La argentina que brilla hace veinticinco años en el Royal Ballet de Londres está en Buenos Aires para bailar “El lago de los cisnes” en el Teatro Colón; a los 41, asegura, la historia no está todavía en el final
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¿Qué diría ChatGPT, el oráculo de moda, si le preguntáramos como al espejito, espejito del cuento de princesas quién es hoy la mejor bailarina de ballet del mundo? Por supuesto, la inteligencia artificial sabe perfectamente de Marianela Núñez, figura argentina que lleva un cuarto de siglo brillando en la Royal Opera House de Londres, tanto que la menciona en una lista escueta y algo desactualizada de “artistas talentosas”, no sin hacer antes una salvedad: “Como modelo de lenguaje, no tengo la capacidad de opinar ni de tener preferencias personales”. Por suerte los humanos sí podemos hacerlo y con eso alcanza para marcar una diferencia con las máquinas todavía insoslayable; gozamos del privilegio de elegir y, lo principal, contamos además con inteligencia emocional, lo que le permitiría a cualquier mortal que haya visto bailar a esta mujer en un importante escenario del mundo o en un gimnasio de su barrio, del otro lado de la General Paz, ofrecer una respuesta bien fundada.
Increíblemente ya con 41 años, por primera vez hará El lago de los cisnes en el Teatro Colón, donde antes fue Tatiana (Onegin en 2016), Aurora (La bella durmiente en 2017) y Ana (La viuda alegre en 2018). Su Odette/Odile, que tanta buena fama le dio, ha dejado boquiabierto a más de uno y se verá en tres funciones con entradas agotadísimas (la fecha que agregaron ayer quedó sold out en dos horas), siempre junto con el Ballet Estable: primero, el fin de semana, actuará con el invitado Kimin Kim como partenaire –es coreano, pero después de haberlo visto saltar y girar en los ensayos, algunos creen que viene de otra galaxia–, y el martes lo hará con el primer bailarín de la casa Federico Fernández.
Reina sin corona, Marianela llegó el viernes de Gran Bretaña, donde acababa de estrenar en directo para los cines una impresionante producción de La Cenicienta, clásico de Sir Frederick Ashton. En Instagram, a “CinderNela” le dejan comentarios que conmueven: algunos se refieren a su perfección técnica, otros hablan del “brillo” o el “resplandor”, no el del hermoso vestido Dior color champagne que lleva en el gran baile, sino el que tiene ella misma, como si se refirieran a una joya. La mayoría menciona la emoción que le imprime a cada personaje y los más avezados agradecen su forma de narrar, el significado que le otorga a cada paso como si fueran palabras de ese cuento que quiere contar.
Entre contagiosas carcajadas, vestida de violeta y negro –un outfit de su propia colección en NRBY, que tiene líneas de calle y para el estudio de danza–, puede percibir el cariño y la expectativa que despierta esta vuelta a casa, por ejemplo, en la foto que le piden a cada paso. Posa con todos. “No corran, vuelvo después: voy a estar acá toda la semana”, les grita por las escaleras a las alumnas del Instituto Superior de Arte que salen del buffet en el subsuelo del Colón ni bien la ven. También posa para LA NACION, con el edificio del teatro como telón de fondo y en la intimidad de su camarín, el número 9 esta vez: el café con leche se lo trae Zoraida, que vio a Marianela crecer cuando era alumna de la escuela. “La conozco desde que era niña, así que la tengo que cuidar”.
-Es tanta la expectativa que con una transmisión en directo se podía llegar todavía a más gente. ¿No te gusta el streaming?
-¡Amo el streaming! Acabo de hacer uno antes de venir: La Cenicienta en directo para los cines. Me parece muy importante llegar a más y a todos lados. Pero es una presión extra, sabés que están las cámaras ahí, que queda grabado, y de verdad disfruto, pero lo preparo muchísimo. Allá normalmente nos dan una filmación de práctica antes del vivo, y me gusta trabajar sobre ella, cuestiones faciales, de actuación; tenés que ver todo de una manera diferente.
-No es para menos: sos una bailarina que baila mucho con la cara.
-Exacto. Me gusta ese desafío, porque están las 2500 personas presentes en la sala, entonces: ¿cómo balancear bien un gesto para proyectarlo hasta la última fila de la platea cuando tenés una cámara encima tuyo? Soy bastante quisquillosa: quiero saber cómo se va a ver el maquillaje, las zapatillas, todos los detalles.
-Estrenaste esta versión de El lago de los cisnes, de Mario Galizzi, con Maximiliano Guerra, hace veinte años en el Teatro Argentino, sin embargo tu Odette/Odile tan famosa en el mundo nunca se vio en el Teatro Colón.
-Mi primer Lago de los cisnes fue ese, en La Plata, y después recién lo hice en el Royal Ballet en 2005: iba a ser con Thiago [Soares, su exmarido y partenaire], pero el estreno que tenía previsto Darcey Bussell con Roberto Bolle, tuvo que cambiar, porque Darcey se lesionó y, así, se adelantó mi debut tres semanas, con Roby, en Londres.
-¡Un estreno por todo lo alto! ¿Y cómo te sentís con esta versión?
-Hablábamos con Mario que hace un montón que no la hago, pero fue increíble, como un flashback, enseguida la recuperé. Es verdad que algo te queda en el chip.
-Tenés más reciente en el cuerpo a versión de Liam Scarlett y la de Anthony Dowell.
-La verdad es que eran muy similares, solo el cuarto acto de Liam es completamente diferente, porque usó otra parte del score de Tchaikovsky, pero el pas de deux del segundo acto y el del tercero, son muy similares. Bella, Giselle y Lago son los ballets que más hago, pero especialmente pasa con este que hay más lesiones y termino sumando funciones extra. Y es lo mejor hacer muchísimas funciones, porque es dificilísimo de alcanzar lo que uno quiere.
-El famoso Everest.
-Es así, totalmente. Cuando crees que llegaste, decís: no, pará, la cima es todavía más allá. Ese es el desafío que me encanta. Y de todos los ballets, este es el que me da más vértigo.
-Decís vértigo, pero con la mano hacés gesto de miedo. ¿es un temor técnico por los 32 fouettés, por la interpretación trémula Odette o por el doble rol?
-No es una sola cosa, sino el paquete entero. Pensá que es un ballet en el que no tenés brazos. Por ejemplo, en La bella durmiente todos los port de bras son como los aprendemos de chiquitas en clase, obviamente les tenés que poner la parte artística, la musicalidad, pero lo hacemos desde el comienzo. Con Lago no tenés brazos, son alas, y los pasos son extremadamente difíciles, entonces -en el segundo acto, sobre todo, pero en el tercero también- enseguida la tensión puede verse y eso no debería pasar. Lo que quiero decir es que no se trata de un paso específico, no es la resistencia ni la dualidad de los personajes: es todo eso junto.
-Maya Plisetskaya decía que tal es la demanda de esta obra que cuando ella terminaba de bailar no podía volver a hacerla hasta dos o tres días después, porque quedaba vacía. Vos vas a hacerla tres veces, en 96 horas.
-Tal cual, no te queda nada; es cuerpo y alma lo que dejás. Por eso a mí me llama la atención esta locura. Hubo semanas en el Royal que bailé El lago de los cisnes cinco veces en siete días.
-Será la adrenalina, ese factor que decís que tanto vas a extrañar cuando te retires.
-¡Cómo voy a extrañar todo esto el día que no lo tenga! El desafío es tan grande, y lo que siento me despierta a la vez una pasión que, explicame, cómo puede ser que algo que te da tanto miedo al mismo tiempo te dé tanta satisfacción. Es de locos, pero van juntos. Eso es lo que me alimenta. Termino la función y si fue fantástica me quedo feliz, y si no lo fue me amargo, pero al día siguiente sé que tengo otra chance.
-Te preguntaba antes por Liam Scarlett, ¿cómo quedó la compañía después de su trágica y prematura muerte?
-Volvimos a hacer su Lago el año pasado. Justo en estos días se cumplió un nuevo aniversario [Nota de la Redacción: el coreógrafo británico se suicidó a los 35 años el 17 de abril de 2021, un año después de que una investigación por conducta sexual inapropiada no encontrara “hechos que llevar ante las autoridades”]. Está presente siempre. Hay toda una generación que lo tuvimos de compañero cuando él era bailarín y otros chicos solo lo conocieron como coreógrafo. Es un tema difícil de hablar, fue alguien que creó muchos ballets en mí, y le tengo un cariño y un respeto enormes. Fue muy, muy triste lo que pasó, y dejó un legado maravilloso. No me olvido más la noche que estrenamos su Lago en 2018, el orgullo que sentía, y la responsabilidad, a sus treinta y pico de años, de tener algo así entre manos.
-Hablando de responsabilidades, con tu nueva marca de 25 años cumplidos en el Royal Ballet, te entregaron una medalla de plata en el escenario, frente a todo el público.
-¡Fue una sorpresa! El tema esa noche era la nueva producción de Cenicienta, que el teatro llevaba seis meses preparando, una obra que hacía quince años que no montaba, ¡no era about me! Estaba con Vadim [Muntagirov, su partenaire] cuando antes de salir me dicen que le habían enviado a mis padres un link para que vieran la función en YouTube, luego me di cuenta por qué: cuando terminamos, entró Kevin O’Hare [el director del Royal Ballet de Londres] al escenario con el micrófono. Vadim me dice: “¿van a ascender a alguien? ¿nosotros no hacemos esto así, no?” Y cuando empezó a hablar de lo que significaban veinticinco años de servicio, miré alrededor y vi que no había nadie más que pudiera ser [se ríe a carcajadas]. La medalla se la dan a todos, como la dorada a los cincuenta, pero no esperaba que fuera en una noche tan especial. Mi jefe es una de las personas más humanas que conozco, se lo digo seguido: nunca vi alguien que tenga un puesto de tanta ocupación y responsabilidad, y sin embargo siempre le quede espacio para gestos así. El día de mañana cuando yo sea directora, porque me gustaría muchísimo serlo, es mi ejemplo a seguir. La puerta de su oficina está siempre abierta para que todo el mundo pueda hablar, se puede discutir, por eso el clima de la compañía es increíble. Hay un líder muy bien parado.
-Es la primera vez que te escucho decir con tanta seguridad qué querés hacer después de que te retires.
-Me encantaría. No lo tenía claro. Pero ahora sí y él es mi ejemplo, seguro.
-Mencionabas a Giselle, Lago y Bella, títulos fundamentales del repertorio clásico. Sin embargo, se te vio muy entusiasmada el mes pasado con la obra de Wayne McGregor dedicada a Virginia Woolf, Woolf Works.
-Aluciné. Estar en el estudio con tremendas artistas como Alex y Osi [por Alessandra Ferri y Natalia Osipova]. ¡Wow! Y todas completamente diferentes. El genio de Wayne nos permitió a cada una encontrar su propia manera. También Alessandra, con quien yo tengo muy identificado el rol, nos decía eso. La obra es fantástica. La historia de Virginia Woolf es muy poderosa, y hablando de algo tan triste y fuerte, cómo se puede encontrar belleza y vulnerabilidad, y verlo de otra manera. ¡Los llantos que me pegué!
-Alessandra Ferri cumple 60 años el mes que viene: otra referencia para alguien que no quiere bajarse del escenario.
-¡Increíble! Totalmente. Ella, Sylvie [Guillem], Leanne Benajmin, las tengo de heroínas, porque es posible. Así que obvio.
-Le decías hace poco a un diario británico que tu cuerpo a los 40 está mejor que en los 20.
-No lo estoy tratando de vender para la galería, es literalmente así. Desde chica le presté atención a lo que decían otros bailarines, sobre cuándo uno empieza a declinar; veía a muchas bailarinas que a los 36 años, por ejemplo, ya no estaban para Bella durmiente, Lago. No todas: ¡Leanne Benjamin bailó Lago después de tener su hijo con 42 años! Acá mismo, hablaba ayer con Silvina [Perillo], y ella hizo los clásicos hasta que se retiró y tenía 45. Es posible. Yo hago La Bella durmiente ahora y al día siguiente voy a trabajar otra vez. No siento que mi cuerpo esté cambiando.
-Pero decías “mejor”, no “igual”.
-Está mejor, sé usar el cuerpo mejor, porque con la experiencia y el cuerpo todavía funcionándome como corresponde, puedo unir las dos cosas. Normalmente uno se pone más maduro y el cuerpo te empieza a dejar. En este caso tengo las dos cosas y eso es un golazo. Lo disfruto, vivo las funciones de otra manera, no sé si puedo decirte con libertad, pero puedo experimentar desde otros ángulos. No solamente siento que estoy mejor que a los veinte sino que siento que todavía no llegué a mi punto máximo.
-La avidez por aprender la conservás y al cuerpo fibroso de siempre no se le nota esfuerzo. ¿Vos lo ves?
-No, intento que no, pero eso viene con la experiencia, con el trabajo. La gente me dice “parece que estás bailando como si nada”.
-Alguien te agradecía en tus redes los otros días por contar el cuento de la Cenicienta con cada paso; hablaban de la narrativa.
-Los pasos pueden estar bien hechos o no, el cuerpo no es una máquina, pero uno está usando ese vocabulario para contar una historia y llegar a la gente. Es como escribir: no es solo tener miles de palabras, es saber usarlas. Y cuando no hay historia, se puede crear poesía con el movimiento. Bailarines como Alessandra son capaces de estar sólo parados sin bailar, y los aplaudís. Fui a ver a Osipova en Woolf Works y haciendo nada era todo. Con Misha Baryshnikov en Don Quijote y Giselle te morís, pero después lo ves haciendo un solo en el que apenas mueve una manito, y te admirás: ¡¿cómo puede ser?!
-Hablando de escribir, vos querías un libro. ¿Ya estás trabajando en tu biografía?
-No, todavía no, lo voy a dejar para cuando terminé, porque la historia no está en el final; creo que ni empezó. [Risas]. No me imaginaba que iba a llegar a este momento así. Por ejemplo: llevo años soñando con ir de invitada a la Ópera de París y pensé que era algo pendiente, que ya no se iba a dar. “En otra vida”, diría mi papá.
-¡No me digas que José Martínez asumió y levantó el teléfono!
-Me llegó la invitación en este momento de mi carrera, con 41 años, algo que pensás que es a los 20, a los 30. Y estaré bailando Giselle, en la Ópera de París en mayo del año que viene. Que a esta altura del partido siga cumpliendo sueños me pone la piel de gallina. Mi director sabe que esto es algo que quería hace mucho tiempo, así que enseguida dijo ¡we’ll make it happen!
-¿Y las galas solidarias en San Martín, tu lugar de origen, vuelven?
-Es algo que quiero retomar en 2024. Es importante para mí. La última fue en 2019 y después de la pandemia no fue fácil. Por ejemplo, de acá me voy a Hong Kong y tengo una cláusula Covid en el contrato todavía. Luego hago Japón tres semanas y cuando vuelvo a Inglaterra Carlos Acosta cumple 50 años y vamos a bailar juntos otra vez en la Royal Opera House.
-Contame sobre el reality show de Netflix con Georgina Rodríguez, la mujer de Cristiano Ronaldo.
-El viernes entro acá, al Teatro Colón, y el señor de seguridad -que no me conocía- me mira y me dice: ¿vos estás en un reality? [se ríe con ganas]. La revista Hola! hizo una nota enorme sobre ¿quién es la talentosa bailarina argentina que está en Soy Georgina? Georgina me vino a ver bailar en La bayadera, en 2018, y desde entonces quedamos en contacto. Compartimos un día juntas, ella ama el ballet, de haber estudiado. Y es increíble cómo llega a todo el mundo. Inclusive en Covent Garden: el otro día tenía que cambiar un par de botas, entré al negocio, y no tenía el recibo… La chica me mira y me dice: no te preocupes… yo te vi en Soy Georgina [otra vez las carcajadas].
-“¡Pero si hace 25 años que bailo acá al lado!”, ¿no le dijiste?
-¡No! Nos hicimos amigas, me vino a ver bailar a la última función de Cenicienta. ¡Y me cambió las botas… sin el recibo!
Bio exprés
Marianela Núñez (Buenos Aires, 1982) es bailarina principal en el Royal Ballet de Londres, compañía que integra hace un cuarto de siglo, y reconocida en la actualidad como una de las mejores artistas de ballet a nivel internacional. Formada en el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, a los 14 años hizo su primera salida a los escenarios del mundo de la mano de Maximiliano Guerra. Tenía solamente quince cuando en 1997 se incorporó en la escuela de la corona inglesa por una temporada, luego de la cual ingresó al cuerpo de baile en el que enseguida fue reconocida como solista y, desde 2002, figura principal. No obstante, el lazo con su país es estrecho; pandemia mediante, sus visitas fueron prácticamente anuales. Como protagonista de La viuda alegre, Tatiana en Oneguin o Aurora en la Bella Durmiente se la ha visto también en la última década en el Teatro Colón.
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