Las "travesías" del Ballet Contemporáneo
"Travesías" , coreografía de Mauricio Wainrot, por el Ballet Contemporáneo del Teatro San Martín. Música de Giya Kancheli, Dmitri Yanov-Yanovsky, Nedko Petrov, Chava Alberstein, Mychael Danna, Elis Regina y Tom Jobim, Uña Ramos y autores anónimos. Escenografía y vestuario de Carlos Gallardo. Iluminación: Eli Sirlin. Sala Martín Coronado del Teatro San Martín. Funciones: martes a las 20.30, sábados a las 18, domingos a las 20.
¿Cuánto habrá que ensayar para arribar a una intensa hora y veinte de danza ininterrumpida, en la que más de veinte bailarines conjugan un espectáculo de ajuste perfecto? La pregunta es retórica porque uno conoce la respuesta: no más que cualquier otra obra porque el elenco que la interpreta es de primera y los mecanismos de la compañía están aceitados. Y la observación apunta a exaltar la condición más destacable de "Travesías", la obra de Mauricio Wainrot que acaba de estrenar el Ballet Contemporáneo del San Martín que él mismo dirige.
Toda la obra es una exploración musical rica y variada. Y las distintas músicas son el pretexto para una hipotética travesía por países y gentes. La primera "estación" musical-coreográfica se sostiene en un tema exótico (lo son casi todos), denso e incisivo a la vez, para un dúo que dura más de quince minutos, en el que los intérpretes (Silvina Cortés y Leandro Tolosa) agotan las posibilidades de los códigos de interacción espacio-corporal. La decena de hombres que brotan en el proscenio accionado por el pistón contrastan con la prolongada -acaso en demasía- intimidad del dúo inicial. Estos diez hombres se mueven con una dinámica tribal, casi primitiva, con una música de resonancias ceremoniales que se adecua a la perfección.
Hay un dúo femenino que se completa con una tercera presencia, la de la expresiva Elizabeth Rodríguez, quien luego desarrolla un solo con fondo de un estimulante corito a capella. Los distintos cuadros de esta suite se montan, en ritmo o en introspección, en tambores, voces o conjuntos instrumentales, en temas musicales regionales -algunos, muy elaborados- de una gran diversidad de procedencia y de compositores (Giya Kancheli, Yanov-Yanovsky, Jobim, Uña Ramos, entre otros). Sería caprichoso hablar aquí de aires "étnicos", ya que toda música no académica o no comercial responde a la expresión sonora de una etnia, pero ciertas resonancias exóticas aquí son insoslayables.
Mariela Alarcón, con Leandro Tolosa y Ernesto Chacón Oribe ejecutan un sugerente planteo coreográfico, circunvalado por un personaje de negro (Elizabeth Rodríguez) que insufla a la escena el carácter más teatral de toda la pieza: un deambular en un espacio cubierto por despojos de ropas diseminadas por el piso, conforma uno de los momentos más elocuentes de la obra. ¿La dama de negro alude a la muerte o es un antepasado que sucumbió en algún genocidio? Hay una carga dramática en esta secuencia en la que despunta la proyección humanística de Wainrot, que merece ser subrayada y que reaparece cada tanto en sus obras, en concepciones atentas al dolor de una humanidad sacudida por guerras, sometimientos o atentados.
En este tramo se define con más nitidez el único implemento escenográfico que planea sobre "Travesías": una suerte de escultura colgante de Carlos Gallardo, de admirable diseño, mezcla de carabela y de pájaro, que de una u otra manera alude a las migraciones. Aunque estático, una adecuada iluminación de Eli Sirlin provoca destellos mutantes que confieren al objeto la sensación de movilidad.
Acaso excedida en su duración, esta flamante obra de Wainrot (la primera que en esta nueva etapa suya al frente de la compañía del San Martín monta sobre los cuerpos de sus bailarines y especialmente para ellos) luce más rica en matices que otros trabajos suyos, en la medida en que su natural tendencia al desborde kinético y a coreografiar hasta la última nota, aquí se ve moderada por la introspección, la búsqueda y la profundización en los significados de la danza.
En un entusiasta y prolongado final con percusión y canto árabe a los cuatro vientos, vuelve a destacarse Silvina Cortés, esta vez con una proyección expresiva desafiante, casi salvaje. Es el momento de "fiesta" para todo el Ballet Contemporáneo y que, al mismo tiempo, pone a foco la principal virtud de Wainrot: más allá de sus discutibles aciertos como coreógrafo (a veces tentado por resoluciones convencionales en cuanto a lenguaje), nadie podrá negarle el mérito de haber consolidado a una compañía que se ubica entre las mejores de América latina-sin distinción de clásicos o modernos- ,merced a un conductor que ha sabido imprimir a su cuerpo de baile no sólo disciplina sino también una encomiable homogeneidad.
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