Oscar Araiz: "Prefiero la cocina a la vidriera, la sala de ensayo al escenario, lo confidencial a lo divulgado"
Treinta y seis minutos de conversación con Oscar Araiz son como un bocadillo delicioso en un posible banquete. Después, el intercambio seguirá por escrito: un terreno privilegiado para quien elige cuidadosamente cada palabra. Pero antes ya de sentarse frente a un grabador que le muestra la lucecita roja, él ya dice mucho. En el paso meditado –como las palabras, cada pisada parece apoyarse en el lugar justo– sube y baja ascensores, escaleras, recorre pasillos, acompaña el curso de los vericuetos de un edificio histórico, fantástico, con las venas abiertas como América Latina. "Buenas tardes, maestro". Uno, tres, seis bailarines se acercan, le dan un beso. Él se saca la mochila de la espalda, la cuelga en un perchero y guarda allí un par de auriculares donde Bach vive, lo protege, lo armoniza. Acaba de atravesar la ciudad para llegar desde la Universidad de San Martín, donde tomó exámenes, hasta el edificio de la ex Biblioteca Nacional en San Telmo, para ensayar con el Ballet Folklórico Nacional la obra Tango suite, que creó en sus años en Ginebra y que ya había montado una vez para esta compañía, pero no se había estrenado. Toma un sorbo generoso de agua fresca, cierra la botellita. Se mantiene en silencio. Piensa. Sube una escalera más. Y se sienta. Hace contacto visual y ahí viene la primera sonrisa, la voz de la experiencia, las enumeraciones que caracterizan su hablar. Una carcajada estrepitosa de pronto le ilumina la cara.
Entre el premio Konex de Brillante que le otorgaron en noviembre, el lanzamiento de su libro Escrito en el aire (INTeatro) y el homenaje que este viernes le harán en el Teatro San Martín, que incluye la proyección de la película de Paula de Luque Escribir en el aire, el coreógrafo atraviesa una temporada de público reconocimiento a su trayectoria impar. ¿Por qué ahora? "Habrá que preguntarle a las estrellas", sugiere él. "Hay cosas que son contagiosas y llegan a constituir nuevas tendencias. Y así como tan rápido se constituyen, pasan de largo".
–Como una estrella fugaz.
–Somos estrellas fugaces.
–Si pensáramos en hitos, medio siglo de carrera se cumplió el año pasado desde que en 1968, a tus 28, creaste el Ballet Contemporáneo del San Martín. Y tus 80 de edad los cumplís en diciembre de 2020. Así que sin más excusas a la vista, ¿qué te representa a vos este momento?
–Cada acontecimiento de estos que se han alineado y están en conjunción representa algo diferente, pero hay cierto contagio de una cosa a la otra, sobre todo lo que tiene que ver con los medios. O con el olvido. Estamos entre dos polos. O con la moda, con lo que se usa y lo que ya no se usa. Es todo muy fugaz, volviendo a tu frase. Fue muy lindo el lanzamiento del libro, que se cristalizó después de ocho años de espera. Un proceso con stops, con frenadas, muchas. En lo personal, este año es muy diferente de los ritmos habituales, por dos hechos: ya no dirijo más el área de danza de la Unsam y lo otro es la decisión común de disolver mi compañía y cada uno seguir su camino. Para mí fue como una liberación. Pero como nos amamos quisimos juntarnos en un escenario y hacer como una fiesta privada, pero pública, el 14 y 15 de diciembre [con Pléyades], compartiendo dos funciones del Ballet Folklórico, solo por el gusto de encontrarnos.
–Internamente cierra un ciclo.
–No, uno cree que cierra y no cierra nada, y uno cree que abre y no abre nada. Cada uno está ya haciendo un recorrido propio. Esa aparente disolución de la compañía y haber dejado el cargo en la universidad hizo que mis tiempos cambiaran. Estoy mucho más en mi casa, que es lo que más me gusta, y así fue que me dediqué a terminar el libro. Esa es la razón por la cual salió el libro. ¿Por qué se hizo la película? Viene de otro lado.
–Sin embargo, el libro es como un guion preliminar del documental, se oyen frases que antes se leyeron, textuales.
–Están encadenados. Paula tenía el proyecto hace mucho tiempo y cuando yo digitalicé el libro le dije si quería verlo. Prendió enseguida y empezó su propio mambo de lo que yo soy y hago, porque es su visión. Ella está haciendo lo que a mí más me gusta hacer: editar, dirigir, enfocar.
–¿Dirigir? Varias veces dijiste que a vos no te gusta dirigir...
–Me refiero a dirigir una compañía. El director tiene etiquetado un rol de autoridad que tiene mala fama, de paternalismo; no es un rol agradable de recibir ni lo son las obligaciones que te acarrea. Yo no soy un buen padre, no soy padre, no tuve padre, no tengo modelo de padre. Tuve padre, pero fue ausente. Hay ciertas cosas de autoridad, de castigo, premio y permiso que me resultan difíciles. Lo que pasa es que con tantos años dirigiendo compañías algo debo haber aprendido, siempre apoyado en un equipo y tratando de que las relaciones sean horizontales, fraternales, eso es lo que más me gusta.
–En tantos años tuviste un montón de esos "rótulos" y con las compañías más grandes, las oficiales: dirigiste el Ballet Contemporáneo del San Martín, el Estable del Colón, el Argentino de la Plata, la compañía de la Unsam. ¿Es parte de un pasado al que ya no te interesa volver?
–Una cosa es hacer una gestión en Buenos Aires y otra cosa es hacer una gestión en Ginebra. Depende. Acá no solamente las gestiones son dificultosas. Cruzar la ciudad es asfixiante. Por eso me gusta tanto quedarme en mi casa, no me banco ciertas realidades. Voy con los auriculares, con la música de Bach todo el día, que me pone en eje y me da pila, como dicen los chicos. Y evito los ruidos; tengo mucho problema con la polución sonora, me resulta muy agresiva.
–La política, ¿te interesa?
–No, para nada. La política (…) no puedo explicarte lo que yo mismo no entiendo. Es como si me hablaran en otro idioma, así me pasa con la política. A veces me pregunto si la confusión es externa o si soy yo el que no entiende el proyecto en los demás, pero escucho los discursos y las charlas y las conversaciones y la gente utiliza las mismas palabras con sentidos diferentes y pueden estar horas hablando de cosas diferentes. ¿Eso es política? En realidad es como una evidencia psicológica humana más grave.
–Serie de eventos o casualidades, hay otro link entre este Escrito en el aire y el trabajo del mismo título con el que volvías al escenario del Teatro San Martín hace exactamente diez años. Esa obra estaba hecha de retazos de tu trayectoria. Un poco como el libro, un poco como la película. Escrito en el aire parece, a esta altura, un concepto.
–Lo estuve viviendo y ahora lo puse en palabras. Primero lo puse en pasos. Cuando hice Escrito en el aire, la coreografía, me fascinó una obra de [Luciano] Berio, la Sinfonía de 1968 donde uno de los movimientos es de una sinfonía de Mahler que usa como urdimbre y encima echa compases de La consagración, de Schöenberg, Strauss, le superpone Debussy, y todo eso se toca, está escrito en la partitura. Por si fuera poco agregó voces, los Swingle Singers en la versión original, que dicen, cantan, susurran, gritan, armonizan textos sacados de diversa procedencia, muchos escritos como grafittis en las paredes del 68 en París. Un universo fantástico. Berio es un gran editor y, como te dije, hacer eso es lo que más me gusta. Editar sonidos, movimientos, palabras, el coreógrafo y el director hacen eso, ponen cierto orden, determinan, eligen, se equivocan, vuelven a empezar, y construyen. Yo soy constructivo, ultraconstructivo. Hasta muchas casas construí. Como una obsesión. Muchísmas casas.
–¿Tuviste muchas mudanzas?
–¡Puf! Me gusta el hecho: comprar el terreno, hacer el plano, plantar el árbol, elegir el color… todo eso es muy marchoso. Después cuando la casa está hecha, capaz que la vendo, la regalo, la presto.
–Y la danza que está en el aire, ¿qué huellas deja?
–Emocionales. Totalmente emocionales. A mí el mayor halago que me pueden hacer por una coreografía o un instante de teatral es cuando viene un señor o una señora, más o menos de mi edad, y me dice: "¿Usted es Araiz? Oh, me acuerdo aquella vez cuando [tan tatán tatán tatán, tararea la célebre "Danza de los caballeros" de Romeo y Julieta, de Prokofiev, abriendo los brazos). Eso es como una especie de marca. Sucedió, ¿cuándo fue? En el 70. Todas las marcas se borran, con eso tiene que ver el aire: no queda una huella. Pero hay una emoción fuerte que está todavía ahí, en el cuerpo, en la cabeza, en las conexiones muy interesantes que uno vive. Yo coreografié una cama con un papelito y un lápiz, porque me estoy moviendo por adentro, estoy ejecutando lo que dibujo. Hay relaciones entre la mano, la cabeza, la musculatura, la imaginación y el pensamiento que son muy interesantes.
–El dibujo, la pintura, vinieron primero y se quedaron.
–Sí, sí. Para ordenar preciso hacer una lista de los elementos que voy a ordenar, para trabajar con una partitura preciso hacer una estructura. No soy músico, tengo una oreja tremenda, pero no toco ningún instrumento. Lo lamento. Hago mi partitura, tengo los ritmos, las melodías, los tempis, los pizzicatos, los pianísimos, eso me construye una dramaturgia, y puedo jugar con esa dramaturgia o ilustrarla… Dialogo con la música estrechamente y eso hace que lo que estás viendo esté soportado por una dimensión mucho más poderosa, abstracta y misteriosa. El discurso del Konex me permitió hacer esa confesión, no avergonzarme por no hacer las cosas que no se deben. Ilustrar la música es algo que no se debe, está fuera de la tendencia que rige nuestra época. A mí no me importa.
–Con lápiz y papel, como se te ve en el documental, ¿qué dibujás?
–Dibujo la coreografía, los cuerpos como muñequitos; son un ayudamemoria porque hago formas que me gustan que ni siquiera están inspiradas por un sonido en ese momento ni por un sentimiento. Es un registro personal que solamente yo entiendo. Es una alquimia como estar en la cocina.
–¿Sentías una necesidad de registrar tu experiencia?
–No fue una necesidad personal, pero a mí me gusta escribir. Y el libro fue casi un encargo. La madre del libro es Beatriz Lábatte. Es un repaso de cómo hago yo las cosas y por qué, qué las motivan, qué las producen, qué pasaba en ese momento. Y ahí apareció el tema del contexto que es fascinante y que en la danza es importantísimo, porque la danza sin su contexto es muy frágil. Teniendo el tema, el sujeto, me resultó fácil escribirlo.
–¿El sujeto?
–El sujeto era la cocina: las herramientas, no las herramientas de la danza, de las cuales hablo mucho, sino las herramientas compositivas en general: el cine, la música, la pintura, mezclo eso con circunstancias políticas y sociales. O personales. Cuando lo terminé de escribir dije "Uy, es una autobiografía". Mal. Empecé a eliminar los "yo yo yo", pero es mi voz y no puedo evitarlo. Ya tenemos demasiados egos flotando por aquí, en el arte sobre todo.
–En la película aparece todo el tiempo un pez, un goldfish naranja.
–Heredé el tema de los pescaditos de mi abuela, que tenía una pecera y un canario, con su jaulita. Me fascinaba. Era muy chiquito. Hasta que un día –vivía en Flores y siempre iba caminando por Hortiguera hasta Parque Chacabuco– veo un zaguán, oscuro, y adentro unas luces: eran acuarios prendidos. Un señor grande, muy atento, el presidente de la asociación de piscicultores, me invita a pasar. Vi ese mundo y quedé fascinado. Muchas veces pensé: ¿qué es lo que me atrapa? Me atrapa el silencio, la dinámica, es como un teatro, un escenario, una máscara. Así empezó mi pasión por los pececitos, me entretenía con ellos. Viajaba con ellos. Y vivía en hoteles, ¡qué ridículo! En la bañadera, ponía el agua y los tiraba un rato para que hicieran ejercicio. Una sola vez llegaron a reproducirse. Fue una cosa que me ayudaba. Un aspecto armonizador, estético, vital, biológico.
–Sobre la prepotencia –no, la palabra es "impertinencia"– de la juventud que evocabas en una conversación con Renata Schussheim. ¿Cómo se ve en perspectiva? ¿Cuál fue tu impertinencia?
–La impertinencia parece inherente a la juventud aunque puede presentarse con diferentes modalidades según su contexto generacional. La mía estaba disparada por una seguridad en los objetivos. Lo sorprendente es que las acciones respondían por instinto, eran los deseos los movilizadores. No me cuestionaba los porqués, hacía. Esa especie de compulsión no aparece habitualmente en los estudiantes que frecuento. No quisiera generalizar demasiado, pero a la hora de desarrollar ejercicios de construcción coreográfica (otro término con mala prensa) veo más planteos intelectuales que acciones orgánicas. Eso parece una pobre versión de conceptualismo. Felizmente existen excepciones. [La impertinencia] A veces sirve para reforzar egos, lo que en la adolescencia vemos como un proceso natural a fin de diferenciarse de otra generación, los padres, los maestros. El peligro es anclar en esa actitud más tiempo del necesario y adoptarla como marca personal. Pasamos fácilmente de espejismo en espejismo. Deseamos romper los mandatos –legítimamente– y vamos creando otros. Así fueron las vanguardias o las tendencias. Son efectivas como movilizaciones de crecimiento y a la vez fosilizan las dinámicas con el pensamiento crítico. Solo pretendo transmitir mis impresiones y evitar comparaciones.
–¿Con tantas obras en tu haber (unas 150 cuenta Beatriz Lábatte en el texto introductorio de tu libro) pensás en cómo legar ese patrimonio?
–En realidad, no puedo verlo así. Más bien pienso en asegurarme que no quede. Estas fantasmagorías no deberían sobrevivir a su contexto. Quiero decir que si poseen algún valor está condicionado a la percepción, mirada, sensibilidad, interpretación o emotividad de su tiempo, y ya sabemos que los ciclos (espejismos) temporales son cada vez más breves. Y podría darte ejemplos personales de pasados "sucesos" que hoy no resistirían ser exhibidos. Por eso elijo no hablar de "obras", porque si eso fueran quedarían expuestas (ya estamos ahí) en una especie de mercado vandálico. Casi siempre preferí la cocina que la vidriera, la sala de ensayo que el escenario, con todo el respeto que un espacio sagrado impone. No sé si se trata de algo pasajero (seguramente), pero caigo en la cuenta de que lo que realicé en los últimos tiempos esconde una intención antagónica con todo lo anterior; me atrae más lo privado que lo público, lo confidencial más que lo divulgado, el ejercicio de cámara más que la "obra" y su resonancia.
Un homenaje en cuatro pasos
- Sobre Escrito en el aire, el libro publicado por la editorial del Instituto Nacional del Teatro:
"Es un ejercicio sobre los procesos de trabajo que compartimos con la danza y con el teatro. Produjo en mí como una expansión de conciencia porque me hizo investigar, retroceder, recuperar, recordar información que desconocía y fue una forma de conocerme más a mí mismo, a mi historia, a mi país, a mi cultura". Los ejemplares pueden conseguirse de forma gratuita en las representaciones del INT en todo el país o descargar aquí
- El Konex de Brillante al artista de la década 2009-2018 en la categoría música clásica y también el premio de Platino al coreógrafo de ese período distinguió a Oscar Araiz el mes pasado. Su reflexivo discurso de aceptación estuvo dedicado a la música y la relación de ésta con la danza: "Un vínculo espiritual las enlaza, residuo de ceremonias ancestrales (...). Hoy me siento abrazado por la música".
- El homenaje y la película. Este viernes, a las 18, en el hall del Teatro San Martín (Corrientes 1530), habrá un homenaje al coreógrafo, con una entrevista a cargo de Laura Falcoff. Luego, a las 19, se proyectará la película Escribir en el aire, de Paula de Luque, sobre el mundo creativo de Oscar Araiz. Dice la directora: "Me interesa especialmente el proceso de creación en Araiz, el de un universo deshilvanado que súbitamente asume la materialidad y solidez del cuerpo revelando sus estructuras internas físicas y mentales. La teatralidad de las situaciones, la concentración, los interrogantes, el límite entre lo manifestado y el vacío, la acumulación y el derrumbe". Entrada gratuita sujeta a la disponibilidad de la sala.
- Las funciones de Tango Suite. El jueves 12, a las 20, el Ballet Folklórico Nacional de la Dirección Nacional de Organismos Estables estrenará Tango suite de Oscar Araiz en la sala Argentina del CCK. La misma obra se verá también en las funciones del sábado 14, a las 20, y domingo 15, a las 19, en el Centro Cultural Haroldo Conti, Av. Del Libertador 8151. Y el 20, 21 y 22, a las 20, en el Parque Centenario.
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