La Sylphide
La magia de una criatura eterna en una estimulante reposición del Ballet del Colón
La Sylphide Ballet en dos actos / Coreografía : Pierre Lacotte, sobre el original de Filippo Taglioni / Repositor: Gil Isoart / Música: Jean-Madeleine Schneitzhoeffer / Iluminación: Rubén Conde / Ballet del Teatro Colón / Dirección: Lidia Segni / Orquesta estable del Colón, dirigida por Javier Logioia Orbe. / Teatro Colón / Funciones: hoy y el sábado a las 20.30; domingo, a las 17.
Nuestra opinión: muy buena
Algo que identifica a las grandes compañías, además de la tradición del repertorio, es la continuidad y cohesión de sus integrantes. En ese sentido hay que destacar que el Ballet del Colón alberga a figuras que, en su seno, han cumplido la casi totalidad de sus trayectorias. Por lo cual, más allá de la calidad, que el rol epónimo de La Sylphide reviva con eficacia en la figura de Karina Olmedo, moviliza a la admiración pero también a lo emotivo. Aunque no sean siempre los mismos "pasos": hace seis años, en tiempos de la dirección de Oscar Araiz, bailó otra revisión (la de Galizzi) de este clásico que a principios del siglo XIX gestó el genio de Taglioni y que fuera tantas veces reelaborado. El que ahora vuelve es el que reconstruyó Pierre Lacotte y que él mismo trajo a estas costas en 1974.
Sea como fuere, Karina vuelve a "encarnar" (un vocablo poco apropiado para un ser etéreo) a la quimera que -así como las ondinas andan por las aguas- se desplaza por los aires. Las sílfides son seres inquietantes porque seducen. Esta, la inventada por el dramaturgo Adolphe Nourrit, envuelve a un soñador escocés, el joven James, ya comprometido con la cándida Effie. Dilema clásico el de James: el amor ideal versus el terrenal.
Más joven que Olmedo, pero ya sólido partenaire, Juan Pablo Ledo (30) responde con hidalguía al compromiso de su James ejecutando con pulcritud sus frecuentes elevaciones (chassés sautés) y, con su compañera del elenco oficial, lleva adelante este digno rescate de la coreografía de Lacotte. Maricel De Mitri define con mesura y solvencia técnica a Effie, la novia terrenal, ingenua pero no tanto como para quedar pegada a un idealista enamorado de un ser inmaterial. Y, tejiendo hilos de un destino de desencuentros, la bruja Madge hará lo suyo, esta vez con una impronta rayana en el grotesco gracias a la figura masculina de Vagram Ambartsoumián, en un punto extremo de sus caracterizaciones. Sin olvidar el interludio aldeano-escocés del primer acto, un pas de deux que Natalia Pelayo y Edgardo Trabalón ejecutan con alegre soltura.
Karina y Ledo deleitan con dúos en los dos actos, ya desde el primer encuentro, en el que Olmedo llega a encantar con sus delicados penchés junto al cuerpo de su partenaire o sostenida por él. Su desempeño trasunta la inmaterialidad pero también la picardía de un espíritu travieso: puede ser aérea en sus desplazamientos pero también juguetona en los "salticados".
Como en otros ballets románticos, la propuesta multiplica su atractivo en el salto al mundo espectral de la segunda parte. La performance del bloque femenino (veinte sílfides), en una coreografía bastante más compleja y más exigente por su trazado grupal que la de otros "actos blancos", conforma el punto saliente de esta reposición: la compañía que dirige Lidia Segni, especialmente en el sector femenino, luce con una admirable precisión en ese bosque en el que se entrecruzan y se dispersan coherentes bloques de sílfides, entre árboles a través de los cuales vuelan leves figuras blancas en tutú. La danza temprana del siglo romántico en su esplendoroso candor.
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