes unísonos, y también con refinados dúos (algunos, dobles), con una dinámica ligada y fluida: un neoclásico con swing.
Flamenco y habanera
Cuando el cantaor instala el clima andaluz que siempre se le atribuye a Carmen, Cervera arma sagazmente una suerte de hors d’oeuvre dramático, un apretado riassunto que anticipa el devenir de un destino inexorable; en paralelo, la Micaela de esta versión (Camila Bocca, expansiva, casi trágica) parece profetizar, cual pitonisa, las consecuencias de los desbordes. Los grupos femeninos, con brío y un vestuario de tonos atenuados (la gama y diseños que maneja Renata Schussheim dan el factor plástico que tiñe todo), contrasta a la perfección con el verde “seco” del grupo militar.
Con el frecuentadísimo tramo “L’amour est un oiseau rebelle” Manuela Rodríguez Echenique anticipa lo que será su Carmen, en el fondo frágil (habrá otras tres intérpretes, en funciones sucesivas), en un juego insinuante, pero todavía sobrio. Es una concepción que moviliza a “mucha gente”, tal como hace más de dos años Paloma Herrera (entonces directora del Ballet) le pidió a Cervera cuando lo convocó para esta obra, antes de las cuarentenas. El coreógrafo tuvo tiempo para madurar ideas y –en una de las versiones recientes más renovadoras- responde con escenas muy concurridas, como la de la taberna, de compleja combinatoria coreográfica.
O bien –otro acierto- la inclusión dramática del Coro de Niños en la planta escénica. En la Plaza de Toros, el Escamillo torero de Jiva Velázquez arrancará aplausos con sus giros que, en los brazos, evocan sutilmente los del flamenco. Ante un desafío comprometido con rasgos antropológicos ancestrales, Cervera atinó a convocar a veteranos “de carácter” (algunos, ya retirados), como Omar Urraspuru, Julián Galván, Igor Vallone y el siempre eficaz Vagram Ambartsoumian.
Federico Fernández afronta con sus mejores recursos el ingrato rol de Don José, tanto en las escenas iniciales como cuando –con fondo de toros oscuramente presagiantes- entabla un duelo interpretativo con Manuela Rodríguez Echenique en los tramos finales; ambos trasuntan con admirable pathos ese dolor con que se vive la crisis y agonía de un vínculo imposible. Que, dice la tradición, acaba en crimen pasional (hoy, femicidio), con la sangre de Carmen y la eterna culpa de un Don José acaso irredimible.
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