Noemí Lapzeson: inolvidable figura de la danza contemporánea
Cuando Noemí Lapzeson partió de su Buenos Aires natal en gira con la compañía de Danza de Ana Itelman no tenía más de quince años. En Nueva York obtuvo una beca para estudiar en la Juilliard School y en 1959 ingresó en la Compañía de Martha Graham, en la que bailó durante una década. Las enseñanzas y la rigurosa disciplina de la gran coreógrafa y maestra estadounidense la acompañaron durante su carrera como intérprete pero, sobre todo, en su rol de docente.
Noemí Lapzeson, que había nacido en 1940 y murió anteayer, en Ginebra, acaso no resulte familiar para los bailarines argentinos de la última generación; en rigor, cuando bailó en la Argentina fue en calidad de visitante. Habría que decir, a boca de jarro, que fue una figura de la danza contemporánea de enorme reconocimiento internacional.
En 1967 se instaló en Londres, donde junto con Robert Cohan y Robin Howard, creó la London Contemporary Dance, un elenco con el que en 1973 vino a Buenos Aires y realizó algunas funciones en el Teatro Colón. Hasta que en 1980 recaló en Ginebra, Suiza, la ciudad que la haría definitivamente suya, junto a su hija, heredera de la nacionalidad suiza del padre. Dio clases en el Ballet del Grand Théâtre en la época en la que otro argentino, Oscar Araiz, dirigió esa prestigiosa compañía.
Pero, más allá de su incesante e intensa labor como maestra (incluso en Buenos Aires), Lapzeson desplegó su creación coreográfica con un lenguaje propio, íntimo y sutil. Una de sus creaciones de gran repercusión fue su solo Hay otros horizontes, ¿sabes?, que mostraba una bolsa de arena colgada en lo alto, que se iba descargando sobre su cuerpo desnudo tendido en el piso. También en Ginebra fundó su compañía Vertical Danse, designación que homenajea al poeta argentino Roberto Juarroz y a su Poesía vertical.
Nacida en el mismo año que Araiz, Lapzeson compartió con su compatriota algunos principios estéticos (y también éticos) en el modo de encarar la creación artística, expresados en obras de refinada poesía como Désir d'Azur. En octubre pasado, esta talentosa artista -de infrecuente belleza, además- había recibido el Grand Prix Suisse de la Danse, conferido por el Office Fédéral de la Culture; su Consejero general, Alain Berset, la definió como "una mujer que contribuyó de modo determinante a la proyección de la danza suiza".
Lapzeson, que continuó bailando hasta pasados los 60 años, visitó la Argentina con su compañía Vertical Danse en 2010, cuando presentó en el Teatro San Martín un solo y un trabajo grupal, Pasos y Corazón.
Regresó en 2011, también con su grupo, para ofrecer Tangos Eccelsiasticos (así, con doble "c"), una rara experiencia estrenada en Suiza dos años antes, para ser presentada en iglesias evangélicas y católicas. A pesar del título, la música no tenía que ver con el tango. "Las piezas que aquí danzamos, que apuntan al repertorio eclesiástico y a los tientos españoles -señaló entonces Lapzeson-, carecen de sustrato narrativo, como buena parte de toda mi producción; la presencia del órgano induce a crear una experiencia escénica no para un espacio teatral: a la inversa, aquí se impone un espacio teatral y profano en un lugar sagrado."
En su adiós definitivo, a los 77 años, deja numerosos exdiscípulos que, en distintas latitudes del mundo, supieron incorporar su refinada -y acaso única- concepción del movimiento y de la musicalidad.
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