Onegin: todo un acontecimiento artístico, con un resultado radiante
El Ballet Estable del Teatro Colón estrenó anoche esta obra maestra del repertorio del siglo XX
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Onegin, ballet en tres actos. Coreografía: John Cranko, basado en novela de Alexander Pushkin. Música: P.I. Tchaikovsky, arreglos de Kurt-Heinz Stolze. Por el Ballet Estable del Teatro Colón, dirigido por Mario Galizzi. Reposición: Thierry Michel. Supervisión: Tamas Detrich. Escenografía: Pierluigi Samaritani. Vestuario: Roberta Guidi di Bagno. Orquesta Filarmónica de Buenos Aires con dirección de Tara Simoncic. Próximas funciones: sábado 3 y del martes 6 al viernes 9, a las 20; domingos 4 y 11, a las 17. La función del primer domingo tendrá transmisión vía streaming en la página web y las redes sociales del Teatro Colón.
Nuestra opinión: Excelente
En la calma rural de una dacha con algo de Chéjov, las escenas iniciales que animan Jiva Velázquez y Rocío Agüero (Lenski y Olga) transmiten la alegría inocente de una tarde campestre con un dúo refinado mientras Camila Bocca, la soñadora Tatiana, lee una novela romántica, ajena al entorno. Nada prenuncia el drama que, a partir del momento en que ingresa a escena Federico Fernández, esto es, Eugene Onegin (dandy oscuro, imperturbable), se instalará en la vida de estos seres. Son los cuatro pilares de Onegin, la emblemática creación que Pushkin concibió en 1833 y que el talento de John Cranko coreografió más de un siglo después para el Stuttgart Ballet.
Una vez más, desde su incorporación al repertorio del Ballet del Teatro Colón en 1994, esta pieza capital de la danza del siglo XX sube a escena del teatro oficial, con el cuerpo estable dirigido por Mario Galizzi. Todo un acontecimiento artístico, dicho así, de entrada: el resultado es radiante.
¿Cuál de los rubros en juego en el complejo combo de este espectáculo gana preponderancia? Difícil discernirlo. A ver: tenemos un texto (la novela en verso de Pushkin), una selección de piezas de Tchaikovsky, la coreografía original en la excelente reposición de Thierry Michel con supervisión de Tamas Detrich y cuatro intérpretes que, con equilibrados recursos, bailan roles destinados a artistas –he ahí la clave del desafío- dramáticamente dotados. Y finalmente la conducción orquestal: la firme batuta de la sorprendente Tara Simoncic (¡brava!) guía a una ajustada Filarmónica en una partitura armada como un patchwork por Kurt-Heinz Stolze.
Ya en el bucólico arranque, Fernández sugiere la espinosa personalidad de Onegin con la frialdad implacable del dandy metropolitano que observa con desdén cómo Bocca-Tatiana se deja ganar por una fascinación rayana al embobamiento adolescente, una ingenuidad que poco después se resolverá en la emblemática escena del espejo; el fervor la conduce a un (imaginado) dúo de sutilísimas figuras, en las que Fernández afronta un par de portés de arriesgada ejecución y ella, por los aires, se vuelve etérea. Admirable.
El acto central del cumpleaños en la mansión acabará en una de las situaciones coreográfico-dramáticas más complejas, en pasos y actitudes, de todo el repertorio del siglo XX: los “intercambios” (tan lúdicos como peligrosos) a los que se entregan los integrantes de este “triángulo de cuatro” y que desemboca en el fatídico reto a duelo; la marca del destino, en fin, pero no del azar: jugar con fuego depara dolorosas quemaduras. Un trazado coreográfico genial y una ejecución de inobjetable ajuste.
El solo de Jiva Velázquez en el bosque, previo a la consumación del duelo (una lamentación equivalente al aria de Lenski en la ópera homónima del mismo compositor) lo revela como uno de los más dotados intérpretes, en el ámbito local, de su generación.
La observación alcanza a su compañera Camila Bocca, que transita de la Tatiana del jardín inicial a la madura dama de unos años después. Será en el acto que se abre con una ovación a la compañía, “congelada” en parejas y en actitud de baile (como un still coreográfico), y que finaliza en la intimidad del tocador de la protagonista, serena en apariencia pero presintiendo la escena tan temida (y tan esperada) de volver a enfrentar a Onegin. El de Fernández-Bocca es un dúo tironeado en cruces y giros (otra genialidad de Cranko) para culminar una historia de amor alguna vez soñada, nunca plasmada, siempre pendiente de un delgado hilo de pasión y desquites. Un ballet siempre actual que no renuncia al encanto del melodrama: el amor, la venganza, la muerte.
Función suspendida
La función de esta noche correspondiente al ballet Onegin queda suspendida por motivos de público conocimiento. El Teatro Colón informará a la brevedad su fecha de reprogramación.
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