“Noestango” se la juega y rompe las convenciones: los cruces son infinitos, pero la tanguedad es incuestionable
El nuevo espectáculo de Ollantay Rojas fue una de las propuestas de danza locales del FIBA, pero continuará haciendo temporada en Timbre 4 desde el próximo lunes
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Noestango. Creación y coreografía: Lisandro Eberle, Ollantay Rojas y Milagros Rolandelli. Dirección: Ollantay Rojas. Intérpretes: David Alejandro Palo, Marcela Vespasiano, Nicolás Minoliti, Lisandro Eberle, Milagros Rolandelli. Música: Astor Piazzolla ejecutada en vivo por el Quinteto Revolucionario. Vestuario: Estefanía Boccanfuso. Iluminación: Agnese Lozupone. Galpón de Guevara, en el FIBA. Desde el 6 de marzo, los lunes en en Timbre 4.
Nuestra opinión: excelente
Tal vez por la argentinidad mundialista, por los reality shows o por el clima de época, parece que en la actualidad “darlo todo” es un mandato social. Noestango se deja arrastrar por esa ola y se la juega en escena con cada idea que los arroja al abismo una y otra vez. Los personajes se descuidan y se hacen zancadillas, se llevan a un pívot interminablemente angustiante, pero es claro que se trata de un artificio escénico, que los artistas se cuidan amorosamente cada vez que van al piso, cada vez que confían que pueden ser sostenidos para emprender un vuelo.
Y ese vuelo sucede sin importar el género de quien lo ejecute. Rompiendo el abrazo hasta que entren los cinco. Dejando el hueco para que lo llene cualquiera. Los roles de baile se deconstruyen y ya no se trata de varones que deciden y mujeres que acatan órdenes.
Las dos mujeres del elenco pisan fuerte en escena. Milagros Rolandelli, coreografía junto a Eberle y Rojas, sus compañeros varones, y cuando baila muchas veces es quien lleva. El poder aquí es rotativo y no binario, aunque no es lo habitual en el ambiente tanguero. Y por eso se cuestionan con humor algunas figuras de autoridad, otros maestros, otras cabezas de compañía. Marcela Vespasiano juega una artista despótica. David Palo, un coreógrafo que no logra fijar ninguna propuesta. Estallando las convenciones del tango de escenario, Estefanía Boccanfuso esquiva los estereotipos de vestuario. Noestango baila sin la obligación de volver sensuales todos los contactos ni “revolear a las mujeres como trapos de piso”.
Este último punto aparece en un manifiesto que comparten en el programa de mano. En ese conjunto de principios, retoman explícitamente el decálogo del Octeto Buenos Aires, que Piazzola presentó en 1955 para cuestionar hoy, una por una, todas las muletillas de lo que ven como una “danza arrasada por la industria cultural”.
Piazzolla se resignifica en su música, ejecutada en vivo y a veces en el centro de la escena magistralmente por el Quinteto Revolucionario. El conjunto, que sigue los arreglos originales de Astor, está compuesto por Cristian Zárate en el piano, Esteban Falabella en la guitarra, el violín de Sebastián Prusak y el contrabajo de Sergio Rivas, con Joaquín Benitez Kitegroski como bandoneonista invitado. No es casual que siempre se haya considerado que una formación de cinco músicos es el traje que mejor le iba a las composiciones de Piazzolla. Y el sonido de Gustavo Corrado y Alejo Pérez hace que los niveles y colores permitan a cada solista salir a jugar sin encimarse ni desaparecer.
Volviendo al programa de mano, allí niegan que se trate de un espectáculo de tango. No hay tacos, ni gomina, ni homenajes. Ya desde el nombre, Noestango se ríe de antemano de quienes puedan trazar una frontera para el género y dejarlos fuera. Pero la tanguedad de todo el espectáculo es incuestionable. Los cruces son infinitos y nunca se ven forzados. Bob Fosse y rueda de casino. Leyes de la física y danzas urbanas. Judo y teatro de revista.
Lo que Noestango propone no se agota en un panfleto de convenciones a romper. Todavía queda mucho por decir y por bailar. Y en sus cuerpos será tango, innegablemente.
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