Los 40 años de Danza Abierta, un ciclo que marcó el inicio de una etapa con libertad y dejó su huella
En una escena amenazada por la dictadura militar, comenzó en el Teatro Bambalinas este movimiento con varios protagonistas que todavía son centrales para la danza contemporánea; hablan Mariana Szusterman, Margarita Bali, Roxana Grinstein y Alejandro Cervera
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La danza en Argentina tiene la larga tradición de encontrar formas colectivas en diversos momentos de la historia. Uno de esos momentos fue en 1981, cuando le hizo frente al estado de sitio impuesto por la dictadura militar con un ciclo llamado “Danza Abierta”.
El 20 de noviembre de 1981, en el Teatro Bambalinas del barrio de San Telmo, comenzaba una instancia fundamental para la danza independiente de la ciudad. La experiencia se repitió en 1982 y 1983, con muy buena respuesta del público. A 40 años del inicio de la primera edición de ese movimiento de resistencia cultural, LA NACION conversó con algunos de sus participantes.
Todo comenzó con tres coreógrafas: Mariana Szusterman, Etel Bendersky y Anahí Zlotnik, que buscaban sala para sus creaciones. Así llegaron hasta el Teatro Bambalinas, dirigido por Alfredo Zemma, quien a partir de su observación de la repercusión de Teatro Abierto les aconsejó reunirse con más creadores. “Nosotras hicimos una primera lista de catorce coreógrafas para convocar que estaban en el circuito de la danza contemporánea. Éramos todas remadoras –sostiene Szusterman, quien actualmente dicta seminarios de técnica Graham y Barre a Terre y sueña con empezar los ensayos de un proyecto de danza escénica-. Comenzamos a reunirnos en el Bambalinas y se abrió un abanico. Todo el mundo se empezó a enterar, porque hicimos unos flyers de convocatoria para que venga quien quisiera. La idea era absolutamente gratis, todo autogestionado. Y se expandió muchísimo”.
En la primera comisión organizadora estuvieron Mecha Fernández, Mónica Fracchia y Alicia Orlando, entre otras coreógrafas que se pusieron al hombro la gestión de un programa rotativo de 7 funciones que se repetían a lo largo de todo un mes. En esa y las siguientes ediciones, la amplitud en la convocatoria dio por resultado un eclecticismo que incluía figuras reconocidas y jóvenes promesas, muchas de las cuales se convirtieron en referentes de la escena local.
Así fue como llegaron a compartir función, la consagradísima María Fux y el acto inaugural de la primera planta espacial de las Bay Biscuits, performers fundamentales en la escena de los ‘80, entre las que estaban Vivi Tellas y Fabiana Cantilo. Cuenta la leyenda que esa noche estuvo entre el público un tal Charly García, que decidió invitarlas a ser teloneras de Serú Girán.
La coreógrafa Roxana Grinstein, hoy a cargo de la Dirección de la Compañía de Danza de la UNA, participó como intérprete de El día del campeón, de Silvia Vladimisky y Raul Rizzo. Una obra con un elenco muy expresionista y numeroso que contaba la vida de un boxeador con música de Brahms y de Piazzolla. “Recuerdo el fervor del evento en sí, las obras eran una anécdota. En el ciclo del ‘81 no hubo una curaduría, porque el sentido tenía que ver con un “vamos todos juntos”, subraya Grinstein. “Ese era el criterio ideológico de ese momento. Y eso fue lo más emocionante”.
El programa de mano de 1981 también cumplía la la función de afiche publicitario. Allí puede leerse que se presentaron 63 obras y se mencionan a jóvenes intérpretes que luego formarían Las Gambas al Ajillo, el Clú del Claun o la banda de rock Oveja Negra. También participaron compañías preexistentes como el Grupo Aluminé de Patricia Stokoe o la compañía Nucleodanza, cuyos integrantes fueron intérpretes y coreógrafos de muchas obras a lo largo de los tres años del ciclo.
Entre ellos se encontraba Margarita Bali, que para el ciclo de 1981 volvió a montar y bailar Climas Sónicos. Si bien nunca consideró que sus vivencias en la época de la dictadura se vieran de manera directa en su trabajo, piensa que integrar la organización de Danza Abierta fue un hecho político. “Me sumé porque me interesaba la gestión de lo comunitario y participar con otros pares de la danza en la ciudad”, afirma ahora Bali, mientras edita Tritones y Nereidas en un mar de plástico, videodanza con ocho bailarines en un tanque de agua.
En Danza Abierta ‘81 se bailó Paul Anka y Pink Floyd. Vivaldi y Vangelis. Gardel y Gismonti. Hubo tango, jazz, folklore latinoamericano y música minimalista.
Esta última fue la elección del coreógrafo Alejandro Cervera, que se encuentra a punto de estrenar Territorios con el Ballet de la Provincia de Salta, que ahora dirige Miguel Ángel Elías: el 25 y 26 de este mes suben a escena en el Teatro Provincial. Cervera recuerda que creó la obra Ilusiones de grandeza, sobre la música de Steve Reich, pero con una espacialidad muy abierta. “No era una contradicción, estilísticamente andaba –sostiene-. Tenía el juego de una solista y un gran grupo, porque la obra planteaba eso. Era un título irónico”.
En los ciclos posteriores, se fueron sumando, entre muchísimos otros, Vivian Luz, Rubén Szuchmacher, Sandro Nunziata, Eleonora Cassano, Gerardo Baamonde, Omar Chabán, Andrea Chinetti y Roly Serrano. La lista es realmente interminable. Tanto que en el ciclo de 1982 anunciaban la participación de más de 100 coreógrafos y 500 bailarines.
¿Cuál fue la huella que dejó Danza Abierta en la danza contemporánea de la ciudad? Entre tantos participantes las motivaciones para sumarse realmente fueron de lo más diversas. Pero no es casual que muchos de ellos se piensen a sí mismos como gestores culturales. Porque allí aprendieron muchos de los oficios escénicos necesarios para llevar a buen puerto la danza independiente.
Danza Abierta reunió la creatividad dispersa por el aislamiento que implicó la dictadura militar. Y fue un momento bisagra en las artes escénicas que marcó el final de un período oscuro y el comienzo de una nueva etapa con proyectos colectivos en libertad.
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