Miedo: humor, amor, violencia y pena en un intenso trabajo físico
Nuestra opinión: muy buena
Miedo / Dirección: Ana Frenkel / Intérpretes: Esteban Meloni y Diego Velázquez / Música: Diego Vainer / Iluminación: Paula Fraga / Vestuario: Constanza Pierpaoli / Codirección: Daniela Bragone / Producción: Silvina Silbergleit / Sala: Dumont 4040 / Duración: 55 minutos.
Dos hombres de traje en un espacio semivacío. Unas maderas en el centro de la escena parecen ser su endeble balsa. Dos sobrevivientes vaya a saber uno de qué naufragio. Cantan una canción, narran esa canción. Están solos y no casi hablan, pero tienen una historia que los dejó tirados sobre esos tablones que podrían ser barco, casa, hoguera o ataúd.
Escapan. Corren para que no los alcancen. A veces también huye uno del otro. Se persiguen, compiten, juegan, se ríen, se miden, se pelean, se desesperan, bailan, se transforman, cantan, siguen corriendo. Se necesitan. Cada uno es tabla de salvación del otro. Sobrevivir depende de estar juntos, de cuidarse, de protegerse, de despabilarse, de quererse.
Esto podría contar Miedo, la obra que con dirección de Ana Frenkel protagonizan Diego Velázquez y Esteban Meloni. Pero también podría ser otra la historia. No importa demasiado hilar fino al respecto. Porque cualquiera sea la interpretación que le dé el espectador, lleva el mismo caudal de intensidad, la misma voracidad actoral que, complotada con la música de Diego Vainer, arma una propuesta de una inusitada potencia. Truenos, que son disparos, que terminan en canción o danza de salón (el trabajo de iluminación de Paula Fraga es otro hallazgo).
Con la aguda mirada (tan linda, tan Descueve) de Frenkel, Velázquez y Meloni se entregan a esta obra de danza y teatro físico con una convicción que emociona. Ponen el cuerpo de manera franca y directa sin dudarlo un segundo. Los movimientos, mayormente coreografiados, son duros, ásperos, secos, pero de una sensibilidad y una precisión tal que se suavizan los bordes.
Desde el minuto uno todo en Miedo va in crescendo. Lo que al principio son pinceladas tímidas, gestos chiquitos hacia el final llega a la total desmesura. El dolor y la risa, y también eso que aparece como un juego entre el amor y la muerte. Los sentidos de los espectadores están cada vez más alertas para acompañar lo que llega desde el espacio escénico. El aroma a frutillas estalladas del final completa una paleta de sensaciones inesperadas. Diego Velázquez y Esteban Meloni por momentos se mimetizan, sus trajes se confunden, sus cuerpos se continúan. Es inquietante el trabajo que realizan: uno más parco, el otro más expresivo; uno minimalista, el otro más fuego; uno yendo hacia adentro, el otro puro desborde. Así y todo, podrían ser el mismo.
Es difícil dejar de mirarlos, no sólo porque están enfrente, sino porque se transforman en un imán que lleva al público a atravesar distintos estados. Humor, amor, violencia, juego, miedo, tristeza. "Querés irte lejos de mí", se preguntan y dan ganas de gritar: "¡noooo!".
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