Oleg Ivenko: "Hoy, lo mejor es la libertad para bailar en todas partes"
El ucraniano interpreta a Rudolf Nureyev en El cuervo blanco, film sobre una famosa deserción que cambió la historia de la danza
SANTIAGO, CHILE.- Con la chaqueta negra de Basilio y una sonrisa pícara ladeada, el bailarín sale al escenario para hacer la variación masculina del celebérrimo pas de deux de Don Quijote. Se prepara: un brazo en la cintura y el otro arriba, la pierna izquierda atrás e... inicia la secuencia de grandes saltos. El ucraniano no es la reencarnación de Rudolf Nureyev, no, y sin embargo, en la tercera Gala Internacional de Ballet de Providencia, una comuna de Santiago a la que algunos le dicen "providanza", nadie le quita los ojos de encima. Es que desde principios de año, en todo el mundo, Oleg Ivenko es conocido como Rudi, el protagonista de El cuervo blanco, film en el que Ralph Fiennes recrea -más que la vida- un capítulo central en la historia de este paradigma de la danza: la deserción de la Unión Soviética, en 1961.
"Quiero ser libre", le había dicho Nureyev a la policía de París en el aeropuerto Le Bourget, a la vista de todos, cuando los agentes de la KGB -que no le habían perdido pisada en su temporada de funciones, nuevas amistades y salidas nocturnas- lo instaron sorpresivamente a volver a Moscú. Los días previos al emblemático pedido de asilo político en occidente, un hito que cambiaría definitivamente su propia carrera y la danza del siglo XX, la ciudad luz ya se había convertido para él en sinónimo de libertad y la igualdad.
Si la expresión "el cuervo blanco" quiere señalar que es distinto de los demás, extraordinario, la película (que en la Argentina está disponible en Flow, plataforma que también acaba de incluir un documental sobre el famoso bailarín) cumple con mostrar las singularidades de Nureyev, comenzando por su carácter. "Tuve que convertirme en un maleducado", había declarado varias veces el joven bailarín del Tatar State Academic Theatre de Kazan, que conversó con LA NACION antes de su actuación en Chile. El film transmite también la sensibilidad de un genio en ciernes, alimentada por los recuerdos de la infancia y las emociones que le provoca el arte. "Tengo una obligación, ver todo lo que pueda: Picasso, Matisse, Rodin", dirá el libreto de Oleg Ivenko, tomando las palabras de aquel, para transmitir las fuentes de inspiración que lo movían.
Desde esa primera gira en occidente con el Ballet Kirov, la narración emprende varios flashbacks: su nacimiento en el transiberiano (por eso lo primero que quiere hacer cuando llega a París es comprarse un tren de juguete), el ingreso al salón de clases de Leningrado donde conoce a su mentor, Alexander Pushkin (interpretado por el mismo Fiennes). Como director, el actor de El paciente inglés se interesa muchísimo más en las vivencias del artista que con el tiempo se convertiría en un ícono pop que en el ballet en sí mismo -en ese sentido, la biografía que escribió Julie Kavanagh apuntaló el proyecto-. De hecho, la mayoría de los pasajes bailados son extractos documentales. Eso no simplifica ni le resta mérito al trabajo de Ivenko, que un año antes de que comenzara el rodaje, en Serbia, París y San Petersburgo, comenzó a estudiar y prepararse para componer el que probablemente sea el primer gran papel de una carrera en el cine que anhela próximas experiencias. Mientras un agente trabaja para él en Gran Bretaña en busca de otro éxito, se comenta que en la BBC (que coprodujo El cuervo blanco) son devotos de este personaje cuya vida da para más de una película.
-¿Cómo te descubrió Ralph Fiennes?
-Hubo un gran casting en San Petersburgo, con muchos candidatos, como Sergei Polunin [el superstar y controvertido bailarín obtuvo finalmente el papel de Yuri Soloviev, compañero de cuarto de Nureyev durante el tour por Europa]. Una de las directoras del casting me mostró a Fiennes y ahí comenzó una relación y un nuevo camino que fue y es muy interesante. Él es un gran director, una gran persona, un gran actor y ama Rusia, su historia y su gente; creo que eso hizo que todo fuera muy especial. No hay mucha gente que quiera hacer una película rusa.
-Contame sobre el proceso para componer este personaje tan intenso: leíste libros, miraste videos, pudiste hablar con la gente que lo conoció. Pierre Lacotte, por ejemplo, o la joven chilena Clara Saint [interpretada por la francesa Adèle Exarchopoulos], que jugó un rol clave para que Nureyev obtuviera el asilo político.
-Miré muchos videos, leí libros, reuní opiniones de gente que conoció a Nureyev, y todo eso me ayudó mucho, pero Ralph me ayudó más porque tuvimos una conexión muy particular. Él aprendió ruso y yo aprendí inglés, al mismo tiempo, y era necesario que actuara en diferentes idiomas, lo que no fue fácil. Hasta ese momento solo sabía decir "Hello", "How are you", "Bye"; ahora, por supuesto, hablo un poco más. Conversé con mucha gente que lo conoció, por ejemplo, Clara Saint, que vive en Francia; ella fue muy amable conmigo. Baryshnikov ayudó a la película, también, como Irina Kolpakova y muchos rusos que compartieron su carrera con él.
-¿Alguno de esos clips que viste fue revelador o te dio una llave?
-Sí, tal vez hubo uno en especial, en el que se ve a Nureyev rodeado de periodistas, con sus micrófonos y cámaras. Él está sentado y solamente los mira. Esa escena me ayudó mucho a trabajar en lo que le pasaba por dentro.
-Cuando te mirás en el espejo, ¿qué ves de Nureyev en vos?
-Yo no soy Nureyev, pero me imagino que él diría: "Yo soy el mejor, el número uno" [se ríe, simpático, parodiando con arrogancia al personaje]. De hecho, yo creo que fue el número uno del mundo del ballet, alguien muy especial.
-¿Era más desafiante bailar o actuar como Nureyev?
-Te diría que las dos cosas: bailar y actuar al mismo tiempo. Porque si solo bailás nunca actuás y si solo actuás no sos Nureyev. Van juntas.
-Y respecto de la danza, ¿qué fue lo más difícil?
-Necesitaba cambiar por dentro; únicamente si lograba modificar algo en mi interior se vería por fuera. Creo que eso fue lo más importante. Trabajar mi mente, mis sentimientos para que la gente pudiera ver diferentes facetas. Luego, adquirir la plástica de su danza y antes de ir al escenario pensar: voy a llegar a esta gente y mantenerla conmigo en toda la función. Eso es lo que quiero y eso es lo que pienso cuando salgo al escenario.
-Leí que antes de hacer el film tenías una mala opinión de Nureyev.
-Tuve que cambiarla, por supuesto. Yo soy muy amable, Nureyev, no [vuelve a las risas]. Antes del film solo lo conocía como "el mejor bailarín", nada más. Nunca había escuchado sobre su relación con Pushkin, por ejemplo.
-¿Qué creés que significa hoy para la nueva generación de bailarines rusos?
-Creo que todavía es uno de los favoritos en todo el mundo: él cambió el ballet para los hombres. En Rusia hoy todo es mucho más libre. Antes, si bailabas en el Kirov solamente bailabas en el Kirov. ¡Pero él quería bailar en todos lados! Y eso es lo más importante para las nuevas generaciones: bailar en todas partes, y podés hacerlo. No tenés que quedarte en un solo teatro, necesitás bailar en todas partes, porque tu vida como bailarín dura 25 años y luego... qué vas a hacer.
-Decís que tenés 23 años.
-No tengo 23.
-¿Cuántos años tenés entonces?
-No voy a decírtelo.
-¿Más o menos 30?
-No voy a decírtelo [sigue riéndose]. ¡Y no luzco de 30!
-Rudi te dio un poco de su popularidad todos estos meses. Visto desde aquí, ¿el film se convirtió en una plataforma de lanzamiento o en una cárcel?
-Me gustó mucho tomar este rol y fui muy feliz trabajando con todo el equipo. Ahora mucha gente me conoce y estoy muy agradecido a Ralph Fiennes por mostrarme al mundo entero. Pero por supuesto soy Oleg Ivenko, no Rudolf Nureyev. A veces, solo a veces...
-¿Problemas de personalidad?
-No, necesitás tener el control puesto aquí [señala su mente], eso es muy importante. Espero trabajar en más películas donde la danza y la actuación se mantengan juntas.
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