Lluvia de pétalos, aplausos y ovaciones en la despedida de la primera bailarina Nadia Muzyca
En el adiós de los escenarios, la artista del Teatro Colón, una enamorada de los dramas, hizo con Giselle su última función
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Nadia Muzyca, primera bailarina del Teatro Colón, se bajó de las puntas en la función de anoche rodeada del amor del público y sus compañeros del Ballet Estable, que en las redes sociales le auguraron una “maravillosa función de despedida”. Y así fue: Nadia Muzyca se retiró de los escenarios de ballet clásico cuando todavía le quedaba muchísimo resto físico, lo que le permitió elegir el cuándo. Y el cómo. Para alguien que disfrutó tanto interpretar personajes dramáticos y grandes muertes, Giselle era el ámbito perfecto.
Antes de que entrara la orquesta, un locutor anunció que era la función de despedida de una de sus bailarinas principales y estalló la primera de las ovaciones de la noche al oír su nombre, de modo que fue casi imposible entender qué decía el resto del texto que sonaba desde los parlantes.
Como si hubiera seguido los consejos de la organizadora hogareña Marie Kondo, cuando sugiere agradecer a los objetos que nos han acompañado antes de dejarlos ir, Muzyca pudo despedirse de cada pequeño rincón del Teatro Colón a lo largo de las últimas semanas. Cada sesión de fotos para los medios fue un abrazo a la platea, el telón, los pasillos y a su camarín.
Algo de ese clima de agradecimiento se filtró a lo largo del primer acto: la versión de Gustavo Molllajoli tiene una Giselle que desobedece a su madre y baila mucho junto a sus vecinos y frente la corte de Bathilde. Y eso le permitió sonreír con su personaje, disfrutando de su cuerpo en movimiento. Y también camuflar en los momentos de baile grupales, tantos abrazos, miradas cariñosas y gestos de admiración en una emocionada ceremonia de gratitud.
Los momentos de encuentro con Albretch, encarnado por Federico Fernández, visiblemente conmovido, dejaron apreciar una vez más la relación de complicidad y ternura que 17 años de trabajo juntos fueron forjando.
Y como todos esperaban, hacia el final de la primera parte, llegó “la escena de la locura”, ese destino anhelado por todas las primeras bailarinas interesadas en la interpretación dramática más allá a la técnica. Y Nadia Muzyca fue una auténtica reina del drama. Su locura tuvo todos los condimentos y ningún exceso: alienación, carcajadas vacías, desorientación, margaritas invisibles deshojadas con furia, una serpiente traicionera dibujada en el piso y un corazón que se detuvo al romperse para dejarla morir en escena por última vez.
Porque Giselle debe morirse con el corazón roto. Y no es lo mismo que morirse extenuada por la desgracia en Manon, por la tuberculosis en Margarita y Armando. En un aleteo hacia la eternidad en el Lago de los Cisnes o asesinada como en Carmen. Muzyca ha estudiado y habitado cada una de esas muertes a lo largo de los años y encontrado su modo personal de transitarlas. De manera que ese cierre en los brazos de su madre y rodeada de la comunidad era la imagen perfecta. Y así también se subraya en esta versión que conserva la foto una vez más, en un breve abrir y cerrar del telón antes del intervalo.
El saludo de toda una comunidad
Durante toda la semana en las redes sociales el público, los bailarines y otros artistas de del mundo de la danza y el teatro fueron posteados muchos mensajes amorosos para Muzyca. Incluso recibió en un pequeño video de Instagram un cariñoso saludo de Julio Bocca, que desde Dinamarca, que le deseaba que su “nueva parte de la vida sea maravillosa”.
En el segundo acto, con las Willis como marco, la levedad fantasmagórica del bosque fue el espacio para un cuerpo emocionado. Y nuevamente los años de trabajo en equipo con Fernández dieron sus frutos: el contacto inmaterial de los amantes traspasó las fronteras de lo verosímil.
Muzyca bailó con perfección técnica cubriendo los requerimientos de tiempo, distancia, altura y velocidad. Pero sobre todo bailó por última vez con su amado antes del amanecer y lo alentó para seguir bailando y para continuar su camino solo. Cualquier similitud con la realidad, no es pura coincidencia.
Con las últimas campanadas, llegó el final, que se hizo más conmovedor cuando el telón volvió a abrirse y mostró, no ya a los personajes, sino a las personas, Fernández y Muzyca, abrazados en la felicidad del deber cumplido.
Todo el teatro se puso de pie y aplaudió largos minutos a toda la compañía y, sobre todo, a la protagonista de la noche que recibía tanto reconocimiento con serenidad y alegría. En el piso del escenario, se fueron acumulando Los ramos florales ofrecidos con admiración por cada uno de los primeros y primeras bailarinas y solistas del Ballet Estable con los que Muzyca tejió su carrera en estos años.
Al abrazo de Mauro, su pareja, y de sus hijos Valentino y Francesco, le siguió el de su maestra Lidia Segni y también el flamante director del Teatro Colón, Jorge Telerman, que disfrutó de la función desde un palco bajo vecino al de Mirtha Legrand. También le rindieron homenaje con aplausos y flores, Mario Galizzi, director del Ballet Estable, el equipo técnico, el director de la orquesta Manuel Coves. Muzyca agradeció al cuerpo de baile que la había acompañado en la función en una carrera de punta a punta, “chocando los cinco” con cada una de las Wilis.
Mientras llegaban los aplausos desde los rincones más altos del paraíso, llovieron pétalos, esta vez blancos, como si el escenario quisiera despedirse él también.
Tras veintiocho años de carrera en el ballet clásico, Nadia Muzyca, primera bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón, cerró una etapa profesional cuando todavía le quedaba mucho para dar, demostrando una vez más, que es la dueña de su destino.
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