Oh, Fortuna: Carmina Burana llega al Teatro Colón para abrir la temporada con todos los cuerpos en escena
La obra de Mauricio Wainrot es un clásico de la danza contemporánea, pero nunca se había visto en Buenos Aires con bailarines, coros, cantantes y orquesta, un formato arrollador que echa a rodar el año
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Al principio tuvo que enamorarse de la música. Subirse al auto, salir a manejar y despacio ir escuchando los cantos, una y otra vez. No reparó en la letra, que habla de la fortuna como una luna o como una rueda, siempre cambiante, y del goce de la naturaleza, los placeres terrenales, el amor carnal. De la vida buena. Ese sentido ya lo había trabajado Carl Orff cuando a partir de una selección de viejos manuscritos de los siglos XII y XIII, pertenecientes a unos monjes benedictinos de Baviera, compuso en los años de 1930 la célebre cantata escénica que de mil modos llegó hasta los oídos de todo el mundo (también los que creen que no, todos conocen la música de Carmina Burana). Dos o tres días de andar por la ruta sin darle tregua al estéreo y se apropió de la cadencia de los versos. Recién entonces fue y le dijo que sí a Robert Denvers, director del Ballet Real de Flandes, la compañía de Bélgica que le había hecho el encargo: crearía una nueva coreografía para ellos.
Pasó un cuarto de siglo desde entonces. Mauricio Wainrot está viviendo un renacer personal después una larga etapa en jaque. La salud lo tuvo exactamente como en una de esas partidas de ajedrez que parecieran no terminar nunca. Cuando creía que salía, “jaque”. Lentamente se recuperaba para volver a empezar. “No sabía qué iba a ser, hace dos años estuve en coma. Y sí, puedo, ¡puedo totalmente!”. Hoy se ríe, exuda entusiasmo; flamea el bastón en una exclamación sonora, hace una segunda posición de piernas tan abierta que, a los 77 y con varias cirugías de cadera, da miedo a los que lo miran, no a él, que luego levanta los dos brazos al cielo. “¡Oh fortuna!”, le falta decir, como en el final de su obra, que se fue convirtiendo en un clásico de la danza contemporánea.
En Buenos Aires, la Carmina Burana de Wainrot se vio en incontables oportunidades: en la sala Martín Coronado del Teatro San Martín, en la avenida Corrientes junto al Obelisco, en el Luna Park, pero nunca de este modo. Con el Ballet Estable en el escenario, la Orquesta Filarmónica en el foso y los Coros (el de niños y el Estable) en los palcos avant-scène, así, al modo de un gran espectáculo del que participan además tres cantantes (soprano, contratenor y barítono), abrirá mañana la temporada 2024 del Teatro Colón.
“Es una obra complicadísima, con tantos bailarines. Y acá la estoy haciendo con más bailarines que otras veces. Una de las partes más fuertes es Taberna, dura unos 17 minutos. Hay un solo (¡Ledo está brutal!) y otro de Ayelén [Sánchez], que también está muy bien. Empieza con tres hombres, después viene un cuarteto, luego hacen un dúo y el final es con todo el grupo”. Wainrot habla igual que el movimiento mismo que caracteriza a su estilo: es enérgico, imparable. Viene y se va de una idea como los bailarines en el escenario. “Cuando se hace Carmina se genera algo muy espiritual en el grupo, entrás en un estado muy fuerte”, advierte, y destaca el clima de trabajo.
Aunque le exija ductilidad (además de fuerza, técnica y resistencia), la compañía conoce bien el lenguaje de uno de los creadores más importantes del país, con el que trabajó antes, por ejemplo, en Carmen. Si algún intérprete se dejó puesto el carácter de príncipe o el de duque del repertorio más transitado, es hora de cambiar de piel. También para las mujeres, que por unas semanas dejan las zapatillas de punta y se amigan con las rodilleras en las salas de ensayo. Mauricio está realmente encantado con varias de ellas, las nombra en diferentes momentos (Camila, Rocío, Lola, Natalia, Eliana, otra vez Ayelén y más tarde Paula). “Yo me enamoro de las bailarinas, de los bailarines, no. Mi lado heterosexual pasa por enamorarme de las bailarinas”, confiesa. Se vuelve a reír.
Carmina Burana es una obra conocida y a la vez nueva para todos, menos para Juan Pablo Ledo, que la hizo hace veinte años, cuando él tenía 21 e integraba el Ballet Contemporáneo del San Martín, que Wainrot dirigió largamente. Ahora, cuenta el bailarín, ni bien escuchó la música volvieron los movimientos; recordaba los pasos de memoria y, ante el primer estímulo, la coreografía volvió a recorrerle el torrente sanguíneo. “Tengo todo el mecanismo y la danza en el cuerpo. Pasaron los años, las ganas están, la fuerza también. Mauricio me dice que ahora lo hago mucho mejor. Estoy enfocado desde un lugar diferente, luego de tantas cosas vividas que te van forjando como hombre y como artista. Por eso digo que a esta edad son regalos que vienen del cielo: estoy bailando por gracia de Dios. Me mantengo, trabajo duro y es muy agradable saber que sigo vivo, porque podría estar viéndolo desde la platea”.
Fortuna, primavera, taberna y amor
“Fijate que tiene cuatro temas muy independientes: fortuna, primavera, taberna, amor”, señala Wainrot los momentos de esta obra fragmentada. “Yo no me baso en la letra de los cantos. No es como decir ‘En el cielo las estrellas, en el campo las espinas’. No quiero ser literal. Orff tomó una serie enorme de manuscritos que hicieron unos monjes hippies y unos estudiantes que alababan la buena vida, la bebida, el sexo, lo que nos gusta a todos, pero que en esa época era pecaminoso (exageran un poco los que dicen que eso demuestra que la Edad Media no era tan oscura). Yo tomo el canto como música, igual que cuando hice El Mesías: Haendel hace la música basándose en los textos, entonces, si yo tomo la música el espíritu de esos textos ya está ahí. Acá pasa lo mismo”. Acaso esta explicación sirva como una autorización solapada para perderse el subtitulado en escena.
Del blanco inmaculado a las faldas de colores, los cambios de tema están acompañados además por el vestuario y la escenografía que creó el artista Carlos Gallardo, entonces compañero de vida de Wainrot. La producción, en este caso, proviene del Auditorio Nacional del Sodre de Montevideo, donde Carmina Burana se vio también con todos los elencos en 2019. Aquí los porteños reconocerán, seguramente, en el segundo segmento, Primo Vere, los atriles que en lugar de partituras tienen césped: una escenografía que dio origen a la instalación que desde la Plaza Lavalle supo dialogar con el Teatro Colón, justo frente a la entrada de la calle Libertad. El descuido y el vandalismo hicieron que la obra se fuera desmembrando. Originalmente, cuando Hernán Lombardi era Ministro de Cultura y la inauguró en el marco del Bicentenario, eran 36 las estructuras de hierro que sirvieron de marco para cientos de fotografías que dieron la vuelta al mundo. “A toda orquesta II”: hoy parece una ironía que se llame así, cuando del todo casi no queda nada. Tal vez Carmina Burana sea una gran oportunidad, o una señal, para restaurarla.
“Pero, ¿A quién le importa la cultura: a vos, a mí, a él?”, suelta el coreógrafo, y se impone entonces la pregunta por su mirada acerca de las decisiones que en este ámbito está tomando el nuevo gobierno. Wainrot, que durante la gestión de Mauricio Macri fue Director de Cultura de la Cancillería, mira con un ojo lo artístico y con el otro lo político. En cualquier caso, siempre lo caracterizó esa visión de ojo de pez. “Yo apoyo este gobierno en cierta cosas, pero en lo cultural estoy tremendamente asustado; molesto, mejor dicho, porque estamos confundiendo cultura con espectáculo comercial, y no tengo nada contra el espectáculo comercial, pero la cultura no necesariamente te tiene que dar dinero. Es como tener escuelas. La cultura es otro tipo de educación, que me parece muy necesaria. Es espiritualidad y el ser humano precisa espiritualidad. Lo vimos muy bien cuando pasó la pandemia; ahí se revalorizó la cultura y ahora pasa todo lo contrario. Lo que quiero decir es que la gente necesita de la cultura y estoy enojado porque la cultura no es tomada como cultura. La cultura es educación, formación y además una necesidad espiritual. Quiero eso para mi pueblo”.
Una rueda girando es lo que eres. Unos detrás de otros, los bailarines vuelven a formarse en el final. Levantan todos juntos los brazos lentamente hasta cerrarse arriba en un aplauso. Es Oh Fortuna, otra vez. La rueda dio un giro completo. En esta hora/ sin demora/ toquen las cuerdas del corazón;/ el destino/ derrumba al hombre fuerte,/ que llora conmigo por tu villanía.
Para agendar
Carmina Burana, de Mauricio Wainrot, con música de Carl Orff, por el Ballet Estable que dirige Mario Galizzi. La cantata escénica integrará en el mismo espectáculo a la Orquesta Filarmónica, el Coro de Niños y el Coro Estable, además de tres cantantes. Serán once funciones a partir de mañana y hasta el 27 de este mes, en la sala principal del Teatro Colón (Libertad 621). Entradas desde $4000; plateas, entre $34.500 y $41.000.
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