La Sylphide: el regreso de un espíritu alado que perdió la inocencia
La Sylphide
Nuestra opinión: Muy buena
Coreografía: Pierre Lacotte, según Filippo Taglioni / Música: J.M. Schneitzhoeffer / Libreto: Adolph Nourrit, inspirado en el cuento "Trilby", de Charles Nodier. Repositores: Anne Salmon y Jean-Christophe Lesage por el ballet estable del Teatro Colón / Dirección: Paloma Herrera. con la orquesta estable del Teatro Colón / Dirección: Tara Simoncic / Próximas funciones: hoy, mañana y pasado mañana, a las 20; el domingo, a las 17 / Última función: martes 27, a las 20. En el Teatro Colón, Libertad 621.
James el joven escocés que está a punto de casarse es sorprendido con la guardia baja: apoltronado en su sillón y en medio de ensoñaciones, es abordado por una criatura aérea de bellos rasgos femeninos, traviesa e invasora, que roba la alianza de su prometida y escapa por la chimenea. Este temprano escamoteo anticipa juegos y confrontaciones amorosas con las que Nadia Muzyca y Juan Pablo Ledo (esto es, la sílfide seductora y el noble escocés) configurarán espléndidos pas des deux, que originalmente había creado Filippo Taglioni, en 1832, para su hija María.
Pero más de un siglo después, en 1972, la excelsa Ghislaine Thesmar forjó un nuevo modelo de interpretación cuando estrenó la "reconstitution" urdida por su esposo, el coreógrafo Pierre Lacotte, quien en 1974 vino a la Argentina a montarla en el Teatro Colón. Esa versión es la que ahora vuelve a reflotar el Ballet Estable, que, con acierto, dirige Paloma Herrera.
La despechada novia de James se llama Effie y es personificada con juvenil encanto por Camila Bocca, en consonancia con la precisión de Edgardo Trabalón, a cargo del rol de Gurn, quien, con criterio más terrenal, pasará a ocupar el lugar que dejó vacante el idealista James. Bocca integra un trío (un adagio) con Muzyca y Ledo, en el pasaje más bello del primer acto, el tramo "realista" de la pieza, que incluye un petit pas de deux que, con soltura, resuelven Ayelén Sánchez y Jiva Velázquez .
El lado oscuro es la bruja Magda (fuerte composición, entre grotesca e irónica, de Igor Gopkalo) quien, movida por celos, entrega a James un chal que supuestamente hará terrenal a su amada ideal pero que, en realidad, encierra un maleficio.
La Sylphide (concepción fundante en la historia de la danza) impone ese paradigma propio del ballet romántico: una criatura etérea como símbolo del amor inalcanzable. E incluye otro mito, también caro al romanticismo: el vínculo de un (o una) mortal con un ser sobrenatural, en el que todo contacto afectivo con un ser terrenal implica la pérdida de la inocencia y, sobre todo, de la condición de inmortal. Esa peripecia se consuma en el "acto blanco", el segundo: amplios trazados grupales de sílfides en las brumas del bosque (impecables) y desasosegadas persecuciones de Ledo (matizadas por chassés sautés), y su eficacia como partenaire, así como el manejo de brazos, pasos cortos y los grands jetés de Nadia Muzyca, a cuya depurada técnica no le vendría mal un touch de interioridad.
La primitiva pieza de Taglioni ya había fascinado al público de la Ópera de París, con la magia de bailarinas enfundadas en tules blancos y sostenidas por arneses, quienes literalmente volaban a través de un bosque escenográfico. Ese sortilegio propio del arte del espectáculo persiste en esta reprise de la versión de Lacotte, que el Ballet del Teatro Colón rescata con el ajustado desempeño de la compañía (eficaz, aunque un poco desangelado) y el correcto sostén orquestal de la Estable, conducido por la experimentada maestra estadounidense Tara Simoncic.
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