Marina Otero: la bailarina punk de la escena experimental que ganó su Estrella de Mar
Hace cuatro años que dirige a Gustavo Garzón en 200 golpes de jamón serrano
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El año pasado, en el FIBA, la talentosa y personal bailarina y coreógrafa Marina Otero estrenó Fuck me, un trabajo verdaderamente demoledor, impactante. Iba a ser un solo en el marco, pero no: el cuerpo le dijo basta y en aquellas pocas funciones ella apenas se podía mover. “Dejar de bailar para una bailarina es, también, asistir a la muerte de su propia juventud”, decía la performer que estaba acompañada por cinco bailarines que desplegaban el mapa de sus obsesiones. Todo indica que ese impactante trabajo se repondrá en una sala pública o tendrá una nueva versión porque ahora el cuerpo de Marina le responde. Hiperkinética como es, mientras tanto, imagina una nueva obra junto al director y dramaturgo Martín Flores Cárdenas.
La chica de la escena alternativa, la del movimiento llevado al límite presenta los sábados, en Caras y Caretas, 200 golpes de jamón serrano, elogiado trabajo de su autoría y dirección en la que comparte escena con Gustavo Garzón como un juego de opuestos, de un puzzle imposible. En la obra, el reconocido intérprete dice: “Me di cuenta de que yo era un hombre sin cuerpo. Pura mente. Pura palabra. Un actor sin cuerpo. Y me dije: ‘Quiero hacer algo desde el cuerpo’. Quiero bailar, quiero cantar y quiero decir lo que se me cante”. Esta propuesta acaba de ganar el Premio Estrella de Mar en la categoría mejor obra dramática. La estrenaron hace 4 años, paseó por diversas salas alternativas en un recorrido en el cual este año le sumaron unas funciones en el Auditorium, de Mar del Plata, en medio de un temporada extremadamente atípica a causa de la pandemia. “Debe ser por eso que ganamos –se ríe en un bar de Palermo en charla con LA NACION– Además fuimos con una obra que no encaja con el tipo que se presentan ahí. Está bastante corrida del registro”.
–Hay muchas capas que parecen corridas de registro. El año pasado, para el estreno de Fuck me, tu estado de salud era muy delicado, apenas te podías mover; ahora llegás al bar con tu bicicleta. O el recorrido de 200 golpes... que, luego de presentarse en salas alternativas, gana un Estrella de Mar también habla de algo que juega con capas que parecen opuestas.
–Debo decir que todavía no entiendo nada de la vida, todo me resulta sorprendente. Que 200 golpes... se sostenga en el tiempo ya es un milagro. Del universo de Gustavo, yo cero. Nunca miré tele, vengo de otro mundo; pero nos entendimos en el juego de los contrastes, de lo diferente. Tanto es así que reconozco que me modificó mi vida y que la misma obra también lo modificó a Gustavo. Con Fuck me pasó lo mismo. Cuando la hice estaba pensando en la muerte. Venía de una compleja lesión que me había dejado paralítica duramente mucho tiempo. Esa obra para mí implicó la muerte de muchas cosas: de la chica bailarina, la de esa chica normal que va de acá para acá...
–Una chica “normal” corrida un tanto de ciertos parámetros...
–Sí, está bien, es cierto. Antes de Fuck me estaba flaquísima, no podía caminar, me sostenían mis padres y mi expareja. Todo lo que inicialmente me había propuesto hacer se fue para otro lado y terminó siendo lo que fue: algo mejor de lo que esperaba. Yo me sentía una persona vital, fuerte; y terminé mostrando a una persona muy frágil; todo eso fue un viaje. Sentía que el culo lo tenía por las rodillas y eso lo expuse en el escenario. Algo de esa fragilidad extrema me dio vuelta. Sumado a eso, al poco tiempo del estreno, vino la pandemia y Fuck me quedó congelado. Ahora la pregunta es cuándo volvemos y cómo lo haremos, qué contar. Si esa obra fue la muerte de esa bailarina que se rompía en escena, así era yo en mi faceta más extrema, es hora de que eso mismo aparezca desde un lugar mucho más sutil. Todo eso tiene que ver con lo artístico como con mi vida.
–Para una creadora acostumbrada a los escenarios alternativos, a los festivales internacionales, ligada a lo performático, ¿qué te pasó por el cuerpo durante la ceremonia de los Estrella de Mar?
–Yo no quería ir pero Gustavo, por suerte, insistió y nos mandamos. Son lugares que me cuestionan, que me angustian pero, inevitablemente, terminé pensando en qué pilcha me pondría (se ríe de sí misma). Cuando llegué a Villa Ocampo era todo tan... grasa, chorreaba grasa. Y aclaro que me gusta lo grasa, pero era todo taaaan convencional... tan televisivo que me daban ganas de romper todo. Nos morimos de frío, vimos a un standapero muy machirulo y cuando tuve que hablar para recibir el premio me propuse no ser incorrecta. Es que también hay un grado de soberbia con esto de decir que me cago en esas convenciones y el punto es no perder el respeto por aquellas personas que consideran que algo así es importante. Sí tenía en claro que quería agradecer a Gustavo porque hizo un trabajo muy grande para sus 60 años en aceptar que yo lo dirija, que lo lleve a un lugar por fuera de lo suyo, que supere sus propios abismos. Y eso fue y es, sencillamente, hermoso.
–También debe haber sido un trabajo tuyo sobre tus propios prejuicios al olor a spray en los teatros comerciales, pero también la escena alternativa tiene sus dogmas.
–Eso es así, claramente. Por eso hablo de mi propia soberbia. Yo también soy grasa, lo decía en Fuck me.
–Y lo decías en Recordar 30 años de vida para vivir 65 minutos, aquella potente experiencia biodramática que presentaste en varios festivales internacionales.
–Cierto, también. Pero la convención es lo que me tensa, me hace ruido Por eso en medio de la ceremonia me daban ganas de romper para no sentir que me estaba traicionando. Pero fijate cómo son las cosas, en la misma obra que hacemos con Gustavo yo me pregunto cuántos premios tengo que ganar para legitimizarme como artista, para que el público confíe en mí.
–Después de la premiación, ¿qué hicieron?
–Nos fuimos a Chichilo a comer pescado y a emborracharnos. Me tomé un rivotril post separación, le di la otra mitad a Gustavo y volvimos cantando al hotel. Al otro día nos despertamos y volvimos.
–Gustavo Garzón fue el que hace muchos años fue a ver Recordar..., el que te convocó para que lo dirigieras y con el cual siguen haciendo hace más de cuatro años 200 golpes... Se transformó en una persona importante en tu recorrido como lo fue el coreógrafo Pablo Rotemberg, con quien trabajaste en varias obras. Ahora bien, entre esos dos creadores hay enormes diferencias.
–Son muy distintos entre sí. A diferencia de Gustavo que me llamó, a Pablo lo busqué yo porque me identificaba mucho. Cuando vi El lobo pensé que era como mi alma gemela y me enamoré de su trabajo. Finalmente terminé en el elenco de La idea fija, que estrenamos en 2010 y que fue programada en diversos festivales. Claramente Gustavo viene de otro universo, pero es muy loco cómo esas personas con las que te cruzás van componiendo la propia obra, la búsqueda. Uno no puede controlar lo que desea, la misma creación va generando su ruta, sus encuentros, la propia poética.
–Una de las marcas de las obras de Pablo Rotemberg es que incluyen acciones físicas llevadas al límite. En Recordar... como en Fuck me vos hablabas de eso como si fuera una pregunta sin respuesta.
–Es una gran pregunta que sigo reflexionando, sobre esa necesidad de autoflagelación. Siempre fui muy autodestructiva aún en la vida real. Me he lastimado mucho, por eso le llevé a la ficción. Una vez me di la cabeza contra el capó de un auto unas 17 veces. Re punk lo mío. Por suerte eso ya pasó. El proceso de Fuck me tuvo que ver con esa pregunta. O sea, ¿para qué darme tan duro si no me podía mover? Uno piensa que el cuerpo se regenera, que está todo bien; pero no. Para mí ya no tiene sentido hacer mierda al cuerpo ni la cabeza; pero esa pulsión hacia lo extremo siento que también tengo que darle lugar en el campo de la ficción. Semanas antes del estreno de Fuck me no podía caminar, pero adentro mío sentía un fuego que tenía que expresarse de algún modo, eso sentía que debía expresarlo. Claro, sin necesidad de hacerme mierda contra el piso como lo había hecho un montón de tiempo.
–Con 200 golpes... ahora tienen unas nuevas funciones en Mar del Plata para los días de carnaval. ¿Cómo fue el comienzo de la temporada?
–Estrenamos cuando anunciaron el toque de queda. Fue terrible, no había gente en Mar del Plata y ese fin de semana fueron días de frío y lluvia. Imaginate: sala de mil butacas con 30 por ciento de aforo en ese contexto. Pero al final no estuvo tan mal, fueron algo más de cien personas. En Caras y Caretas empezamos con la sala llena, siempre en relación al aforo. A mí lo que me queda claro es que hay que recuperar el ritual, conectarse con los cuerpos, estar pendiente del otro. No hay que pedir más nada después de un año de virtualidad.
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