Noche dorada para un ballet de figuras y promesas
El Metropolitano abrió el Mozarteum de Rosario
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Enviada especial
ROSARIO.- Es el tercer año consecutivo que el Mozarteum decide abrir su temporada rosarina con un espectáculo de danza. Más precisamente con el Ballet Metropolitano, elenco porteño que -paradójicamente- multiplica su cantidad de funciones en el interior del país, mientras que son contadas las ocasiones en que se lo puede ver en Buenos Aires (el 28 del actual, en la gala por el Día de la Danza en el Alvear, será una de esas raras ocasiones).
Para inaugurar el ciclo en el Teatro Astengo, entonces, la compañía que dirige Leonardo Reale presentó en esta oportunidad un programa mixto y versátil, de tutús clásicos, tangos estilizados y otros más sanguíneos, sí, pero, fundamentalmente, signado por una ágil pieza final con carácter de estreno. Es Bastones dorados, tal el título, que ahora posiciona a Reale en un lugar más arriesgado del mapa de coreógrafos de su generación.
Tras su paso por Rafaela, Paraná y Santa Fe, la Gira por la Paz del grupo que agita, literalmente, una bandera blanca y magenta, que simboliza la no violencia, hizo pie en Cañada de Gómez. Allí quedaron encantados con la pintoresca sala Verdi, reabierta en 2008, la que en su historia anotó actuaciones de Gardel y Eva Duarte. Pero anteanoche, en la no menos galante réplica de un edificio italiano de mediados del siglo XIX, el Ballet Metropolitano se entregó, contundente.
Con cinco parejas de bailarines –a la cabeza del plantel, Karina Olmedo y Edgardo Trabalón, figuras del Colón–, este grupo de cámara que se caracteriza por reunir a artistas de los principales coliseos de Buenos Aires renovó con este tour una interesante apuesta a nuevos valores. Excepcionalmente sin representación del Argentino de La Plata (Julieta Paul sufrió una lesión), para el segmento inicial de la maratón nacional que el Metropolitano tiene prevista para este año convocó a jóvenes formados en el Instituto Superior de Arte y que, de esta manera, comienzan a foguearse en la escena. Como Emmanuel Vázquez, de sólo 17 años, que con sus saltos de libélula se animará a medirse en el Prix de Lausanne. Y en tren de poner a cuerpos frescos frente a nuevos públicos, presentó en calidad de invitado al bailarín del Ballet Oficial de Córdoba Martín Parrinello Torres, y al desenfadado Diego Gómez, que tras una experiencia en el Ballet de Santiago que dirige Marcia Haydée en Chile, está de vuelta en el país.
Bailarín de colores
Lo curioso –o a estas alturas ya no tanto– es que con el concepto que manejan Reale y el productor Juan Lavanga, la compañía no sólo se consolida como una vía atractiva para encaminar a los que empiezan la ruta profesional, sino para artistas ya consagrados. “La principal razón por la que me sumo al Metropolitano es la falta de funciones del Teatro Colón”, ilustra Trabalón, y cuando ensaya una definición para sus búsquedas dice que quiere ser “un bailarín de colores”. De hecho, el programa que LA NACION fue invitado a presenciar lo mostró en registros varios y, por esos matices, fue quien más brilló.
Sobre temas de Tchaikovsky, el telón se corrió con Fantasía, quinteto para lucimiento de los bailarines de fila (especialmente, Aldana Jiménez). Seguido vino Arlequinade, de Petipa, pas de deux de rombos blancos sobre trajes negro que exhibió –amén de sus reconocidas fortalezas técnicas– a una Olmedo graciosa y a un descontracturado Trabalón, quien detrás del antifaz no pudo disimular el entusiasmo que le generan personajes como éste, alejados de los más habituales y almidonados príncipes. La primera parte del espectáculo se completó con dos obras de tango. De Gardel a Piazzolla –con músicas muy arregladas y estilizadas coreografías de conjunto– quedó un tanto opacada por el A Buenos Aires, de Gustavo Mollajoli, con música de Piazzolla, que en una muy sanguínea interpretación ofreció el tándem estelar.
Al final, el piso se hizo humo y un collage sonoro de William Handy, Benny Goodman y Duke Ellington, en composición con Vivaldi, sirvió a Reale para denotar el homenaje (a Fred Astaire y Ginger Rogers, a Bob Fosse y Jerome Robbins, al cabaret y al musical) que hay detrás de Bastones dorados. La compañía entera estrenó esta pieza de lenguaje clásico con ciertos elementos teatrales, que refuerza su imaginario con la incorporación de galeras y los bastones del título. Entre encuentros y desencuentros, flashes de humor y algunas pujas, lo que sobresale aquí, más allá de los destellos individuales, es lo dorado del conjunto.
Hacia un encuentro por la paz
- Así como el cuello ortopédico no le impide hoy, a dos meses de su delicada cirugía de columna, comandar las giras del Ballet Metropolitano (tienen más fechas por el interior confirmadas para mayo y julio), la rehabilitación tampoco imposibilita a Leonardo Reale fantasear con su regreso a los escenarios. La última vez que bailó con el Colón, elenco al que pertenece, hizo un espléndido bufón en El lago de los cisnes con el que el Ballet Estable despidió a Julio Bocca en el Luna Park (diciembre 2007). La vuelta a escena ahora él la imagina también en calidad de embajador de paz y ya planea, para octubre, un gran encuentro entre bailarines de elencos oficiales de todo el país en el Monumento a la Bandera, de Rosario, donde una vez Jorge Donn hizo Bolero.
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