Oscar Araiz y un recital de solos que dialoga con su historia, que es también la historia de la danza
“Vertical” lleva a la calle Corrientes, lejos de las tendencias, la delicada relojería de los espectáculos de un coreógrafo fundamental; el detrás de escena y el lazo del maestro con una bailarina “olímpica”, profunda e inconfundible
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Algo vertical es perpendicular al plano del horizonte; que viene de arriba hacia abajo (como un legado). Hacer la vertical es poner el cuerpo de cabeza, en una línea.
Con la cabeza en los pies y los pies en la cabeza, en una recta, la bailarina estira el cuerpo como una flecha, a un costado del escenario, durante lo que podría ser para ella el tiempo muerto de un ensayo de luces. Pero en este caso, no hay tiempo muerto: cada segundo es movimiento, más pequeño o más grande, subir y bajar (de una mesa, por ejemplo), correr en círculos, hacia adelante y hacia atrás; extenderse y plegarse. Tres horas y media más tarde, cuando todavía sigue escuchándose al coreógrafo corregir la intensidad de unas leds, pedir que se acentúe un efecto o cambiar el color en el piso de una escena, la intérprete sigue ensimismada en su rutina. No se queda quieta, no habla, no toma agua. Apenas en un momento se abriga. Podría no estar allí si no fuera porque su presencia en escena (y sobre todo el nivel de concentración) resulta en algún sentido, para quien la contempla desde la platea, apabullante. Ahora sentada en el piso, de pronto parece un fauno. Luego extiende, de abajo hacia arriba, su mano hacia la del coreógrafo. En el aire se dibuja un lazo, entre una mujer de 29 años y el hombre de 80 cumplidos; “un hombre orquesta” al que ya en 1969 describía así el diario The Guardian, admirado por la capacidad del maestro.
Oscar Araiz y Antonella Zanutto trabajan juntos hace una larga década. Si no supiera su nombre, un espectador de danza con el ojo entrenado la reconocería al instante y diría que es “la bailarina de Araiz”. No se confunde con ninguna otra. Depende de cómo le dé la luz, su torso (los hombros, la espalda, que es un mapa o un territorio) puede parecer un mármol renacentista. Ella integró la primera camada cuando se creó el Área de Danza en la Universidad Nacional de San Martín y fue parte del Grupo UnsamDanza, compañía con alumnos y egresados de la diplomatura (luego licenciatura) en Artes Escénicas, que dirigió el coreógrafo y que es hoy una gran pérdida. “Antonella produce un impacto a primera vista, puede ser eso que se llama carisma, más allá de las aptitudes físicas, lejos de los modelos, como una distribución armónica; recuerdo que me pareció olímpica”, dice el coreógrafo, pilar de la danza contemporánea en la Argentina. “Once años desde aquella audición en las que nos elegimos mutuamente. Nuestro lazo no deja de crecer. Cada día compartido es sorprendente. Y eso es producto de la continuidad, la perseverancia, que parecen tan difíciles de sostener hoy, aquí”.
Zanutto, por su parte, reconoce a Araiz como “constitutivo”. “Identifico su firma en cada movimiento, en cada transición, en el abordaje del espacio, en el análisis del sonido y de la música, en la consciencia de la manipulación de la mirada del público como si fuera capaz de editar lo que ve siendo yo misma aquello que es observado. Entiendo (y eso mismo intento ejercer como intérprete y transmitir a mis alumnos en mi tarea de docente) que bailar o producir danza es algo muy distinto a la técnica, que si bien la involucra y requiere de una ejecución muy precisa, sucede cuando acontece el diálogo, cuando el lenguaje opera como medio para producir un discurso que termina por conmover a quien es testigo en una sala de ensayo o en un escenario. Es eso lo que aprendí con Oscar, a hablar ese idioma para pronunciar su propio discurso, que son sus coreografías; y como toda lengua materna, tengo impregnada su voz, su puño y su letra”.
A propósito de diálogos, para la tercera escena de Vertical –la obra que se estrena el próximo martes, en el teatro El Nacional- Araiz tomó “reminiscencias” de su historia que es, también, un capítulo importante de la historia de la danza en la Argentina, cuando incorpora coreografías de Renate Schottelius y Dore Hoyer: “Aria”, “Angst”, “Amor”. En una pregunta sobre ese diálogo alumno-maestro-asistente, entre el pasado y el presente, responde Araiz: “Algo que emparenta a Antonella estrechamente con Dore Hoyer es la honestidad consigo misma, el rechazo a lo superfluo, una búsqueda de lo medular sin concesiones. Y también su dimensión, su altura, física y espiritual. Decir que se apropió del lirismo de Renate Schottelius y del patetismo de Dore Hoyer no es poca cosa. El germen de ‘Reminiscencias’ fue un taller que hice para los alumnos de la Unsam en el que conté con la asistencia de Anto y de Yamil Ostrovsky [quien también interpreta un solo, el primero, ‘Malandra’, con música de Kagel]: Recuperación de la poética y el vocabulario de Dore Hoyer. Al terminar sentíamos tanta satisfacción que decidimos continuar recuperando dos solos de la serie Afectos Humanos, y seguimos y seguimos con Mary Wigman, Gret Palucca, Ana Itelman. La pandemia no nos impidió hacer ‘Anonimamatum’ por Zoom [la segunda escena]. Y en Vertical se completan estas evocaciones a todo lo que nos nutrió, nos impresionó, desde las imágenes metafísicas de Noemí Lapzeson [que en Ginebra fundó su compañía Vertical Danse, designación que homenajeaba al poeta argentino Roberto Juarroz y a su Poesía vertical, y que le cede el título también a este trabajo] pasando por las sutilezas de Kurosawa y hasta los arcaísmos del Ballet Russe. Aunque los valores históricos no forman parte de las tendencias ni del mercado, permanecen en nosotros y sobreviven en un teatro comercial de la calle Corrientes. Más allá del ‘suceso’, ¿no es sorprendente?” Resta entonces referirse a “Tanagra”, coreografía de Araiz con música de Debussy que cierra la función, de exactos 60 minutos.
Si la luz es un elemento importante de la puesta, el video de Matías Otalora está en primer plano. En ocasiones, es escenografía, completa una poética, da contexto, aporta un sentido; en otras, reproduce la grabación de la misma bailarina, que de tan amplificada en la pantalla se puede acompañar el recorrido de sus venas en una fuga por el brazo derecho. En la platea, siguiendo cada minuto del ensayo, está Renata Schussheim -en pandemia festejaron cincuenta años de pareja creativa con Araiz- que dice que su vestuario de Vertical fue “casi zen”. En ese momento entra la imagen de una catedral con un haz que cae desde la cúpula sobre la pequeña figura del coreógrafo, parado en el medio del escenario, que pide en voz baja lo que quiere. Minuciosamente y sin apuro está haciendo lo que le gusta: editar, dirigir, enfocar.
¿Cómo se inscribe esta obra en el repertorio de un creador fundamental? “Es difícil de afirmar -piensa Zanutto- porque su inicio me antecede y su profundidad es demasiado vasta, y porque hacerlo implica cierto gesto de suposición para el cual la prudencia y la empatía no alcanzan. Pero luego de trabajar con él desde hace más de doce años puedo identificar que Vertical tiene la particularidad de recuperar un formato que signó toda una época de la danza moderna y que corresponde al Concierto de Solos, el cual a su vez configuró un modo específico de presentación escénica de bailarinas potentes. En este sentido el espectáculo reviste por sí mismo un valor histórico para mí muy conmovedor y distinto del que podría asociarse a otras obras de Oscar. Entre aquellas bailarinas se encuentra Dore Hoyer, con quien él trabajó y a quien menciona como una influencia determinante en su propia construcción artística. Esto designa una segunda cualidad de Vertical, y tiene que ver con que su repertorio involucra tanto la recuperación de obras de maestras de Oscar como creaciones de él mismo, entre ellas un homenaje a Dore”.
Cierto -como expresa Zanutto- este espectáculo parece reconstruir de algún modo la “genealogía artística de Araiz”. Tal vez por esa definición y los nombres que se barajaron en todos estos diálogos sobre Vertical vuelve a la memoria Escrito en el aire (INT), el libro que el coreógrafo publicó en 2019, año de grandes homenajes a su carrera (desde el documental de Paula de Luque hasta el Konex de Platino). Los nombres que se evocan aquí están en aquellas páginas con toda su humanidad -además de su sabiduría y su arte-, tanto en el vívido relato como en un generoso anexo de personalidades que desfilan con protagonismo en la trayectoria de Araiz.
PARA AGENDAR
Vertical. El martes 19 de octubre, a las 20.30, en el Teatro El Nacional, Corrientes 960. Repite el 2 de noviembre. Entradas desde $2000.
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