Los cien años de sueño (y de magia) de un ballet emblemático
La Bella Durmiente del bosque, ballet en un prólogo y tres actos, sobre el cuento de Charles Perrault / Música: Piotr I. Tchaikovsky / Coreografía: Mario Galizzi, sobre la original de Marius Petipa / Escenografía: Nicola Benois / Vestuario: Aníbal Lápiz / Ballet Estable del Teatro Colón /Dir.: Paloma Herrera / Orquesta Filarmónica de Buenos Aires / Dirección: Emmanuel Siffert / Teatro Colón / Próximas funciones: mañana, miércoles, jueves y viernes, a las 20, y domingo, a las 17 / Nuestra opinión: muy bueno
La princesa se pinchará la mano con una aguja de tejer, pero en lugar de morir sólo caerá en un profundo sueño que durará cien años." Charles Perrault, en 1697, resumió así uno de sus Cuentos del pasado. Una clásica fábula que casi dos siglos después, en 1890, fue reelaborada en un libreto para la escena por Iván Vsevolovsky y Marius Petipa y al que este último, sobre la partitura de Tchaikovsky, convirtió en una de las obras más complejas y atractivas de la historia de la danza académica.
Transitado desde antaño por el Ballet del Teatro Colón, ahora vuelve, ajustado y exultante, con la firme dirección de Paloma Herrera, en la versión que Mario Galizzi trazó sobre la original de Petipa.
Es una sucesión de divertissements enhebrados dramáticamente que generan abundante danza, ya desde el prólogo, "El bautismo" de la recién nacida princesa Aurora, rodeada de hadas; allí, ofendida, ingresará la bruja Carabosse, con el derroche de expresividad de Natalia Pelayo, que, si bien luce joven y estilizada para un rol áspero que, entre otros, fue interpretado por Richard Cragun en el Stuttgart Ballet, puede ser (como Tilda Swinton en Las crónicas de Narnia) una bruja "blanca", joven y atractiva: la maldad no tiene edad.
Ya en la escena que sigue (y que completa la primera parte) suenan valses y aires festivos, como para hacer olvidar al espectador que la malísima Carabosse no perdona. La ligereza de la partitura de Tchaikovsky en este tramo, interpretada con ajuste por la Sinfónica, conducida por el maestro Emmanuel Siffert, da pie al cuadro primaveral que precede el cumpleaños de Aurora.
Nadia Muzyca hace su presentación en sociedad (la de la princesa, en rigor) con un espléndido despliegue, hasta llegar al leitmotiv sonoro de La bella durmiente, con un solo que pone a prueba sus puntas y sus impecables penchés. Tantos giros felices acabarán en el funesto pinchazo, con el que se iniciará el sueño de Aurora: la noche y la inmovilidad caerán durante cien años sobre el bosque y sus habitantes (el bois dormant del título original).
Interpretaciones recientes sugieren que bajo la ingenuidad de la fábula subyace una alegoría sobre el crecimiento: la niña que llega a doncella y, de acuerdo con la tradición popular, al adormecimiento por la primera menstruación: la sangre que brota por el maleficio del pinchazo.
Así que, cien años después, y en un "picnic" de los nobles, el príncipe, encarnado por Juan Pablo Ledo, conduce la acción que, instigada por el Hada Lila (la eficaz y muy celebrada Ayelén Sánchez), acaba en el beso milagroso que despertará a Aurora y a su entorno. El cuadro de Las Ninfas ("La visión") es uno de los momentos mejor plasmados de esta versión, sea por la sutileza de una acción imaginada, sea por el rendimiento del elenco femenino.
En ese espacio despoblado y fantasmal lucen las pirouettes en manège de Ledo, que reiterará en el tramo final, ese "acto Disney" de celebración de boda, especie de bonus track de una peripecia ya cerrada. No obstante, permitirá el lucimiento de Emanuel Abruzzo (Oro), Catalina Jasienovicz (Rubí), Emilia Peredo Aguirre (Diamante), William Malpezzi (Pulgarcito) y la brillante pareja que conforman Georgina Giovannoni (Florisse) y el versátil Maximiliano Iglesias como el Pájaro Azul. El dúo final de Aurora y el Príncipe pone a prueba la firmeza de Ledo, como partenaire de Muzyca, en la riesgosa serie de tres "pescaditos" sucesivos.
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