Los huesos: desnudos a la luz de un gran fanal
Los huesos / Dirección: Leticia Mazur / Música: Patricio Lisandro Ortiz / Diseño de objeto e iluminación: Matías Sendón / Intérpretes: Lucas Cánepa, Ana D'Orta, María Kuhmichel, Valeria Licciardi y Gianluca Zonzini / Próximas funciones: jueves y viernes, a las 21 / En el Centro Cultural Recoleta / Nuestra opinión: muy bueno
Si bien el nuevo emprendimiento de Leticia Mazur apunta desde el título a lo corporal-anatómico, el factor lumínico de la experiencia ocupa un rol fundamental en su desarrollo. Ya en la apertura hay una lámpara -o gran fanal- que, tenuemente encendida, yace en el piso y se erige en centro aglutinante de un grupo humano que, en forma de hemiciclo, la rodea. Así se entiende por qué la fina sagacidad de un mismo ambientador, Matías Sendón, asume la responsabilidad de la iluminación y del diseño del "objeto".
Son cinco cuerpos, desnudos y compactos en su disposición espacial, todavía no del todo "humanos", en una concentración ritual, como en el comienzo de los tiempos. La lenta elevación de la lámpara-fanal coincide con una intensificación del movimiento corporal: un constante agitar de brazos y manos, como si dibujaran en el aire. Pero no hay contacto entre ellos: se relacionan a través de gestualidades diferentes, informales, tal vez en el intento de perfilar, cada uno, su identidad. Hay ritmos alternados, intensidades, descargas. Estalla una hipotética "liberación" y entonces la dinámica roza lo espasmódico, mientras la vibrante composición electrónica de Patricio Lisandro Ortiz se intensifica.
Consecuente con los códigos expresivos de una línea controversial y antirretórica de la danza contemporánea de nuestro medio, Mazur apuesta con Los huesos a extremar recursos de trabajos previos (el dúo Ilusión, Madame o la proverbial Secreto y Malibú, en coautoría con Diana Szeinblum) en una densa y rigurosa propuesta, que unas veces rastrea en una ritualidad ancestral y otras bosqueja formas de la relación con visos de abstracción. Esta ambigüedad deja abierta la interpretación, desde la perspectiva del público, a propósito de las significaciones profundas que podrían desprenderse del desarrollo de la acción.
En las evoluciones de "la tribu" hay un momento significativo, un desafío a decodificar una situación polivalente; el farol rector de la organización espacial adquiere otra connotación, ahora colgado de un dispositivo móvil que se parece a las jirafas de los rodajes de cine para guiar el micrófono que registra los diálogos. Es el momento, en la sucesión de solos, del cuerpo de una trans (Valeria Licciardi, de escaso entrenamiento corporal, tal vez deliberadamente), presencia que introduce una instancia diferencial en la afirmación de la identidad y el libre albedrío. También, el rasgo novedoso de esta nueva performer "al desnudo".
El accionar del carro escénico con el farol en el extremo produce un juego de seductoras alternancias lumínicas, que diversifican constantemente el paisaje escénico. En el tramo final de la pieza -y no antes- se tendrá acceso al roce, como si se tratara de una etapa evolutiva de esta mínima muestra de la civilización: se componen figuras entrelazadas e invertidas, en quietud o en deslizamientos, en las que la musculatura y "los huesos" entablan el silencioso y conmovedor diálogo del contacto humano. Autora y performers asumen, en ese estadio, la dimensión estética del intrincado oficio -en este caso, felizmente explorado- de componer con los cuerpos.
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