La utopía del cuerpo como tema en danza
Con un texto de Foucault en la voz de bailarines de 60 años, la coreógrafa Constanza Macras cambia las reglas del juego en el Ballet del Colón
Bosque de espejos tiene más filo que fábula. Aunque suba a un escenario habituado a los cuentos de hadas, y con un elenco proclive a creer en príncipes, encantamientos y actos blancos que le dan revancha a la muerte, aquí nada es como siempre. Las heroínas del ballet -Giselle, la bayadera Nikiya, Julieta, las aladas sílfides- se debaten entre el cuerpo y el alma usando para ello la voz, entregadas más a la interpretación dramática que a la exigencia de las piruetas y los saltos.
Tienen en la punta de la lengua un texto de Michel Foucault y se mueven en una escenografía de tubos plásticos negros inflables, a merced de músicas de la escuela vienesa y del barroco, partituras que insisten en el tema de la finitud. En la primera línea no están los más esbeltos ni los técnicamente más virtuosos de la compañía. Los protagonistas hoy son los mayores.
Bosque de espejos es el nuevo trabajo de Constanza Macras, una coreógrafa que no es ninguna novedad para los porteños, aunque puede serlo perfectamente para los habitués del Teatro Colón. Argentina, residente en Berlín, ha traído ya en dos oportunidades a Buenos Aires al cosmopolita grupo Dorky Park, que dirige. Y si bien trabajó antes con cuerpos de baile clásicos en teatros de ópera, ésta es su primera vez en el máximo coliseo de su ciudad, donde cuando era chica veía morir a Espartaco o enloquecía con el Niño brujo.
No sabe contar cuántas veces se solidarizó con la pobre Giselle, pero claramente Macras nunca quiso ser un cisne... Y menos ahora, a los 46 años y con una carrera tan encaminada. Su danza está al borde del teatro -puede montar una obra que dure cuatro horas- y sus criterios de lo moderno no tienen demasiada relación con los del gran William Forsythe ni con los del genial Nacho Duato; tampoco con su par local, Walter Cammertoni. Lo único que los cuatro tienen en común es el programa Noche Contemporánea (ver aparte), que hoy se estrenará en la sala mayor para la danza en nuestro país.
"Me propuse trabajar sobre la muerte de las heroínas del ballet romántico clásico -cuenta Macras a toda velocidad, tal su forma de hablar-. Y hacerlo con la gente más grande, los que ya no están bailando tanto, me pareció muy interesante. Algunos tienen 60 años, otros 50 o cuarenta y pico, y así abarco todo el espectro de edades de la compañía. Inicialmente, la idea partió de Darío [Lopérfido, el director del teatro] y Maxi [Guerra, el actual director del Estable] lo tenía en la cabeza. Él quiere tener una compañía mayor, algo así como un Nederlands Theater 3 -revela un proyecto que a priori suena muy ambicioso: emular al reconocido team holandés-. Querer darles trabajo a ellos es genial. Y yo lo haría de vuelta con gusto porque son encantadores. Tienen entusiasmo y el deseo de ser explotados artísticamente."
Antes de este proyecto, Constanza Macras no sabía siquiera que había integrantes del Ballet del Teatro Colón con 60 cumplidos ni que la jubilación fuera uno de los temas clave para resolver el funcionamiento de este organismo, que en otras épocas tenía un régimen de 20/40, por el que podían retirarse a partir de los 40 años si habían ya trabajado durante 20. Y aun cuando esas cuestiones administrativas están pendientes de resolución, ella está muy lejos de esto. En Dorky Park, cuenta, hay una integrante de 73 años que les pone un parámetro muy alto a los chicos de veintipico con los que convive. "Y no es una bailarina de «carácter», eh", se apura por aclarar.
Sí lo son Norma Molina y Ricardo Ale. La primera, habituada a ser "la madre de...", la nodriza, a desfilar en las cortes reales; él, un Quijote prácticamente fijo. La coreógrafa saca a ambos de ese lugar secundario, de pantomimas y trajes pesados, y no solamente les sube la apuesta en su danza, sino también en el plano dramático. "Ricardo está levantando a Norma en un lift supercomplicado, que les cuesta hasta a los jóvenes. Pueden hacerlo y está bien que lo hagan si hay un material con el que ellos se sienten cómodos."
Palabras mayores
"Mi cuerpo es el lugar irremediable al que estoy condenado", pronuncia Ale una línea de El cuerpo utópico, de Foucault. "Bueno, Ricardo, no estás tan mal", le dirá Norma luego, en este ensayo que LA NACION presencia en la sala 9 de Julio, en un claro agregado al texto que es columna vertebral de este espectáculo dispuesto a demoler, justamente, las utopías del ballet clásico.
Aunque principalmente la conferencia radial del filósofo de 1966 recae aquí en una narradora situada en un lugar de ensoñación, cuando se la escucha también en la voz de estos intérpretes es imposible que las palabras no se tiñan del sentido de la experiencia. "Fue muy bueno que aceptaran hablar, que no tuvieran miedo... Hay gente que te pone limitaciones, pero en este caso fueron superabiertos. Les expliqué que teníamos ese texto, que las músicas no iban a ser las originales... [a cambio de Adolph Adams y Serguei Prokofiev, están Anton Webern, Purcell y Bach]. Imagínense que a esta altura ellos tienen la partitura de cada ballet en la oreja y saben exactamente en qué momento hay que hacer cada cosa. Pero no sintieron que estaban profanando algo que conocen tan bien. Al contrario."
Este mes Norma Molina cumplirá cuatro décadas en el Ballet del Colón y ya llegó a los 60, aunque -dice- la edad es algo que solamente recuerda cuando le cantan el "Feliz Cumpleaños". "Es hermoso que al pasar por todo el proceso que conlleva la vida de una bailarina pueda tener la oportunidad de seguir experimentando la escena al servicio del arte -observa ahora-. Este tipo de proyectos requiere gente de todas las edades; en la obra, somos todos distintos espejos."
Giselle cae, sin vida. Ahí están la rosa con espinas y algunas pocas literalidades del clásico. "Me interesaba esa transformación del cuerpo que hay en el ballet, donde uno sigue viendo a la gente que se murió y que en verdad no existe. Me interesaba trabajar en esto en el contexto de la edad, en lo que le pasa a un bailarín recorriendo una carrera por tantos años", define la coreógrafa.
"El país de las hadas, el país de los duendes, de los genios, de los magos es el país donde los cuerpos se transportan tan rápido como la luz, es el país donde las heridas se curan con un bálsamo maravilloso en el tiempo de un rayo, es el país donde uno puede caer de una montaña y levantarse vivo, es el país donde se es visible cuando se quiere, invisible cuando se lo desea. Si hay un país mágico es realmente para que en él yo sea un príncipe encantado y todos los lindos lechuguinos se vuelvan peludos y feos como osos", sentencia Foucault, palabra mayor.
Noche contemporánea
Obras de Constanza Macras, William Forsythe, Nacho Duato y Walter Cammertoni
Desde hoy, y hasta el sábado, a las 20. Desde $ 40.
Los cuatro puntos cardinales
El detalle del programa que se verá esta semana
Si el programa que se estrena esta noche es un buen panorama de lo que se puede entender cuando hablamos de "danza contemporánea", podría resultar que el público -como sugiere Constanza Macras- ame una obra y odie la siguiente. In the middle somewhat elevated, del neoyorquino William Forsythe, ocupa en este arco el lugar del clásico. Del español Nacho Duato, vuelve Por vos muero, bello trabajo que se vio en el escenario del San Martín en 2009. Ninguna de las dos figuras internacionales vino a montar en persona sus trabajos. Sí lo hicieron Macras, para su Bosque de espejos, y Walter Cammertoni, el otro argentino convocado para hacer Amor, el miedo desaparecerá.