¿Por qué Onieguin es la obra que todos quieren bailar?
Los seis bailarines que desde hoy harán en el Colón los roles protagónicos de este gran ballet del siglo XX explican por qué la pieza de Cranko es perfecta
No hay una encuesta oficial que avale esta hipótesis, pero después de tanto ver, conocer y escuchar a bailarines de todo el mundo, no sería difícil consignar cuál es la obra con la que la mayoría sueña. Onieguin, la masterpiece de John Cranko, sin dudas, encabezaría ese ranking imaginario. La idea está sobre la mesa y nadie acerca un objeción. De cara a las magras cinco funciones que a partir de hoy presentará el Teatro Colón, los protagonistas escuchan, conversan, reflexionan alrededor de la pregunta: ¿qué tiene este ballet que tanto los desvela? ¿Son los roles, es la coreografía o el peso dramático de la historia de un amor no correspondido?
Marianela Nuñez podría hablar de Onieguin por horas; fue Olga mucho tiempo antes de que le llegara el papel de Tatiana en el Royal Ballet de Londres, la compañía que la puso en el centro de la escena internacional. "Generalmente las obras más dramáticas tienen una parte física menos demantante, pero ésta cubre todos los aspectos. Tiene cinco superpapeles, que permite que haya cinco superbailarines en el escenario la misma noche, y para el cuerpo de baile también es una oportunidad excelente. La música de Chaikovski; la historia, que el público puede seguir fácilmente a través de los actos. Están todos los ingredientes necesarios para un hit, para que funcione, para que los bailarines nos peleemos por hacerlo", se ríe, y codea al aire, representando una virtual puja de talentos. "Es imposible no querer ser parte", sentencia horas antes de debutar con su primer ballet completo en el Colón.
"Además, este ballet -retoma la idea Juan Pablo Ledo- te encuentra en la madurez de la vida, como hombre, como mujer. Tenés que estar muy seguro de lo que sos y de lo que hacés, y haber vivido las experiencias necesarias para degustarlo. El maestro Víctor Valcu [el repositor rumano, con su mujer, Agneta, responsable del montaje], que es la tercera vez que trabaja con nosotros, nos decía que ve una evolución, pero él nos transmitió lo mismo en todos estos años. Somos nosotros los que ahora encontramos esa forma cercana a la que Cranko pensó. Maduramos en el escenario y en nuestras vivencias". Ledo cuenta -y Karina Olmedo, su compañera en el reparto, da fe y completa- que años atrás no tenía los recursos de hoy para asumir el rol, que los Valcu le enseñaban hasta a sentarse como el aristócrata protagonista y él tenía que humedecerse a cada rato el pelo y peinarlo hacia atrás para parecer mayor y componer a Onieguin. "Es una obra con la que te olvidás que estás viendo ballet; es ballet, se baila, pero la historia está tan presente que ves como actores ejecutando pasos. Al revés que lo habitual, cuando ves bailarines interpretando una historia", piensa Olmedo, integrando también el punto de vista del espectador.
En esa mirada, la del público, se pone Parente para rescatar otro valor de este título fundamental de la danza del siglo XX. "La repercusión es grande y eso le suma mucho a la obra. Hace poco, mi hija Azul me confesó que la primera vez que la vio terminó temblando. El público se comunica con la obra y con el contenidos psicológico que tiene". Y suma Matías Santos: "Es un éxito sobre todo porque permite sentirse identificado. Generalmente en el ballet uno está acostumbrado a la fantasía, a las hadas, los cuentos, y esto tiene que ver con la condición humana misma".
Nadia Muzyca emplea la figura del "viaje" -uno de esos que en el trayecto te modifican- y en la conversación vuelve con insistencia la imagen del "camino" que propone Cranko con su creación, inspirado en Pushkin. "Todo lo necesario para recorrerlo está marcado ya", señala Parente otro atributo del coreógrafo, y cuenta una anécdota: "Los Valcu tienen un libro que es mágico. No sé cómo lo hacen, pero ahí ellos escriben todo. Por ejemplo, ponen: «ella mira a la izquierda, deja el pie a la derecha, está parada cerca del centro (pero no dice cuánto)...». Tienen todo ahí, y no sólo los movimientos, sino también las posibilidades que admite la obra de hacer algo o no".
Desde el primer día que Marcia Haydeé lo bailó en Stuttgart, Onieguin es insuperable. ¿Si tiene par? Ante la pregunta, suenan los nombres de otros genios, pero los seis bailarines (las tres Tatiana, los tres Onieguin) ya no vuelven a ponerse de acuerdo. La conversación se bifurca entre títulos clásicos y nombres de piezas más abstractas. Onieguin hay uno solo: el que esta tarde volverá al Colón cuando se corra el telón de Kuitca y en el jardín de la casa se oiga el canto de un par de hermanas que vivirán dolorosas historias de amor.
Una cuestión no sólo de números
El tema de la pobre cantidad de funciones que hace el Ballet del Colón llega en toda charla con bailarines. Para ellos está más que justificado que haya tres repartos de Onieguin, pero en absoluto que sean sólo cinco funciones. En la vecina orilla, Julio Bocca y su Ballet Nacional del Sodre presentarán 14 veces este título entre fines de octubre y comienzos de noviembre. Marianela Nuñez dice que el Royal Ballet de Londres baila al año cinco veces más que el Colón: para Onieguin suelen ser cuatro repartos, con cuatro funciones cada uno. "En una compañía como ésta, donde todo es tan difícil, cuando llega una obra así se genera un clima positivo, y eso no suele pasar", remata Olmedo, cuya experiencia le pone peso específico a su voz.
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