El bailarín argentino, de 27 años, es solista en el Ballet de San Francisco, una de las compañías más importantes del continente; su historia de talento y superación, como una novela, está escribiendo hoy su mejor capítulo
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Lucas Enri se levanta de la platea del Teatro Colón donde estaba aplaudiendo con ganas a viejos compañeros de escuela y sale de la sala acompañado por la gran Raquel Rossetti. Hacía varios años que no venía al país y es una completa casualidad encontrarlo esta noche en la sala, a menos de 24 horas de su regreso a California. En el Ballet de San Francisco es actualmente el único integrante argentino, un solista de carrera ascendente que comenzará a fin de año a trabajar a las órdenes de Tamara Rojo, flamante directora de la compañía.
El caso es que toda la gracia, la verborragia y la entrega de este joven santafesino de sonrisa contagiosa no alcanzan para una conversación de pie, en el entreacto. Tampoco caben en una entrevista a la mañana siguiente, café de por medio en su hotel sobre la avenida 9 de Julio, antes de salir para el aeropuerto. En capítulos, la charla sigue por mensajes de WhatsApp y se cierra con un emocionante segundo round por videollamada. Es un hombre pájaro: vuela alto, pero tiene los pies en la tierra. Anhela grandes metas en su carrera, sin embargo no pierde de vista, ni siquiera cuando las lágrimas le nublen los ojos, el valor de lo verdaderamente importante. “Quién soy, de dónde salí: mi ciudad, el quiosquero, la tía enfrente de mi casa. Todo eso que te hace sentir querido, que es tu identidad. El ballet tiene momentos únicos, puede hacer un clic en tu vida, tal vez sea lo mejor que te pase en un día; puede inspirarte y motivarte, pero en el fondo no hay tanto misterio. La vida no es solo ballet. Lo fundamental, lo indispensable es la familia”.
Capítulo 1. De puro gaucho
La maestra Raquel Rossetti, personalidad de la danza argentina, llega un noviembre hace doce años a Paraná para montar con la escuela de ballet local, en el precioso Teatro 3 de febrero de esa ciudad, nada menos que un Don Quijote. Viajaban con ella los protagonistas de la obra, Nadia Muzyca y Edgardo Trabalón, del Teatro Colón, pero necesitaba más varones en el cuerpo de baile. “En ese momento yo hacía folklore. Mi maestra en Santa Fe [María Trabalón, la madre de Edgardo] siempre decía que había que hacer ballet para bailar mejor folklore, que lo potenciaba. Y había un grupo bastante avanzado, pero yo no formaba parte de ese grupo. Lo mismo, cuando Raquel viene y dice que precisa chicos, nos llevan a todos los gauchos, digamos, porque nos encantaba subirnos al escenario: jugábamos a ver quién le pegaba más fuerte”, recuerda Erni, que entonces tenía 14 años y cruzaba de una provincia a la otra por el túnel subfluvial sin saber que se estaba jugando su suerte.
Para pasar la prueba tomó la primera clase de ballet que le gustó en su vida. “Hice la seguidilla y de toreador; fue mi primera experiencia con las mallas; mi familia no entendía mucho, acostumbrada a verme con la bombacha y las botas. Y después Raquel me dijo que hacían falta hombres, que tenía que venir para Buenos Aires, y así fue. Armé un bolsito y en enero ya hacía la audición para ingresar al Instituto Superior de Arte del Teatro Colón”. Entre otros fueron sus compañeros Franco Cadelago, Ciro Mansilla, Manuela Echenique.
-Del folklore, ¿qué te gustaba bailar?
-Lo que pusieran. Puedo bailar lo que quieras: escondido, zamba, chacarera, gato, malambo. Todo muy estilizado. A los 9 años fue amor a primera vista, y eso que nunca fui el ejemplo de alguien que pintara para bailarín: era muy bajito, me desarrollé un poco tarde. Amo el folklore, es mi pasión al mismo nivel que el ballet. La primera pasión.
Lucas se adaptó a Buenos Aires, aunque no le quedaba mucho tiempo para pensar si le gustaba la ciudad: vivía en un cuartito compartido en Esmeralda y Corrientes, desde donde salía todos los días caminando hasta el vecino Colón para tomarse el transporte a Villa Luro, donde estaba antes la escuela de danzas del teatro; a la vuelta, cursaba el secundario en el Sarmiento y a la noche tenía los ensayos. Medio año le bastó para darse cuenta de que necesitaba reforzar con clases particulares que pulieran su técnica. Mientras tanto, la maestra seguía inyectándole confianza al muchacho, lo probaba en espectáculos, tenía un plan. “Iba quedando atrás el gaucho y, muy de a poquito, aparecía el bailarín clásico”, narra ahora, sin parar, de frente a la avenida 9 de Julio. En 2012, se presenta en la preselección argentina para el famoso Prix de Lausanne, con una coreografía contemporánea y el que pasaría a ser su caballito de batalla: Don Quijote.
Seamos claros: que Raquel Rossetti te prepare la variación de Don Quijote para un certamen internacional más que cábala era un buen augurio con sello de tradición. Ella fue la inolvidable compañera de Julio Bocca en el mítico concurso de Moscú de 1985, cuya medalla de oro marcó el comienzo de la meteórica carrera del bailarín argentino. “Yo pensaba, no puede fallar -dice Erni-. Y salió bastante bien: aunque no pasé, es decir, no fui de los tres ganadores que viajan directo a Suiza, la mujer que en ese momento estaba a cargo del Prix de Lausanne, Amanda Bennett, me vio quebrado, llorando detrás del escenario, y me dijo, en inglés: ‘Don’t worry, we’re going anyway’. Yo no entendía nada, así que seguí llorando. Pero en síntesis me dio la oportunidad y me pagaron el viaje, que para mí lo económico era un problema. Lo cuento ahora y me doy cuenta de que no era fácil de conseguir, le doy más valor aún”.
Con tres meses de preparación, en enero de 2013, la historia volvía a repetirse: con Raquel y el amuleto de Don Quijote, pasaba a la final. Entre todas las escuelas del mundo que ofrecían becas, él se fue para San Francisco.
Capítulo 2. De San Francisco a… San Francisco
En la escuela de la compañía de California, a Lucas Erni un año se le pasó volando. Con 18, de vuelta en la Argentina, su maestra sacó otro nuevo as de la manga: una audición cerrada para incorporarse al Ballet Nacional del Sodre en Uruguay. “Soy muy agradecido con Julio por haberme dado esa oportunidad”, dice sobre su experiencia con el BNS, entre 2014 y 2018, en donde enseguida debutó con un rol protagónico: ¡Basilio, en Don Quijote, no podía ser de otra manera! “Bailé mucho: Romeo y Julieta de McMillan, Onegin de Cranko, Carmen de Marcia Haydée; nos sentíamos el Royal Ballet, había una competencia interna hermosa que nos potenciaba, y había algunos chispazos también. En Montevideo me volví a encontrar con Ciro. Éramos muchos argentinos”, recuerda los tiempos dorados de Bocca en la dirección. “Fue difícil salir de eso; él nos llevó por muchos lugares del mundo: Israel, Tailandia, México, Colombia, España. Pero cuando Julio empezó a dudar de su continuidad, me pasé a una compañía más chica en Estados Unidos: el Sarasota Ballet”.
-Era el trampolín para volver a San Francisco.
-Fue rápido. Yo siempre les mandaba mi material en video y de tanto insistir gané por cansancio: un día me dijeron que estaban buscando un bailarín para cuerpo de baile. Justo acababa de llegar a Sarasota, y me estaba yendo muy bien, pero no pude con la tentación y me escapé a audicionar. Me acuerdo que llegué un sábado a la mañana al aeropuerto de San Francisco, hice la clase de las 10 y a las 14 me volví. Un relámpago. Dos meses después estaba durmiendo la siesta y me llaman para ofrecerme un contrato. Era enero 2018.
El cambio fue duro: Lucas pasó de estar en el spotlight, bañado por la luz del seguidor, a ser uno más en la fila de atrás sin que supieran siquiera su nombre. “Tanta gente, tantas estrellas, tantos bailarines buenos; era una lucha diaria. Por momentos admito que pensé que no lo iba a conseguir, llegaba a casa y decía: no puedo ir para adelante. Trataba de no perder la fe: soy budista y siempre en la oración busco recuperar lo que quiero. Eso y el apoyo de mi familia: estaba pegado al teléfono, con mi mamá y mi papá todo el día hablando. Cuando terminó el primer año no quería seguir, me tomé las vacaciones y a la vuelta, de la nada, me miraron. Es así: te tiran la camiseta y hay que salir a la cancha. Yo estaba preparado, así que pude demostrar lo que es un gaucho santafesino, testarudo; no me iba a rendir”. Ahí empezó otra historia, “una novela mucho más divertida”, dice Erni, sin disimular la presión que a la vez significaba dar ese paso al frente. “Hay una competencia muy fuerte, pero como son muchos los shows cada uno tiene su momento. Hay que entenderlo”.
Actualmente, el Ballet de San Francisco atraviesa un cambio histórico importante. La jubilación de Helgi Tomasson, su director desde 1985, tiene como contrapartida el ingreso en el cargo de Tamara Rojo, una conductora fenomenal que la última década lideró el English National Ballet. A su vez, se incorporó a la compañía como principal el reconocido bailarín mexicano Isaac Hernández, que ya había formado a comienzos de su carrera profesional en el team californiano. “Lo quieren mucho a Isaac en San Francisco y vuelve como una estrella acompañado por su mujer. Así que somos nueve solistas varones y nueve primeros bailarines también. Ahora empieza una nueva era, la era Rojo. Me encantan los desafíos y seguramente va a ser una aventura muy linda”.
-De verdad te ascendieron a solista en medio de la pandemia, por teléfono, cuando estabas sin bailar.
-Sí. Helgi me cambió la carrera y me hizo crecer como persona y como artista. Tuve la oportunidad de trabajar con él en su última pieza, Harmony, que se inspiró durante la pandemia: nos llamaba a los bailarines para ver cómo estábamos y así fue como sucedió mi promoción. A los cuatro meses de estar encerrados me dijo: ‘necesito hablarte de algo importante’. Estaba haciendo clase dentro de casa y por Facetime me nombró solista. Fue raro: ‘soy solista, pero no ejerzo’, pensaba; era solista ‘en teoría’, no lo podía demostrar.
En ese periodo de quietud y angustia, con las distancias más anchas que nunca sobre el mapa, Lucas se animó a grabar su testimonio para el documental Aislamiento social, de Patricio Di Stabile, que conectó jóvenes bailarines argentinos dispersos por el mundo. “Me sentía estancado, no podía rebelarme y quería seguir. Esto me permitió avanzar. No soy muy bueno con las cámaras, pero me animé. Haber hecho cosas de otro tipo o que requerían otra parte de mí me hizo cambiar también como bailarín”.
Capítulo 3. Volver a empezar
“Esta es una temporada normal”, dice Erni, del otro de lado de la pantalla de una videollamada. Definamos normal: San Francisco Ballet comienza el año en diciembre con El cascanueces, un clásico de Navidad que presenta todo el mes (excepcionalmente, esta vez tendrá como bonus track un programa con obras del director saliente) y completa su calendario con tres obras completas (Giselle, Romeo y Julieta y La cenicienta, según lo anunciado para 2023). Pero en verdad todo “el año de funciones” se concentra de enero a mayo, cuando tienen shows prácticamente todos los días. “Ser la mejor compañía de América tiene su precio: el ballet no tiene su propio teatro, es decir, lo comparte con la ópera. Por eso, automáticamente el día después de que terminamos nosotros, en junio, arranca la temporada lírica. Así, el año se divide en dos: ballet y ópera”.
-Esa dinámica hace que la exigencia física sea muy particular: medio año para aprender, ensayar, prepararse, y la otra mitad salir a bailar todas las noches.
-Hay mucho debate sobre si eso debería cambiar o no, y qué tan saludable es para el bailarín. Algunos se van porque dicen que el cuerpo no aguanta, que es demasiada información, un ritmo difícil de tolerar. A veces estás en más de un espectáculo a la vez y te puede tocar, por ejemplo, bailar hoy y mañana cosas diferentes; así, hasta cuatro ballets en dos días, a lo que hay que sumar los ensayos, que acá tienen la misma calidad que un show, porque muchas veces es adonde asisten los críticos o fotógrafos. Es muy intenso, por eso cuando termina mayo, el último día, ya todos tenemos las valijas preparadas en la puerta. Yo personalmente creo que si superás las primeras tres temporadas entendés cómo trabajar, cuándo apretar el acelerador y cuándo no.
Quiere decir, entonces, que esta es su hora. Y el pronóstico anuncia tiempos promisorios. “Tamara vino, sacó un planisferio y dijo: acá hay que abrir el mundo, hay que traer gente de acá y de acá, invitar a todos estos coreógrafos. Y todos nos quedamos diciendo: ‘¿qué más podemos pedir?’ Este cambio de rumbo es una buena motivación para cualquiera”.
Como si hablara de un antes y después de Cristo, Lucas se refiere a un antes y después de la pandemia. Ya explicó cómo afectó a su vida de bailarín pasar un año y medio sin salir al escenario. En lo personal, como el yin y el yang, hubo algo bueno dentro de lo malo: cuando se cerró todo él estaba despegando la fase de enamoramiento con Bianca Teixeira, la misma bailarina que, en una escena de Giselle capturada durante una gala benéfica por Ucrania, aparece entre sus manos en la foto del perfil de WhatsApp.
Brasileña, solista de la compañía nacional de Polonia en 2019, ella había cruzado el Atlántico para hacer una experiencia en los Estados Unidos. El flechazo no fue instantáneo, pero en una gira por Dinamarca con el Ballet de San Francisco en la que bailaron Romeo y Julieta, ella reparó en el tal Mercucio. Gracias a Shakespeare comenzaron “una relación muy linda e intensa, de noviembre a marzo, hasta que llegó el regalito [por el coronavirus]. Dio la casualidad que vivíamos en el mismo edificio: ella en la puerta de al lado de la mía; cuando nos golpeó la pandemia me crucé y nunca más volví, pensando que iban a ser quince días, y resultó que estuvimos cinco meses encerrados en su casa con otro bailarín con quien ella vivía. ¡Una de las pruebas más difíciles de toda mi vida! Le pusimos lo mejor y nos bailamos todo, transformamos el departamento en un teatro, tratando de mantener la motivación, haciendo clases por zoom y todo sin saber cuándo íbamos a poder salir, a viajar a nuestros países”.
Cuando Lucas describe el paisaje apocalíptico, “de película”, que veía a través de la ventana, decenas y decenas de carpas con gente viviendo en la calle, parece que hubiera sido hace un lustro y sin embargo todo ese miedo está a la vuelta de la esquina. A San Francisco le costó recuperarse, la tech people huyó del centro y de sus alquileres estrambóticos tras los beneficios del trabajo remoto, y la ciudad cambió de algún modo su dinámica. Entre aperturas graduales y totales, mudanzas con planes formales de convivencia y nuevas oportunidades, también para ellos hubo un “después de la pandemia”: un contrato tentador para sumarse al Ballet de Munich devolvió a Bianca del otro lado del océano y convirtió el noviazgo en una relación a distancia que sigue vía 4G.
-Hablemos de esos momentos que se expresan en fotos.
-La imagen del gaucho creo que es la que más me describe. Yo me ponía las botas y me transformaba, era increíble. No había escenario que aguante; le pegaba muy fuerte al piso, me encantaba. Ahora sé caer suave como un gato. Había dos chicas con las que bailaba, íbamos a competencias, y le metíamos clásico: levantábamos las piernas y girábamos, de hecho terminábamos los dos en split, abrazados.
-El gaucho que es tu esencia, tu primer rol en Don Quijote, decenas de fotos hermosas con el Ballet de San Francisco... ¿cuál es la imagen que elegirías hoy para enmarcar?
-Yo creo que sería esta [Lucas pone frente a la cámara del celular un portarretratos de acrílico]. Es el reencuentro con mi familia este invierno en la Argentina, un momento muy especial, después de tanto. Ellos son los que te hacen sentir vivo de vuelta [se emociona]. Es muy difícil de explicar con palabras el sacrificio que hay que hacer en esta carrera, por estar tan lejos a veces. Siempre digo que es fácil mirar de afuera y decir ‘bueno, pero estás ahí, estás en la cima’. Y claro que es lindo, pero la familia es linda también. Yo lo sentí mucho estos cuatro años que no los pude ver. Me sentí muy solo, como perdido. Volver a bailar fue un poco agarrar el timón y confirmar que seguimos en camino, pero faltaba algo. Puedo mostrarte fotos de todas las cosas que bailamos, imágenes muy lindas, pero es más de lo mismo. Prefiero recalcar el lado humano, los afectos, los valores, esa gente que te hace sentir humano porque no hay nada como abrazar a tu mamá o a alguien que te quiere de corazón.
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