Onieguin
Imponente puesta inspirada en el poema de Alexander Pushkin
Onieguin, por el Ballet Estable del Teatro Colon: dirigido por Lidia Segni. Dirección musical de la orquesta estable: Javier Logioia Orbe. Bailarines invitados: Alicia Amatriain y Jason Reilly. Coreografía: John Cranko, basada en el poema Evgueni Onieguin, de Alexander Pushkin. Música : Piotr Tchaikovky, arreglada y orquestada por Kurt-Heinz Stolze. Coreografos repositores: Agneta Valcu y Victor Valcu. Diseño de escenografía: Pier Luigi Samaritani. Diseño de Iluminación: Alfredo Morelli y Carlos Morelli. Diseño de vestuario: Roberta Guidi Di Bagno. Sala: Teatro Colón. Nuestra opinión: muy buena.
La versión de Onieguin que presenta el Ballet Estable del Teatro Colón irradia romanticismo no sólo a través de la música, sino también de la coreografía, de la escenografía, de la iluminación y, por supuesto, de los personajes. El verso de la novela de Pushkin invita a proyectar la imaginación con el velo de melancolía que envuelve a los protagonistas de la historia. Tamara, sencilla y tímida muchacha de campo, se enamora de Onieguin apenas lo conoce, pero él, un citadino soberbio y amoral, la rechaza indolente. El es el promotor de generar celos en su amigo, Lenski, prometido de la hermana de Tatiana, hasta que el enfrentamiento se termina por resolver en un duelo en el que Lenski pierde la vida. La rueda de la fortuna lo vuelve a mostrar en la casa del príncipe Gremin, donde se le revela que la princesa consorte no es otra que Tatiana. Al descubrir una súbita pasión por la joven, Onieguin trata de recuperar su amor para encontrarse en ese momento rechazado por ella, que prioriza su condición de mujer casada por sobre sus propios sentimientos.
La resolución estética que ofrece este ballet es de una entrañable belleza. Se conjugan la escenografía con una arquitectura asentada en altas columnas y amplios espacios; el vestuario con diseños que varían según las escenas campestres o los grandes salones, por la iluminación que establece climas tanto brillantes como oníricos y, fundamentalmente, por la interpretación de los bailarines que dan relieve a la coreografía de John Cranko.
Alicia Amatriain, como Tatiana, alta y espigada, puede transmitir físicamente la vulnerabilidad de los espíritus románticos y muestra con su arte una imagen etérea y volátil, que se transforma en brazos de su partenaire en un pluma desplazada, rítmicamente, por la brisa. Jason Reilly, por su parte, impone su presencia con gallardía, impecable en su desenvolvimiento personal, y demuestra que, como partenaire, posee todo el aplomo y la seguridad para brindar a su compañera la tranquilidad de tener un soporte inefable.
No fue menor el desempeño de Juan Pablo Ledo, como Lenski, en transmitir su enamoramiento y pasión, y Carla Vincelli, chispeante y alegre, muy convincente en el papel de novia.
Todos los protagonistas con un alto nivel expresivo. El Ballet Estable, a partir de la dirección de Lidia Segni, demuestra un afianzamiento mayor como cuerpo, aunque es justo reconocer que el elenco femenino se ensambla con más precisión que el masculino.
Finalmente, la Orquesta Estable sonó brillante bajo la dirección de Javier Logioia Orbe, que con mano firme destacó los momentos cruciales del drama traducidos por temas de Tchaikovsky, especialmente los fragmentos del ciclo Las estaciones y de la sinfonía fantástica Francesca d a Rimini. Un espectáculo que se mereció las ovaciones que le brindó el público.
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