La última noche memorable de Iñaki Urlezaga en el Teatro Colón
Se escuchó en la platea: "El que hoy aquí no se haya conmovido tiene un severo problema". Qué cierto. La ocasión en sí misma ya aseguraba que la última función de Romeo y Julieta en el Teatro Colón sería emocionante: se retiraba un reconocido bailarín argentino, Iñaki Urlezaga . Pero por muchas razones además de ese adiós no pronunciado, aunque sentido y correspondido entre flores, reverencias y efusivos aplausos, la de anoche fue una extraordinaria cita con la danza.
Obra maestra como pocas, la pieza de Kenneth MacMillan se apodera de la tragedia de Shakespeare con una coreografía que exige a los protagonistas un compromiso dramático a la par del físico. Un personaje como Julieta, labrado en todas sus facetas, se lució en el cuerpo de la bailarina invitada para esta oportunidad especial, la británica Lauren Cuthbertson. En escena, con una nueva producción sobre los fantásticos diseños de escenografía y vestuario de Nicholas Georgiadis, el Ballet Estable hizo gala de precisión y homogénea desenvoltura en la sala de baile y en las luchas del mercado de Verona, y estuvo a la altura de un reparto con solistas muy destacados. Y la Orquesta Estable: ¡cómo no sucumbir frente a una de las músicas más bellas del repertorio del siglo XX!
Urlezaga, que hacía doce años no bailaba en el Colón, dio a sus 42 una buena demostración de lo que la experiencia hace con un artista. Le pidió a su físico un último esfuerzo para entregarse entero en la obra con la que muchos soñarían para su retiro, y desplegó un rol que conoce bien, que aprendió en su otra casa –el Covent Garden londinense– y que en el escenario lo posee sin soltarlo ni un momento. Es, primero, un joven que se mueve con frescura en el umbral del romance y, enseguida, un hombre enamorado hasta las tripas, envuelto en un drama que dejará un reguero de cadáveres, incluido el suyo y el de su amada. En ese arco, con la bellísima bailarina del Royal Ballet elevaron el espectáculo, sobre todo en tres escenas emblemáticas y de distinto color: el pas de deux del balcón, el dúo junto a la cama y, finalmente, en la cripta.
Conocida por todos, en la historia de rivalidades entre Montescos y Capuletos hay una gama de personajes que por su gran desempeño aquí merecen destacar. Mercucio y Benvolio, espadachines juguetones literalmente hasta la muerte, los amigos de él quedaron en la función de ayer a cargo de Emanuel Abruzzo y Facundo Luqui. En el bando contrario, también es para mencionar el severo Teobaldo de Nahuel Prozzi y el ingrato Paris, que trae oficialmente de regreso a la compañía a Gerardo Wyss. Entre ellas, la gracia tocó con su varita a la Rosalinda de Paula Cassano y de las tres prostitutas: Camila Bocca, Ayelén Sánchez y Georgina Giovannoni.
Bajo una lluvia de pétalos, emocionado, aliviado y feliz –así, sin máscaras, se despedía minutos después frente a famosos y anónimos en un brindis íntimo en el foyer del Salón Dorado–, Urlezaga recibió los aplausos que bajaban como catarata desde la cazuela de pie hasta el escenario. A la vista de todos, recibió varios ramos: de las autoridades del teatro; de Paloma Herrera , directora de la compañía y ex compañera del Instituto Superior de Arte cuando eran niños; de Antonia y Esmeralda, sus sobrinas… Hubo más. Rodeado de flores, abrazó una vez más a Cuthbertson como si todavía fuera su Julieta. Y besó también al público, que alargó el saludo final de una función que, probablemente, ingrese al ranking de las noches memorables que tras 25 años de carrera guardará como divino tesoro.
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