La Sylphide tiene nombre de mujer
Con una naturalidad apabullante, delicadeza exquisita y el dominio de una técnica difícil, que pone en primer plano cada mínimo detalle, ahora la Sylphide –ese ser alado, etéreo e imaginario– tiene nombre de mujer. Macarena Giménez, primera bailarina del Ballet Estable del Teatro Colón, asumió el protagónico del clásico romántico (que se reestrenó el martes), y ocupó anteayer el lugar de la estadounidense Misty Copeland, que finalmente no pudo bailar. Y no solo conquistó al joven escocés, personaje que interpretó un Herman Cornejo inconmensurable, sino que con su actuación dejó claro ante el público que su desempeño no es en absoluto fortuito, como el reemplazo que ese día (y nuevamente esta tarde) debió realizar.
En sus veintipico, Giménez viene de hacer todos los roles principales en la temporada 2018 y también en la actual, y eso es un nutriente fundamental para el crecimiento que se advierte ahora en escena. Esta es la segunda vez que baila La Sylphide: en 2012 había interpretado a Effie, la prometida de carne y hueso de James, por lo que el incorpóreo personaje salido de un bosque de hadas es en sí mismo un debut. Burbujeante, invisible y pícara, en la primera parte, irresistible, enamorada y finalmente sufriente, en el segundo acto (el blanco), la sílfide es un papel facetado y precioso, como un diamante, y se luce en el cuerpo, el temperamento y la danza con la que ella lo recrea. "Fue un trabajo difícil porque es una técnica distinta y el personaje tiene muchos aspectos que uno no puede ver", dice Macarena Giménez a LA NACION. "Lo disfruté muchísimo –recapitula, después de la función del viernes–. Es un ballet muy especial en mi carrera, porque la primera vez que subí al escenario del Colón fue con este título. Era muy jovencita, venía de una compañía privada, y que hoy se repita y pueda hacer de la Sylphide es un sueño. Amo este personaje".
Originalmente, estaba anunciado que Giménez bailaría dos funciones, las del 21 y el 24, pero tras la sorpresiva baja de Copeland, hace una semana, y su designación para las funciones de anteayer y de esta tarde, se modificó la agenda de manera que no le quedaran tres actuaciones consecutivas. "Me ayudó mucho que se diera esta situación con un ballet con el que estaba tranquila, porque los repositores nos enseñaron el rol con muchísimo amor", cuenta, refiriéndose a Anne Salmon y Jean Christophe Lesage, que en sus carreras trabajaron codo a codo con Pierre Lacotte, autor de la versión coreográfica francesa de la obra que tiene el repertorio del Colón. Así, el miércoles, Macarena Giménez bailó con Maximiliano Iglesias, su marido, y el viernes y hoy con Cornejo, el invitado del American Ballet Theatre que entre muchas otras virtudes confirma lo bien que le sienta la vuelta a casa.
"Con Herman fue todo bárbaro porque es un bailarín maravilloso y una persona hermosa. En 2016 hicimos juntos La Bayadera de Makarova acá, en el Colón. Él es un orgullo argentino. Conectamos enseguida", se explaya, deseando que se vuelva a repetir el encuentro en futuras producciones.
De hecho, puede que así sea. Entre los planes de Cornejo, que en las próximas semanas comienza su temporada número veinte con el ABT de Nueva York, está el proyecto de pasar mayor cantidad de tiempo con la compañía de su país, que dirige Paloma Herrera ; ser cada vez menos un invitado y cada vez más uno de ellos. A propósito, y más allá de los elásticos saltos, de las baterías precisas y veloces, del enorme gusto que para el público es ver bailar a un artista de esta talla, hay que resaltar la cohesión que logró con el Ballet Estable en general (entre quienes cabe subrayar el desempeño de dos solistas, Natalia Pelayo y David Gómez) y con las dos bailarinas principales en particular. Porque no solamente con Giménez se dan los pas de deux de esta versión rica en variaciones, sino a dúo con Camila Bocca (que también hace un trabajo muy destacable) e incluso los tres juntos en el bellísimo final del primer acto, que eleva la obra.
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