Rodolfo Santamarina, un bailarín argentino que cumplió su sueño de llegar a Broadway
Ya trabajó en los musicales Fama, Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat y The Littlest Tree; y muy pronto se estrenará en Manhattan otra obra en la que hace su aporte como coreógrafo y parte del elenco
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En agosto de 2018, después de terminar su trabajo en el musical Sugar en Buenos Aires, Rodolfo Santamarina se mudó a Nueva York. Llegó con la idea de probar suerte en Broadway y no le fue mal: ya en enero de 2019 le aprobaron la visa de artista –hasta diciembre de este año–, y luego fue elegido para sumarse al elenco de nuevas puestas de Fama, Joseph and the Amazing Technicolor Dreamcoat y The Littlest Tree. También suele bailar tango y hoy es parte de la compañía Accent Dance NYC. 7Ya asentado, en su profesión prepara su propio musical para el circuito off off Broadway en sociedad con otra argentina, Luli Brindisi: se llama Infernal, The Musical y se estrenará a mediados de octubre. “La experiencia de Sugar fue hermosa por varios motivos –cuenta el bailarín y coreógrafo–. Por el hecho de volver a compartir escenario con amigos y colegas que conocía de otros proyectos, por la dimensión de la producción –la escenografía, el vestuario, la orquesta–, por el recibimiento tan positivo del público y por el tiempo que duró la obra en cartel. Sugar llegó en el momento justo. Yo ya venía con la idea de viajar a Nueva York, y había empezado a hacer averiguaciones antes de saber que iba a estar en la obra. Cuando me confirmaron que había quedado me propuse aprovechar la oportunidad lo mejor posible: sumar experiencia y juntar un poco de plata para instalarme en los Estados Unidos”.
En Nueva York, Rodolfo atravesó el confinamiento por la pandemia del coronavirus, que cambió dramáticamente el escenario de la ciudad: “Siempre va a ser una ciudad cara, pero los alquileres bajaron de precio porque gente originaria de otros estados que vivía acá perdió el trabajo, entonces hubo muchos que se fueron. En un momento la ciudad parecía despoblada, una sensación muy extraña… Acá estoy en contacto con varios argentinos, lo siento necesario. Nos juntamos seguido, y si se complica nunca faltan los mensajes de texto. Funciona como un círculo de contención: es gente con las mismas raíces y que pasó por cosas similares a las vengo pasando yo”.
Antes de instalarse, Santamarina viajó varias veces a Nueva York. Soñaba con Broadway, como muchos colegas, pero lo veía como una posibilidad muy lejana, casi inalcanzable. “Hoy ya puse un pie, y además me cruzo todo el tiempo en audiciones con gente que trabaja habitualmente ahí. Ya dejó de ser algo imposible, por suerte. Cuando ves de cerca cómo se trabaja en Broadway, te das cuenta de que entendieron a la perfección cómo funciona la industria y entonces la exprimen al máximo. Saben que un buen show no es solo poner mucho dinero en el escenario. Tiene que contar algo, poder transmitir un concepto, emocionar”.
Antes de que termine el año, Santamarina tiene programadas dos presentaciones con la compañía de danza Accent Dance NYC y también el estreno de Infernal, The Musical: “Luli Brindisi estaba con este proyecto y cuando quedó embarazada me llamó para que le dé una mano –revela Santamarina–. Tuve una reunión con la directora y creadora del show, hablamos sobre un par de ideas para algunos cuadros y muy pronto me sumé al equipo creativo como co-coreógrafo. Al mismo tiempo, cuando se hicieron las audiciones hacía falta un varón y me propuse para ser parte del elenco. Estamos trabajando muchísimo con Luli para poder darle movimiento al espectáculo, es una oportunidad increíble que tenemos y la queremos aprovechar bien. La obra es un musical original basado en El Infierno, la primera de las tres cánticas de La Divina Comedia de Dante Alighieri, y tiene un solo acto con diez canciones. En el elenco somos dieciocho. Estrenaremos el 15 de octubre en The Flea Theater, en Manhattan”.
Hoy que aquello con lo que soñó siempre está empezando a concretarse, Santamarina recuerda con cariño a sus maestros (“Natalia Mussio, Gustavo Wons, Alejandro Ibarra, Haichi Akamine, Carina Vargas, gente que quiero mucho”) y también conserva en la memoria la época en la que empezó a tener un vínculo más potente con la danza: “A partir de los 12 o 13 años empecé a darme cuenta con claridad. Siempre había algún cumpleaños familiar en el que terminaba bailando salsa con una de mis tías. Cuando cumplí 14 mi mamá me sugirió que vaya a tomar unas clases de salsa en Ferro Carril Oeste, muy cerquita de la casa donde crecí. Fui y me encantó: hice tres años de salsa y después, gracias a una amiga de esa clase que me recomendó un estudio, empecé con danza jazz. Para mi familia fue raro porque no había nadie relacionado con el mundo de la danza o de las artes en general. No sabían muy bien cómo ayudarme. Pero se calmaron cuando vieron lo bien que me hacía y que las cosas se estaban dando. Hoy sigo eligiendo el escenario y me sigo poniendo nervioso antes de salir a escena como la primera vez. Es como una sensación de adrenalina y placer difícil de explicar. También sé que el cuerpo no va a durar para siempre en las mismas condiciones que está hoy, por una cuestión natural. Cuando tenga que dejar de bailar me dedicaré de lleno a la coreografía”.
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