Por siempre Sylvie Guillem
La excepcional bailarina francesa, que el 25 de febrero cumplirá 50 años, anunció su retiro. Lo hará en gira mundial con una performance a la que llamó Life in Progress
La bailarina tiene 19 años; es una adolescente no especialmente bella y exhibe una delgadez imposible. Es la Nochebuena de ese 1984 y ha sido consagrada prima ballerina de su compañía, el Ballet del Théâtre de l'Opéra de París. Cinco días después, el 29 de diciembre, al final de su interpretación de Odette-Odile de El lago de los cisnes, el director del Cuerpo Estable la nombra étoile. El director en cuestión es Rudolf Nureyev, y es la primera vez en su carrera que promueve a ese rango a una bailarina tan precoz. La muchachita, que ha fascinado al pope ruso con su talento, se llama Sylvie Guillem y continuará su carrera en la troupe francesa. Hasta que en 1989 da un salto a Londres y desde allí irradiará su prestigio a todo el mundo.
Pero nada es para siempre: "Después de 39 años de «entrenamiento» he decidido hacer mi última reverencia", anunció la étoile hace un mes y medio, calculando que el 25 de febrero cumplirá 50 años. Poco después iniciará su última gira, que arrancará en Italia y concluirá en Japón en diciembre de 2015.
La iniciación de Guillem había tenido lugar, en realidad, en las disciplinas gimnásticas, por iniciativa de su madre, pero a los once años la niña se orientó hacia el ballet académico. Causó asombro, entre sus maestros, por su conformación anatómica, que habría de desarrollarse con armonía hasta desembocar en la artista que asombró al mundo por su perfección de líneas, su dominio muscular y su estilo depurado. Así fue como, cuando en 1998 bailó en Buenos Aires como solista invitada, dejó sin aliento a los balletómanos con su famosa souplesse de "las seis en punto", una figura que "dibujaba" su pierna derecha elevada a un lateral hasta rozar la oreja, en línea recta con la izquierda, clavada en punta en el piso.
Ganó casi todos los premios y distinciones a que una artista puede aspirar: la medalla de Varna, el Prix National de la Danse, el Benoit de Moscú? En su país sería condecorada con la Légion d'Honneur y después, en Inglaterra, con el título de Comendador de la Orden del Imperio Británico. Una carrera que, en síntesis, la convirtió en la más prestigiosa ballerina de los últimos veinte años. Y no solo en la danza clásica: en tiempos no tan recientes algunos coreógrafos destacados en el ámbito de lo contemporáneo le dedicaron sus creaciones.
Es posible que su cima la haya conquistado en el London Royal Ballet, en el que aterrizó después de abandonar (no en los mejores términos) su carrera en l'Opéra, un Ballet acaso demasiado rígido, en el que Guillem decía sentirse "como una empleada de la Compañía". Su partida, en 1989, produjo un escandalete en Francia, un affaire del que el entonces ministro de Cultura, Jack Lang, debió rendir cuentas ante la Asamblea Nacional. Debe de haber sido una de las pocas veces en que un asunto de ballet adquirió un sesgo político-institucional.
Pero Londres tampoco fue siempre un lecho de hojas para la inefable Sylvie. Ingresó en abril de ese mismo año y, en el tiempo que permaneció allí, no faltaron los encontronazos; se ganó fama de caprichosa cuando se negó a compartir los almuerzos con sus compañeros en el buffet del teatro y, también, cuando comenzó a resistirse a ser fotografiada o entrevistada por el periodismo, lo que le valió el mote de "Mademoiselle Non". "Sé que hay gente que me odia -decía-. Y bueno, una no puede gustarle a todo el mundo."
Más allá de sus airados gestos, Sylvie Guillem se granjeó la admiración de coreógrafos actuales tan valorados como William Forsythe, Maurice Béjart, Mats Ek y, más recientemente, de los notables Russell Maliphant y Akram Khan, quienes le han dado un viraje contemporáneo a su carrera. "Pero prefiero ser yo misma quien elija el [momento del] retiro, antes de que mi cuerpo comience a aflojar", dijo en Milán la semana pasada. Y advirtió: "No quiero que sea el público quien se dé cuenta antes que yo".
Su amiga Tamara Rojo, directora artística del English National Ballet, trató en vano de disuadirla: "Ocurre que ella es un ser tan dotado que [su retiro] será una pérdida para todos -lamentó-. Querríamos que siguiera bailando ¡for ever!". Un coro de fans querría entonar un "¡Por siempre Sylvie!", una voz unánime a la que dan ganas de sumarse.
Cuatro hits para el adiós
"Mi último saludo al público -anunció Sylvie Guillem la semana pasada- partirá de Italia para seguir por diversos países y concluir en Japón." La célebre bailarina francesa, que vive en un tranquilo solar de los Alpes suizos con su marido, Gilles Tapie, se despedirá con un espectáculo titulado Life in Progress, en una gira que arrancará en el Teatro Comunale Pavarotti, de Módena, el 31 de marzo, y seguirá en Génova y en Roma. El adiós al público francés será en junio, en el marco de Las Noches de Fourvière, en Lyon, para saltar luego al Théâtre des Champs Elysées de París, en septiembre. El espectáculo, producción del Teatro Sadler's Wells de Londres, incluye cuatro coreografías: Dúo, de William Forsythe; Bye, de Mats Ek; un dúo de Russell Maliphant, y un solo de Akram Khan. "Mi carrera ha sido un viaje fascinante -reconoce la bailarina-, en el que tuve encuentros increíbles. Hoy veo mucha estupidez en las escuelas, maestros frustrados que no les ahorran dolores físicos a los alumnos, cuando basta insertar en las zapatillas de punta una protección de siliconas. ¿Arrepentimientos? Sí, uno: no haber bailado con Pina Bausch, que era una diosa."
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