Murió de Covid-19 Luis Biasotto, un verdadero mago de la danza contemporánea
Junto a Luciana Acuña fue uno de los fundadores del grupo Krapp, colectivo fundamental en el mapa de la danza contemporánea independiente; el joven creador falleció esta mañana, en Córdoba, víctima del coronavirus
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El coronavirus se cobró otra víctima. Este domingo se llevó a Luis Biasotto, un creador del campo de la danza contemporánea de una fuerza creativa única, expansiva, personal. Junto a la coreógrafa y también bailarina Luciana Acuña, en 1998 fundaron el grupo Krapp, colectivo clave en el mapa de la escena alternativa. Luis iba a cumplir en estos días 50 años. Junto a su pareja, la bailarina, coreógrafa y gestora Gabriela Gobbi, se habían ido a Unquillo, Córdoba, de donde es Luis. También para esperar el nacimiento de su bebé.
“Con proyectos que se cierran y otros que se abren, esos que te cambian la vida. Armando una casa soñada en la montaña, deseando que lo que venga sea alegría y bienestar para todos”, despidió el año en sus redes. Las mismas que, durante la tarde-noche del domingo, reflejan el dolor que atraviesa a todo el mundillo de las artes escénicas alternativas.
Hace una semana estaba internado. El cuadro era, al parecer, estable. Pero este fin de semana la situación se complicó y ya no hubo marcha atrás. Luciana Acuña y el cineasta Alejo Moguillansky habían viajado a Córdoba para estar con ellos como tantas veces lo hicieron en decenas de escenarios, en tantos espectáculos, en tantas giras por el mundo, en tantas películas.
Luis se crió en Unquillo, cerca de la ciudad de Córdoba. En el libro La danza contemporánea argentina cuenta su historia, de Marcelo Isse Moyano, precisamente contaba su historia, o la prehistoria de esas búsquedas que nunca se detuvieron y que lo llevaron a recorrer festivales de todo el mundo. Al tiempo de nacer, comentaba en esa publicación, le descubrieron que le faltaba un fragmento de vértebra. Vino una operación, un largo proceso de recuperación y mucho deporte. De joven el programa Clave de Sol le despertó el bichito de estudiar teatro. Cuando terminó el secundario, encaró a sus padres y les dijo que iba a estudiar arte dramático. “Eso es de putos”, le dijeron. Poco importó, como tantas otras veces le importó quedarse limitado en las categorías artísticas, en situaciones formales. “De acá en más, no voy a dejar la actuación hasta que me muera”, se dijo. Cumplió, nunca paró.
Al tiempo de haber iniciado la carrera, se anotó en un taller de danza (en donde conoció a Luciana Acuña) y, luego estudió literatura. El primero trabajo que hicieron se llamó No me besabas. El segundo, Mendiolaza. Eso fue el estallido, la carta de presentación de ese grupo verdaderamente icónico en el mundillo de la escena experimental posterior a El Descueve, la mudanza a Buenos Aires o la crítica de un medio norteamericano que afirmaba que se estaba frente a “teatro sofisticado que consigue también ser espontáneo y salvajemente alocado”.
Junto a Luciana y Luis estaban, y están desde esos tiempos de los inicios, los actores, músicos y bailarines Gabriel Almendros, Edgardo Castro y Fernando Tur. Conformaron un quinteto de extremado poder escénico que fue construyendo públicos, fanáticos. Esa familia artística, esa usina creativa a lo largo de los años fue creciendo, sumando creadores, socios, cómplices. Entre trabajos gestados por el grupo o en distintos roles que Luis Biasotto ocupó durante todos estos años trabajó junto a Agustina Sario, Marina Tirantte, Mariano Pensotti, Lola Arias, Rafael Spregelburd, José María Muscari, Gustavo Lesgart, Carmen Baliero, Mariano Llinás, Mauricio Kartun, Matthieu Pertpoint, Gabriel Chowjnik y tantísimos otros nombres.
En 2004, los Krapp decidieron separarse. “Estábamos hartos de estar juntos”, contaba Luis en el libro antes citado. “Todo bien, pero sostengamos lo que tenemos”, se dijeron en un momento crítico. En Portugal, producto de un profundo aburrimiento mientras hacían funciones de Mendiolaza, se reamigaron. A los dos títulos mencionados, se fueron sumando Nocau técnico, Olympica, A dónde van los muertos, lado A y B, El futuro de los hipopótamos y Rubios, que fueron estrenando en teatros de la escena alternativa, en el Teatro Colón, en el Cultural San Martín (en donde hace unos años montaron una retrospectiva en la que revisaban sus propia producción como grupo). Mientras todo eso sucedía, junto a Luciana Acuña y bajo la dirección de Alejo Moguillansky o montando trabajos que llevaron su firma, Luis nunca detuvo su marcha. Por su obra África fue premiado en el festival suizo Zürcher Theater Spektakels. “Luis Biasotto obtiene el premio para que, en el futuro, nos vuelva a conmover”, dijo el jurado. También obtuvo varios premios locales.
Formado en los talleres de Ricardo Bartis, Daniel Veronese, Alejandro Tantanian, Susana Tambutti, Roxana Grinstein y Eugenia Estévez, entre otros, el docente de la UNA estrenó en 2016 una obra que llamó Cosas que pasan. En un reportaje con este cronista, decía: “No me gusta que me digan bailarín, tampoco actor, porque no me siento actor, no lo soy. Acá, en Cosas que pasan, todos asumimos roles, somos nosotros mismos en escena y somos los utileros. Yo, en verdad, me siento más en el campo de la dirección, pero no sé...”, comentaba con ese nivel de ironía tan suyo como su profunda reflexión sobre su propia búsqueda “¿Seré un bailactor? ¿Seré un perforbailador?, se preguntaba siempre más inquieto por la pregunta que sus posibles respuestas.
El título Cosas que pasan no le salió fácil. “Estuvo más relacionado con la vida que con la obra, aunque terminó hablando de la obra. Recuerdo que yo me peleaba con alguien y mi vieja siempre me decía: Bueno, Luisito, son cosas que pasan. Y me pasaron un montón de cosas, me pasan un montón de cosas y pasan en la obra. (La expresión) tiene un efecto tranquilizador, es cierto. Vas a un velatorio y tirás algo de ese tipo porque no hay mucho para decir”.
O sí hay algo para acotar: en este repaso incompleto e impreciso por la vida de Luis Biasotto, la noticia de su muerte genera una profunda y enorme tristeza. Un golpe duro, muy duro. Desde otra perspectiva, su muerte deja en claro que el coronavirus se metió en las entrañas de la escena alternativa porteña. Del resto, como reconocía el mismo Luis, no hay mucho más para decir.
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