Sinapsis musical sobre la argentinidad
El baile / Concepción: Mathilde Monnier, Alan Pauls / Coreografía: Mathilde Monnier / Elenco: Martín Gil, Lucas Lagomarsino, Samanta Leder, Pablo Lugones, Ari Lutzker, Carmen Pereiro Numer, Valeria Polorena, Lucía García Pulles, Celia Argüello Rena, Delfina Thiel, Florencia Vecino, Daniel Wendler / Dramaturgia: Véronique Timsit / Escenografía y vestuario: Annie Tolleter / Diseño de iluminación: Eric Wurtz / Diseño sonoro: Olivier Renouf / Asesor musical: Sergio Pujol / Duración: 90 minutos / Teatro San Martín / Próximas funciones: hoy, mañana y el sábado, a las 20 / Nuestra opinión: buena
Todo ocurre en un mismo terreno: un informal salón para doce bailarines jóvenes llamados a danzar la historia de las últimas cuatro décadas de la Argentina. Como canta Charly García en el minuto cero de la propuesta, todos acaban de llegar y ninguno es un extraño sobre este mapa. Cuerpos, voces y emociones se mueven, primero, con cierto sigilo, entre decenas de pares de tacos, zapatillas y botas necesarios para interpretar El baile: una obra construida más sobre la base de músicas nuestras que hacen sinapsis con conductas sociales que sobre los hechos recientes de un país. Incluso una hora y media después, se comprueba que la Historia -entendida como el desarrollo de los acontecimientos que marcan una época- es un estímulo para la conformación de una atmósfera de argentinidad (al palo).
Hay un bombardeo del que resguardarse, sí; hay una metáfora de la sociedad machista y un fresco ganadero. Hay pañuelos. Son el contorno de un puñado de sucesos argentinos, aunque lo que verdaderamente moviliza aquí es el rock nacional ("Ji ji ji", por caso) y el folklore ("Zamba para olvidar"), la cumbia (Gilda, Damas Gratis, Pibes Chorros) y el tango ("Afiche" tiene un mash up entre el original y la versión rap), las canciones patrias (marchas, sobre todo) y las de Leonardo Favio ("Ella ya me olvidó"). En este sentido, justamente, cobra notoriedad el aporte de Sergio Pujol, historiador y ensayista platense autor de varios libros, entre ellos, nada curiosamente, Historia del baile (de la milonga a la disco), que escribió a fines de siglo.
Mathilde Monnier, reconocida coreógrafa en Francia, poco sabía de este rincón del mundo cuando se puso de acuerdo con el escritor Alan Pauls en embarcarse en este proyecto libremente inspirado en otra obra escénica, del francés Jean-Claude Penchenat, que se estrenó en Francia hace 36 años (desde ese referente, se supone, es que transcurren las cuatro décadas que quiere recuperar la pieza; cuarenta años nada fáciles por aquí). Desde la butaca de la sala Casacuberta, en el San Martín, es prácticamente indudable que Monnier se haya nutrido del aporte de los intérpretes (todos argentinos) para el lenguaje de movimiento, un material que no podría haber vertido el autor de El pasado, outsider en estas aguas, quien en cambio, tan ducho en su superficie, sorprende por el tenue trazo de su guión histórico. Desde la butaca de otra sala en otro teatro de otra ciudad distante, cuesta imaginar a qué puede acceder un extranjero, además del transitado imaginario tango-fútbol-carne, sazonada con humor. Es pertinente pensarlo, porque antes que aquí El baile se vio en Francia y después de aquí volverá sobre sus pasos otra vez hacia Europa.
Lo cierto es que desde la murga que verdaderamente enciende la máquina al comienzo hasta el magnífico tango multiplicado del final -dos momentos que, junto con una cumbia desencajada, valen por el todo-, El baile se extiende en escenas que se parecen más a transiciones y avanza por una vía ralentizada. Cada uno de los doce bailarines, muchos valiosos exponentes de la escena contemporánea local, tiene su momento de lucimiento, a veces llevando sus recursos al límite por dejarlo todo en esta pista.
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