La tregua, la novela más popular de Mario Benedetti, hace su última pirueta y salta al escenario
Antes que todo está el cello y toca su primera nota sobre una escena de pérdida. El protagonista de la historia es un hombre viudo que ocupa un eslabón insoslayable en la cadena de la burocracia ciudadana: Martín Santomé. Se mueve con el peso de la rutina literalmente sobre su espalda, entre las tensiones familiares, la trama urbana y la oficina, que es una metáfora rotunda en Mario Benedetti desde su poesía hasta su novela. Los tres escenarios se articulan y la grisura de la vida cotidiana se quiebra de pronto con la irrupción del amor: Laura Avellaneda. Pero en el desenlace el cello volverá a pulsar la misma cuerda oscura de la muerte.
Para muchos vecinos del otro lado del río La tregua es "una institución". O un espejo. En el año del centenario del escritor y después de conquistar al mundo de la literatura y del cine, el libro se escapa ahora de su época, da un salto más allá del teatro y cae en puntas de pie sobre el terreno del ballet.
Bien patrimonial del Uruguay, la obra de Benedetti no es en absoluto ajena para esta orilla: está al alcance de la mano de todos los argentinos, en la distancia de un brazo extendido hasta el estante de cualquier biblioteca, en el film que le dio a nuestro país la primera nominación al Oscar y en una parte de esa esencia que hace, a unos y a otros, rioplantenses.
Hay un argentino también en la génesis de este proyecto de trasladar las palabras a la danza: hace dos años, el gestor cultural José Miguel Onaindia inició desde el Instituto Nacional de Artes Escénicas (INAE) junto con el español Igor Yebra, director del Ballet Nacional del Sodre, la proeza que llevó adelante un equipo creativo ciento por ciento local. En una reciente conferencia de prensa, Hortensia Campanella, biógrafa de Benedetti (Un mito discretísimo) y presidenta de la fundación que vela por sus derechos, se refirió a la "audacia" de ese tándem para transpolar la obra más conocida, más traducida y más versionada del autor a un nuevo lenguaje. Y el jueves pasado, como si fuera la pandemia la que quiere usar ahora la metáfora de una "tregua", se estrenó este espectáculo que tiene la épica y la talla del aniversario de tres dígitos, pero también de las seis décadas de la novela y de los 85 años del BNS. Se corrió el telón en condiciones que hoy diríamos "a sala llena": con 30% de aforo, barbijo y distancia social. Y mereció un largo aplauso.
En términos normales, en Buenos Aires, ya habríamos visto pasar la producción por el teatro Coliseo: había toda una gira nacional confirmada antes de que apareciera el Coronavirus. En este sentido la buena noticia es doble. Por un lado, Lino Patalano ya se anima a palpitar para septiembre próximo el desembarco en la misma sala porteña. Por el otro, lo más inmediato: habrá que "sacar entradas" ahora mismo para ver este sábado el streaming para Latinoamérica a través de la plataforma de Santiago a Mil (el valor de los tickets es un equivalente a cuatro dólares).
En exclusiva, LA NACION pudo acceder a los videos del ensayo general y la función de estreno de La Tregua que, finalmente, revela el resultado del trabajo de un equipo con varios artistas reconocidos (y a esta altura reconocibles). Si hace una año, cuando conversábamos con ellos en una nota para esta misma sección había más ideas que hechos, ahora la obra demuestra en escena la cohesión de un grupo que potencia en el resultado final el talento de cada uno de sus integrantes. Ellos mismos destacan como una clave esa sinergia que dio evidente frutos. "Me tomo el atrevimiento de decir que va a ser un espectáculo que va a trascender", decía uno de ellos hace unos días, detrás del tapaboca.
De la coreógrafa Marina Sánchez, exbailarina de la compañía que en la última década se echó al ruedo creativo, está latente su mix de lenguaje clásico y tango, de puntas y zapatos de taco que hacen aquí su percusión, y ese perfume local fácil de identificar en sus obras. Como ella misma cuenta en un programa documental sobre el proceso creativo emitido por la televisión pública y se explaya también el programa de mano del espectáculo, suya fue la idea de dar vida a dos nuevos personajes que en el libro no aparecen como tales, pero que son la sustancia misma de la novela: la Rutina –un agobiante hombre de gris que carga su peso sobre los hombros de Martín, como una sombra o un límite que no lo deja salirse del guion– y el Azar (o la Muerte), que con una mano trae de vuelta el espíritu de aquel viejo amor y con la otra da y quita la oportunidad de uno nuevo.
Desde el principio Sánchez acercó a Luciano Supervielle, arquitecto del score de este ballet, un Beethoven: la sonata Pathetique regresa en escenas clave. Pero en el viaje sonoro que parte de aquel cello inicial hacia una suerte de réquiem conmovedor –evidentemente compuesto desde el alma–, el integrante de Bajofondo pasa por su faceta más conocida (la del tango electrónico), se sirve de un puñado de temas de su disco Suite para piano y pulso velado, crea composiciones que dinamizan los tránsitos entre cuadros y otras más incidentales, a la vez que deja entrar murmullos, traqueteos de viejas máquinas de escribir y campanillas de teléfono en su mixtura de lo sinfónico con las programaciones. Todos elementos que Supervielle tiene en la punta de sus dedos, como un director de orquesta.
No haría falta ni es posible seguir página a página la traslación del texto original al escenario, pero el dramaturgo Gabriel Calderón escribió a partir de ese diario íntimo que es La tregua un guion posible para que éste fuera un ballet narrativo claro, con el ritmo y las sensaciones, algunos hechos y las expresiones de Benedetti, que se respiran en el lenguaje de los cuerpos.
Del mismo modo ahora se vuelve concreta aquella inspiración inicial que había confesado el escenógrafo y vestuarista Hugo Millán, cuando apenas tenía el trazo de los primero bocetos y figurines: la presencia de Edward Hopper, "el pintor de la soledad" que sin querer se puso tan de moda en esta temporada del encierro, está latente. Así también destaca, minimalista, las cuatro estructuras móviles que creó para ambientar las escenas, un homenaje a esa costumbre tan montevideana de "mirar detrás de la ventana". Como señala el programa de mano, cuando Millán planteó su propuesta "quiso que las persianas, que también pueden ser ficheros, se trasladaran al vestuario a través de diferentes formas de tableado o plegado. Su puesta es la mejor cómplice para el diseño de iluminación de Sebastián Marrero, que trabaja y aprovecha la oscuridad (y las sombras) en un juego de claroscuros que podría ser los ojos del protagonista.
El cuerpo de baile es en la oficina una máquina de precisión, en la calle un vendaval o un tránsito ensimismado, y como en el renacimiento a una nueva vida, un corazón que late con todos los músculos a la hora exacta de la tregua. Sergio Muzzio y Nadia Mara –bailarina uruguaya repatriada este año que trae un gran aporte al BNS– en los protagónicos, y Ciro Tamayo y Damián Torío, en los roles principales de la Rutina y el Azar para la función del streaming, cargan de sentido su interpretación para darle sustancia a cada personaje.
"Por el conocimiento que tuve de él, me permito decir que Mario estaría encantado con este ballet", auguraba hace un año Campanella. Finalmente el texto de Benedetti, un autor gigante con el que todos en Uruguay tienen conexiones íntimas (y, por qué no, en el resto del mundo de habla hispana también), hace aquí su última pirueta.
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