La Madre Teresa, según Béjart
Espectáculo coreográfico. Por la Compagnie M. "Madre Teresa y los niños del mundo". Artista invitada: Marcia Haydée. Coreografía de Maurice Béjart. Collage musical. Con Vittorio Bertolli, Luciana Croatto, Gabriel Bucher, Maité Guerin, Johnatan Cadic, Sa Hee Hahn, Yennis François, Audrey Levremont, Florent Mollet, Sylva Necasova, Cyril Morisot, Florent Mollet, William Pedro, Marion Zurbach y Joost Antoine Vrouenraet. Dirección: Maurice Béjart. En el Luna Park.
Nuestra opinión: excelente
Quienes interpretan esta nueva obra de Maurice Béjart fueron elegidos entre los estudiantes de mejores cualidades de su escuela Rudra, heredera en los polidisciplinarios de la primera que este coreógrafo fundó, Mudra. Es un elenco de gente muy joven que, como bien lo sabe su director, se fogueará a fondo con esta gira y cantidad de representaciones. Esa es la misión del bailarín: estar en el escenario todo lo que le sea posible, y probar allí tanto sus dotes como luego, en la "cocina", enmendar errores. Sólo con práctica constante se logra afirmar la técnica y ser natural, sin que se vea el esfuerzo y, sobre todo, a dejar en libertad su expresión.
Béjart nunca concibió las fronteras. De razas, religión, temática. Su repertorio abarca una gama tan variada de ideas, personajes y metáforas como lo que fusionó en el lenguaje de su danza. Su filosofía es la igualdad universal, y nada frena ni es tabú para este genio de la coreografía. Tiene el don de comprender al ser humano en su esencia, en todos sus caminos, desde lo más profundo y amándolo con sus errores y virtudes, en una visión cósmica. Va de lo racional a lo emocional y así lo transmite en el arte. Nada es banal, tampoco hermético y "sesudo". Por su cualidad de observación, su inacabable creatividad, por un pensamiento ligero como la luz y la mirada aguda en lo que ocurre en el mundo, sus obras llegan directamente al corazón. Pero no da nada servido en bandeja: detrás está una filosofía que ha hurgado en todo lo que le interesa, las bases sólidas de su dedicación al ballet, la curiosidad que lo arrasa desde lo mínimo hasta lo grandioso. Su interés mayor es la gente y sus circunstancias y quienes transmiten lo que en él fluye son los bailarines, individualidades a las que exigirá el máximo y a las que dará su mayor afecto. Ese rigor mixturado con ternura hará que quienes están a su lado extraigan lo impensado que tienen en su interior.
"Madre Teresa y los niños del mundo" es una obra que irradia luminosidad espiritual, pero de ningún modo la figura de Marcia Haydée intenta copiar su imagen ni mostrar su humilde existencia. Son los conceptos, vertidos en los textos, y el accionar hacia el prójimo lo que la revela como un aura, fundamentada en esta reverenciada figura.
En rondas
La obra se divide en breves escenas; en cada una la mujer, que aparece con una especie de hábito, que no es el que usa esa hermandad, habla de lo que piensa (fragmentos reales de mensajes de la Madre). Limpiando con un trapo el piso, con constancia y sin quejas, promueve que los que la rodean, niños o adolescentes, copien esta como otras de sus actitudes. De blanco, la compañía baila en rondas, filas, sintiendo que ayudando se apoyan y puedan sentirse queridos. Cuando se le acercan, ella los mira con infinito cariño y sin distinciones los abrazará, pasará la mano sobre sus cabezas y aliviará su miseria y dolor. El desafío de Marcia es decir en castellano los diferentes textos, así como lo hizo en los idiomas de otros países donde se presentó el espectáculo. El primero implica desde el vamos cuál es su filosofía: "Debemos ayudar al hindú a ser un mejor hindú; al musulmán a ser un mejor musulmán; al cristiano a ser un mejor cristiano". De allí en más, sus palabras son el legado de la revolución religiosa que promovió. Quiso estar entre los pobres más pobres del planeta y eligió la India. Béjart, desde que formó los famosos Les Ballets du Siécle XX, tuvo fascinación por ese país, su misterio, su idiosincrasia y, como siempre lo hizo, investigó a fondo en su pueblo. Inclusive, de las estatuas que se ven en los templos, extrajo poses para el vocabulario de su danza y mucho de lo que inserta en el clásico y el contemporáneo tiene del baile hindú. Si bien aquí la mayoría es neoclásico y moderno, con magníficas combinaciones que reúnen fuerza, laxitud, variaciones extremadamente difíciles y logradas con excelencia con pasos de la técnica académica, están las muñecas quebradas, el código del cuerpo y de las manos de las danzas de la India.
En otro de los mensajes, en el que Haydée habla del tomarse tiempo para meditar, para dar, para leer, el conjunto, en racimo, se une ávidamente para seguir sus enseñanzas. Tanto apela a lo aéreo, en saltos furtivos, en los que los bailarines aparentan aves, como a lo que es tierra, en este caso, con una contundente energía. Cielo y tierra, todo el espacio es utilizado, en tanto que el centro lo ocupa la Madre. Con un largo palo entre sus manos, hace una similitud de lo que hay que trabajar, esforzarse, olvidar la fatiga para ser mejor. Así, habla del ejercicio diario del bailarín, la barra, que dará lugar a una suerte de clase de danza. Los intérpretes tienen palos similares, y el conteo de Marcia es el que dicta el ritmo y los pasos. Otra metáfora béjartiana, quien liga los temas con naturalidad.
Compañía magistral
Escenas bellísimas y poderosas donde el plantel, primero los hombres y luego las mujeres, imitan al estilo de Béjart los bailes sagrados hindúes.
La obra tiene una potencia especial, contradictoria, puramente emocional. Y va in crescendo. Si al principio Marcia Haydée se movía dulcemente y, sobre todo, hablaba, luego se diferencia del elenco haciendo una exhibición formidable de yoga, mientras reza. Si bien el sufrimiento existe, dice la Madre Teresa que ya que hay que pasarlo, se puede hacer con alegría. "La más horrenda enfermedad en Occidente hoy no es la tuberculosis o la lepra, es sentirse no querido, no amado, abandonado. Nosotros sabemos cómo tratarlas usando medicinas, pero el remedio para la soledad y el desamparo es el amor." El amor al otro es su lema, la mayor arma, el amor que dará a manos llenas, ella, alma sublime que no tiene nada y que ofrece la inmensidad del alivio al más despreciado.
Su dolor y agonía por los demás lo expresa en un solo desesperado, mirando hacia arriba, elevando sus brazos, golpeando el suelo, impotente hasta el flagelo, porque su ayuda no alcanzará para todos los que sufren, y ése es su máximo sufrimiento. Pero como un ángel, uno de los muchachos (Yannis François), de voz lírica excepcional, le canta como si fuera la voz del Señor, alentándola en su fe. La serenidad se convierte en felicidad y al grito de "Aleluya", el conjunto, con cuencos que contienen agua, se la arrojan encima, como hizo Juan el Bautista con Jesucristo en el Jordán. Ahora, la miseria se ha convertido en paz y la Madre siente que a través de sus acciones es multiplicadamente bendecida por aquellos que más la necesitan y son sus más amados, como lo son para Dios.
Una compañía soberbia y magistral. Marcia Haydée, una bailarina adorada por Béjart, para quien hizo "Leda y el cisne", "Wein nur Dur allain", y entre tantas que bailó con Jorge Donn, la maravillosa "Isadora". Luego de la función, Marcia (52 años), conmocionada por estar nuevamente en Buenos Aires, que tantas veces visitó con el Ballet de Stuttgart, que dirigía, y con la compañía de Béjart, fue saludada por monjas cuyo regocijo y respeto se notaba en las miradas. Marcia no cabía en sí de felicidad.