Luciana Croatto, en tres solos extremos: “Soy mucho más de lo que la gente cree en el escenario”
La bailarina argentina, que hizo carrera durante 24 años en Europa, se presenta a partir de esta noche en el Centro de Experimentación del Teatro Colón, mira con madurez la danza y su lugar en la escena: volver al país, tender un puente y agradecer al gran Maurice Béjart
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Luciana Croatto sale a darle dos pitadas a un cigarrito armado en el descanso de las escaleras de hierro que dan al pulmón del edificio del Colón. Pronto bailará Solos extr3mos en el Centro de Experimentación del teatro donde se formó cuando era una chica sancarlina, recién llegada de Santa Fe. Entonces se quedó por tres años en el Instituto Superior de Arte, hasta que a los catorce se fue a Europa gracias a una medalla de oro obtenida en el concurso Danza Niño, que organizaba la Asociación Arte y Cultura: el premio le significaba una beca para estudiar en Bordeaux, pero en ese momento Francia no era lo que esperaba y se mudó a Suiza tras las enseñanzas de Maurice Béjart.
La bailarina da dos pitadas, pero el cigarrito no sigue el ritmo de la conversación y se le apaga entre los dedos de esa mano que mueve para acá y para allá cuando dice que las obras con las que volverá a presentarse frente al público de Buenos Aires puede que resulten “inesperadas”; que si alguien –por ejemplo– la recuerda a ella del Luna Park, cuando hizo Madre Teresa y los niños del mundo, hace más de veinte años, con la Compañía M que Béjart había formado con jóvenes egresados de la escuela Rudra... bueno, que aquello no tiene nada que ver con esto. Ahora la ocupa una trilogía minimalista, de piezas contrastantes y simples en apariencia (que son las más difíciles), que requieren de mucha concentración y exactitud. Hasta el mínimo gesto está pautado y por eso es ideal verlas de cerca, entre las columnas del subsuelo del CETC.
“Son tres obras coreografiadas y con música de Billy Cowie –explica–. Él no viene del mundo de la danza, para nada; es compositor y director de cine, pero tiene unas imágenes muy claras del movimiento en su cabeza: me lo narra y yo lo reinterpreto con el cuerpo”. En algún sentido, Croatto oficia de traductora. “Parece complicado, pero no lo es tanto. A mí me resulta perfecto”. Sobre Cowie y su prolífica y versátil obra escénica, cinematográfica, literaria y en 3D, relevantes nombres de la danza, como Gilles Jobin o Mikhail Baryshnikov, se manifestaron “profundamente impresionados” con sus “fascinantes e imaginativas fantasías”.
Alguien pasa y le da fuego. Cuenta que en Europa, crearon La mujer también en casa (2019), obra de unos veinte minutos, de corte punk, que abre el programa que se verá a partir de esta noche y hasta el domingo. Borcegos, chaqueta de cuero, pelos al tono, todo inspirado en esos personajes que Billy (escocés) conoció bien en la Gran Bretaña de los años 80. Trabajaron sobre la base de unas músicas construidas con frases de un audiolibro para aprender a hablar alemán. “Y qué le puedo dar al hombre”, aparecen preguntas así, descontextualizadas, sexistas, en la voz de este personaje que se mueve en un panorama muy berlinés, un callejón con grafitis, que en esta ocasión adquirirá un matiz más porteño. “Con cada frase hace una danza, que son casi como pruebas, a ver si ella se ajusta a lo que le dice la voz sobre lo que debería ser por ser mujer”, explica. “Otras son muy abstractas, por ejemplo: ‘La orquídea en el cartón de plástico, ¿es la flor para las mujeres?’ Siempre dicen que es una flor tan delicada, que hay que cuidarla, que es exótica, maravillosa, pero te la venden en un envase de plástico”.
Meses más tarde, la pandemia mantenía a todos a raya adentro de sus casas: el coreógrafo en Inglaterra, la bailarina en España, y un artilugio llamado Zoom abría una ventana entre ambos. “Hicimos la segunda obra, muy diferente de la anterior, tanto por sus ambientes como por sus emociones. Puede tratarse o no de la misma persona, eso es como vos lo quieras ver, porque en estos espectáculos el intérprete es el público, no yo. La danza es abstracta, como los poemas”. Cuando Croatto dice “los poemas” se refiere a esos textos movilizantes que escribió Cowie y que se oyen en De lo alto de altos edificios (2020), desde donde la gente cae en otoño, en un descenso que puede ser tranquilo o ruidoso, según vacila la voz en off de esta pieza que LA NACION ve ensayar una tarde de lluvia con Billy del otro lado de la pantalla de la laptop, en Escocia, y Luciana en Buenos Aires. “Es la historia de una mujer que vive cosas del amor, de la muerte, muy profundas”, resume Croatto. De modo episódico, se dan muchos solos dentro de un solo.
Cuando por tercera vez pide fuego a un nuevo “exiliado” en las escaleras de emergencia, el olor a bencina queda unos segundos flotando en el aire después del chasquido de la tapa del Zippo. “Volví a la Argentina en junio del año pasado y esas dos obras las habíamos hecho en lugares superselectos, porque no van en cualquier lugar ni de cualquier manera. Entonces pensamos con Billy en una tercera, para una trilogía: Amor inquieto (2023) fue creada en Ituzaingó, en Casa Parque, una residencia que trabaja mucho con cine, pero también con artes escénicas expandidas. A esta yo la llamo ‘la samurái’. En realidad, las tres son como personajes sacados de un cómic”.
La samurái a la que hace mención sale a escena en el último trabajo –que en diálogo con LA NACION Cowie se lamenta no haber visto nunca en vivo aún- munida de un palo de bōjutsu, un arte marcial japonés que emplea un bastón largo llamado bō. “Entra en un lugar de peligro absoluto –sigue relatando la bailarina- y es como una vieja, sabia, flaquita, que no parece, pero es muy fuerte. Empieza una pelea y, al final, el palo se vuelve contra ella misma. Billy habla del amor perdido, pero yo interpreto más a ese palo como el amor propio; se transforma en muchas cosas durante toda la obra”.
De algún modo, a lo largo de una hora de función (más intervalos musicales de cinco minutos entre actos), de la punk a la anciana, podría leerse un desarrollo cronológico, como si hubiera transcurrido la vida de una mujer, en tres tramos: “Yo le digo el cuadro negro, el beige y el blanco. Ahora me siento más cercana a la blanca, tal vez será porque es la última que hice; es la más simple y tremendamente difícil, por el control de no hacer más que lo necesario. A veces hacer lo necesario es suficiente. Me obliga a estar en un estado que no quiero llamar meditativo, pero sí, casi. Concentradísima. En cambio en la punk puedo poner fuerza, pasarme un poco”.
Luciana conoció a Billy en tiempos en que ella codirigía el Fiver Dance Film Festival, que cada año premiaba a un artista consagrado. En 2018, el reconocimiento fue para el escocés. “Cuando vi su trabajo me enamoré del contenido emocional que este hombre transmite en sus obras. ¿Sabés cómo las definiría? Viste cuando tenés un líquido muy concentrado, superpoderoso, pero que si le ponés agua hacés un montón. Él va a lo puro. Es calidad. Siento admiración absoluta por su estilo coherente y definido. Cuando un artista lleva, por ejemplo, como Oscar Araiz acá, toda una vida trabajando, llega un momento en el que simplifica y todo tiene una coherencia. Para mí [trabajar con alguien así] es una posibilidad de aprender, sino me aburro muy rápido”, se define Croatto, que entre todos los trabajos que viene desarrollando en paralelo, tiene un proyecto con el propio Araiz, una participación en la Gala Bizet que se presentará el primer fin de semana de octubre en el Festival Konex de Música Clásica y planes avanzados con un grupo de Uruguay para el año próximo. Bailarina contemporánea, de formación clásica, se involucra en proyectos bien diferentes, “todos cuando están bien hechos”, aclara.
Volver, como un puente
Hace 24 años que vive en Europa; conoce más de 60 países. Por su apariencia física, dice, pasaría perfectamente por rusa. “Puedo estar en China o en cualquier lado y manejarme”. ¿Por qué un espíritu nómade decide ahora regresar a la Argentina? Responde: “Me volví y no me volví del todo: vine ocho meses, me fui cinco y ahora me quedo hasta febrero. Esa es la fórmula que busco. Quiero guardar el puente con Europa. Siento que vine por una cuestión emocional y cuando llegué me encontré con mucho talento, muchas ganas, mucha materia prima y una cultura de la hostia, increíble. Buenos Aires es una ciudad maravillosa y el país está en una de las peores situaciones de la historia; como siempre, pero un poco más horrible. Sin embargo, empecé a crear proyectos acá, a dar clases y ahora que voy para allá me doy cuenta de que a través mío podemos pedir ayudas. No cortar con Europa, intentar volver a la Argentina, sin volver del todo”.
La charla, una buena ensalada de temas, se va entonces por otros carriles, como las perspectivas que cambian con la madurez. “Soy mucho más de lo que la gente cree en el escenario. Nosotros pensamos que levantar una pierna, hacer piruetas, es lo máximo, cuando tenemos 20 años, pero cuando tenemos casi 40, como yo [los cumplirá en junio próximo], ya sabemos que eso es un momento de la vida, una celebración, algo más visual, bellísimo, pero hay una danza mucho más madura”. Recordará los atributos del cuerpo como instrumento: “Tengo una técnica de clásico muy buena, pero una vez que probás la libertad de movimiento y te vas nutriendo de otras técnicas, no volvés más a hacer ballet porque te sentís encorsetada. Estas obras son muy estéticas, sin embargo yo trabajo con gente con discapacidades, con todo tipo de cuerpos y de bailarines -una enumeración que hace recordar, por ejemplo, su trabajo con Jérôme Bel-, y meto siempre el clásico porque está en mi físico. Tu cuerpo se transforma en tu instrumento”.
Una, dos, tres veces volverá a referirse a Béjart: “Me fui a Europa cuando me dieron un premio para estudiar ballet en una escuela de Bordeaux, en Francia, pero no me gustó que me hicieran ir a concursos, y empecé a mirar cintas de VHS. Apareció un video de Maurice Béjart hablando de los valores espirituales de la danza. Cuando lo escuché, me dije: ‘Este hombre piensa como yo’, porque viste que cuando sos joven no sos humilde, no tenés esa concepción del otro. Así que me lancé, me tomé un tren y me fui a Suiza sin avisarle a nadie. Pedí permiso para hacer la clase. Maurice me vio y se enamoró de mí; me dio un contrato para la escuela (me pagaba). Hoy le agradezco: ahí estudie teatro, canto, artes marciales, música, percusión, improvisación. Luego entré a su compañía e hice su repertorio”.
Sobre el lugar que ocupa su país, sus orígenes, la infancia, vuelve sobre el final: “Para mí la Argentina es muy importante. Nací en Santa Fe, me vine a los 10 años a estudiar al Colón, viví en un convento, como muchos niños. Mucho sacrificio y mucho trabajo; no tuve infancia como miles de chicos que venimos del clásico. Al final estuve tres años y me fui. Pero no me olvidaron”. Hoy, mañana y el sábado, a las 20, y el domingo, a las 17, Luciana Croatto se presentará en el CETC (Viamonte 1168). Hay que ir a ver a esta mujer y a las mujeres de un tríptico que promete de todo menos la indiferencia.
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