Luis Ortigoza: “No va más la idea elitista de los teatros líricos. Mi sueño es que el ballet sea tan popular como el fútbol”
El argentino asumió la dirección del Ballet de Santiago, compañía oficial de Chile; los desafíos de gestionar en la pandemia, cómo generar un polo en la región con el Teatro Colón y el Sodre, y la responsabilidad de suceder a un mito viviente: Marcia Haydeé
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A comienzos de diciembre se confirmó la noticia y en enero se hizo efectiva: el exprimer bailarín estrella Luis Ortigoza es el nuevo director del Ballet de Santiago, compañía oficial de Chile. Febrero será, definitivamente, un mes para tender hilos, tomar medidas y ajustar los moldes; todo, dice, tiene un “plan a, b y c”. Y a partir de marzo, cuando reabra el Teatro Municipal, deberá enfrentar una temporada con muchos desafíos, principalemente los que imponen las marchas y contramarchas del mundo de hoy.
A decir verdad, en el ambiente no hubo gran sorpresa con su designación, más que por el timing en que llegó este cambio de mando: hace años que el nombre del artista argentino -que recibió la ciudadanía chilena en 2014 por su aporte cultural- sonaba como sucesor en el cargo de la mítica Marcia Haydeé, de quien fue mano derecha al frente del cuerpo de la misma Ópera Nacional de Chile, hasta fines de 2020.
“Fue un año que no vamos a olvidar, en todo sentido. El ballet y la orquesta recién pudieron volver a clases presenciales en diciembre y apenas alcanzamos a estar una semana y media, y volvimos para atrás por medidas sanitarias”. El modelo con el que se habían animado a regresar, de burbujas, como en todas las compañías de los cinco continentes que gestionaron un retorno a las actividades, dividía entonces a los 50 bailarines del elenco en seis grupos; cada uno se movía siguiendo marcas claras, desde el perímetro que estaba delimitado en el piso hasta el aforo de los camarines, y una logística donde lo que principal era, por supuesto, el distanciamiento. “El teatro se está asesorando con una clínica y su servicio de infectología va aconsejando a cada estamento [no es igual el protocolo del ballet que el de la orquesta]. “Así, me vi trabajando frente a una computadora, algo que en mi profesión era impensado, y empezamos a tirar ideas: surgió el Municipal Delivery y la primera transmisión, que fue de ballet, tuvo un alcance de 80 mil personas. Eso nos dio luces, nos señaló que por este camino podíamos ir y empezamos a planear más actividades a nivel digital. Como la mayoría de los teatros, no tuvimos temporada, pero sí una presencia virtual importante”.
-Se dice que una noticia es un “secreto a voces” cuando no hace más que confirmar lo que todo el mundo ya sabe. En 2007, en una entrevista para esta misma sección centrada en tu debut como coreógrafo con La Bayadera, hablábamos de que Marcia Haydeé te estaba preparando para su relevo.
–Cuando Marcia llegó para dirigir la compañía, ya en ese momento se empezó a gestar en el teatro la idea de que el próximo director saliera de la casa en lugar de traer a alguien de afuera otra vez. La compañía tenía un rodaje importante, la habían dirigido personalidades superpotentes y se empezó a desarrollar ese plan. Mi nombre estaba ahí desde esa época. Paralelamente, entonces, yo todavía bailaba todavía [Ortigoza se retiró de los escenarios en 2016, con una memorable función de Mayerling, de MacMillan] y no había que apurar las cosas. Quería terminar mi carrera bien, cumpliendo el ciclo sin sentir que algo me pudiera haber faltado.
–¿Cómo vivís este cambio en lo personal? Quien sale es una mítica figura de la danza mundial que dejó su huella y toda la responsabilidad de continuar en tus manos.
–Es innegable. Esta compañía no es tan antigua, pero tiene 61 años de historia, y desde que se fundó, Iván Nagy, en sus dos períodos, y Marcia Haydeé fueron pilares fundamentales porque han desarrollado, cada uno en su época, líneas que la han llevado a profesionalizarse hasta el punto en donde estamos hoy. Sin dudas es una responsabilidad grandísima asumir la dirección de esta compañía después de Marcia y después de toda esta gente: para que estemos nosotros hoy tuvo que haber alguien antes poniendo ladrillo sobre ladrillo. Mi responsabilidad es continuar ese legado, respetar la historia, mantenerla y, a la vez, incorporar repertorio que todavía no llegó a Chile para construir el futuro. Este mundo tan cambiante en que estamos viviendo nos muestra que el desafío es constante. Tengo la seguridad de que esto es una transición, Marcia y yo tenemos una relación fantástica, ella va seguir muy vinculada como asesora internacional, pero más allá del título está el compromiso para que pueda venir una o dos veces por año. Su aporte, en lo personal, marcó mi carrera. Luego, este cambio es generacional.
-Concretamente, si tuvieras que señalar dos o tres cosas que aprendiste durante tantos años al lado de ella, como bailarín estrella y como asistente, serían...
–En mi historia como bailarín siempre fui muy autoexigente; tomaba los desafíos y trabajaba, trabajaba y trabajaba a veces exageradamente. Ella me dio la posibilidad y me hizo entender que yo ya estaba listo, que era el momento de disfrutar a la hora de salir a bailar. Me dio esa libertad: “ya está, ya lo tenés, ahora disfrutalo”.
–¿Cómo es la compañía que recibís hoy?
–El ballet de Santiago tiene aproximadamente 50 bailarines, está estructurada con categorías (primeros bailarines, solistas, cuerpo de baile y algunos bailarines estrella), hay gente joven con muchísimo talento y otros que están próximos al retiro y ya lo han manifestado. A diferencia del Teatro Colón, nosotros no tenemos estabilidad, es decir, todos somos contratados, y si bien la compañía es estable, los contratos se renuevan automáticamente. Es un Ballet que tiene mucha experiencia, que pudo hacer obras de grandes coreógrafos, con un circuito de referentes internacionales que han venido a trabajar. Pero creo que queda mucho por hacer, lo cual me motiva. En este período supercomplejo me impactó el empuje y las ganas de los bailarines de querer hacer, de colaborar, aun tomando las clases desde su casa, con lo que tenían y como se podía. El teatro dio un pedazo de tapete para que cada uno pudiera poner en el piso, pero esas eran las condiciones. La compañía que tiene mucho empuje y todos estamos esperando volver en marzo y retomar la nueva etapa con fuerza a pesar de lo que pueda pasar.
–¿Hay movimientos a la par de tu cambio de rol? Tengo entendido que dos figuras, Natalia Berrios y Juan Manuel Ghiso, se van al Ballet del Sodre de Uruguay?
–Sí, así es. Iban a retirarse de la compañía en 2020, pero justamente con la pandemia hablamos de que era importante que cerraran un ciclo, que no se fueran sin una última función, y estamos viendo de qué forma pueden cerrar el círculo después de tantos años de carrera. Ingresos, por ahora, no va a haber.
–¿Cómo va a ser la temporada 2021?
–Va a ser híbrida y probablemente al principio haya más cuestiones digitales que presenciales, pero con contenidos nuevos. El teatro tomó la decisión de anunciar la temporada de ballet, ópera y conciertos cada tres meses, para evitar que se puedan hacer anticipos de actividades que luego no se puedan llevar adelante.
–Ese es un desafío a la propia versatilidad y capacidad de adaptación; me imagino que tenés plan a y b para cada cosa.
–Desde septiembre estamos barajando de manera activa y desafiante planes a, b y c, y viendo qué se puede aplicar. Es complejo. Para mí son muchas cosas nuevas. Si algo positivo puedo rescatar de este tiempo es que me ayudó a enfrentarme a un trabajo que en el teatro no lo hubiera tenido que hacer, estar frente a una computadora, desarrollar cosas a través de las redes, etc. Me tuve que meter en asuntos más administrativos, y los tuve que aprender, lo cual me dio una práctica para lo que se viene. Todo fue un aporte.
–Respecto del presupuesto, en tiempos de “normalidad”, cómo son los ingresos públicos y privados con los que cuentan. No es lo mismo la forma en que lo hace el Colón que el Sodre, aunque sean todas compañías públicas. ¿El caso de ustedes?
–El ministerio de cultura y las artes da un presupuesto y a la vez el teatro tiene patrocinadores y aportes privados. Esto al margen de la taquilla. El ballet en los últimos años hay que reconocer que fue uno de los cuerpos estables que ha vendido más entradas.
–¿Hay varios argentinos en la compañía, además del primer bailarín Emmanuel Vázquez y la solista María Lovero, no?
–Sí, están Noelia Sánchez, Camila Aranda... Hay mucha gente de todos lados, chilenos por supuesto, bailarines de España, Brasil, Colombia, México, siempre se constituyó así esta compañía, incluso antes de que yo llegara…
–Bueno, cuando vos llegaste eras parte de ese grupo de “gente de todos lados”. Ahora que pasó tanto tiempo desde que te fuiste de la Argentina, en 1988, ¿se limaron las asperezas con un país, con un sistema, que no te dio la posibilidad de hacer el carrerón que hiciste allá? Le habías resultado “demasiado joven” al Colón a tus 18...
–En lo personal fue una cosa cerrada cuando fui por primera vez como bailarín invitado a bailar al Teatro Colón, en una función con Julio Bocca y su compañía: Julio bailó con Alessandra Ferri y yo con Eleonora Cassano. Y después volví varias veces. Eso significó para mí como un reencuentro con el teatro, con compañeros, con bailarines que admiraba, y también cerrar un ciclo. Entendí con el tiempo que fue algo que me tocó: si me hubiera quedado en la Argentina, a lo mejor me habría ido para otro lado. Ahora tengo una muy buena relación con Paloma [Herrera], con Julio [Bocca], con María Noel [Riccetto, flamante directora del Sodre en Montevideo], y me gustaría en esta región hacer alianzas, interactuar, ver qué podemos conseguir juntos.
–¿Están trabajando ya en ese potencial de generar un polo?
–Sudamérica a veces es más difícil también por un tema geográfico, para que puedan llegar grandes producciones, y podemos hacerlo en los tres teatros [el Municipal de Santiago, el Teatro Colón y el Sodre]. Hablé con los tres, no todavía oficialmente porque acabo de asumir, pero me instalaré en el cargo y la idea es en marzo o abril empezar a hacer planes.
–¿Cuál es tu relación de cercanía con el país?
–Buenos Aires va a ser siempre la ciudad donde nací, donde tengo mis raíces; mi familia está en Buenos Aires y siempre conmigo más allá de la distancia y las dos horas de avión. La relación es cotidiana: veo la televisión, leo y estoy al tanto de todo lo que pasa allá. Nací y me eduqué en la Argentina, claro, es muy importante para mí.
–Con una mirada más conceptual de lo que querés hacer como director, incluso más allá de lo que hoy es posible por la pandemia, entre tus principales metas hablás de incorporar al repertorio coreógrafos contemporáneos. ¿Te referís a los grandes nombres del siglo XX como pueden ser William Forsythe, Jirí Kylián o Nacho Duato, o del siglo XXI: los que hoy están creando?
–Ambos. Me refiero a coreógrafos que nunca han venido a la compañía: quiero que podamos tener una obra de Kylián, de Neumeier, y a la vez de jóvenes como Juliano Nunez, gente que está haciendo cosas muy creativas y con un lenguaje completamente diferente. Estoy en tratativas para desarrollar una creación para la compañía, ese es un patrimonio artístico que adquirís invaluable. Al margen de los ballets de repertorio, yo siempre me consideré un bailarín clásico, por formación, por educación, pero hoy no existe una compañía que solo haga clásico. El público aquí es muy tradicional: se hace El Cascanueces cada fin de año y te puedo asegurar que ponés 10 funciones, 20 o 50 y el teatro está a full y se siguen vendiendo entradas, lo cual es fantástico e ingresa ese dinero por taquilla. Pero es también nuestra responsabilidad abrirnos a otros títulos, darle al público esa otra visión de espectáculos.
–La inteligencia está en tener esos 20 o 50 Cascanueces para poder programar otras obras más arriesgadas. ¿Qué lugar hay para las coreografías propias?
–Siempre fue un tema que andaba por al lado, nunca tuve la inquietud de plantear hacer una coreografía; lo primero fue La Bayadera y porque me me insistieron… Y las otras obras también fueron así. En la última, Raymonda, yo ya había dejado de bailar y Marcia me dijo: “Tienes más tiempo, estaría bueno”. Nunca fui con una idea de querer hacer coreografía. Me resultó bastante bien y productivo para la compañía y para el teatro. Y no me cierro a la posibilidad, pero no es una prioridad ni me ambición.
-Tenés 52 años. La apuesta generacional del teatro se lee en la misma línea que la designación de Carmen Gloria Larenas en la dirección general del Municipal, con la ventaja de que su corazón está con el ballet. ¿Tenés una anécdota de cuando ella era bailarina?
–Cuando llegué a Santiago era integrante del cuerpo de baile, me acuerdo perfectamente de ella. No éramos cercanos, pero llegamos a conocernos un poco más a través de una maestra. Luego Carmen Gloria se fue y volvió al teatro como periodista, hizo su carrera afuera, etc. Me acuerdo de que era una bailarina supertrabajadora, muy consciente, tenía claras sus falencias y virtudes; una chica con mucho talento, consecuente con su forma de pensar, por algo llegó adonde está.
–¿Qué se espera de esta renovación?
-Evidentemente, cuando pase esta pandemia, las cosas no van a quedar como eran antes, y no lo digo como algo dramático. Tenemos que rescatar un plus. Hubo inquietudes de bailarines por hacer coreografías, y ya están marchando una serie de videos que vamos a grabar en marzo. Este tiempo ha sido y es un tiempo donde la creación y la imaginación pueden despegar y abrirse. Espero poder guiar al Ballet de Santiago en un futuro de cosas nuevas. Lo digital va a quedarse. Lo que el teatro logró hacer, con 11 millones de personas de alcance, significa que hay interés. Chile tiene una geografía un poco extraña, Santiago está lejos del norte y lejos del sur, y esta temporada nos acercó a un público ávido de este tipo de espectáculos y de disciplina, y lo tenemos que capitalizar. Podemos seguir brindando nuestro arte a todo el mundo. Tengo un sueño que suena ambicioso, pero me encantaría que el ballet de Santiago fuera tan popular como un equipo de fútbol.
– Julio Bocca lo hizo en Uruguay con el Sodre.
–Y lo comparto. Ya no podemos hablar de elitismo, ya no existe la idea de que los teatros líricos son para un determinado público, eso no va más. Tenemos una gran responsabilidad de desmitificarlo. Hay un cambio en el teatro, desde arriba, muy notorio en la forma en la que se está gestionando, de manera muy transparente y abierta. Ese cambio espero encaminarlo en lo que a mí me toca en el desarrollo de la compañía.
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