La gran velada de Ferri y Bocca
Manón , ballet en tres actos. Música: Jules Massenet. Coreografía: Kenneth MacMillan. Intérpretes: Julio Bocca y Alessandra Ferri, con el Ballet de Santiago. Repositora: Monica Parker. Directora del ballet: Marcia Haydée. Escenografía y vestuario: Peter Farmer. Ilumimnación: José L. Fiorruccio. La Filarmónica. Director: José Luis Domínguez. Teatro Opera.
Nuestra opinión: excelente
Desde el momento en que la dirección del American Ballet Theater los reunió, en los años ochenta, conformaron una de las parejas de la danza más vitales y perfectas en mucho tiempo. Hasta aquí llegaron: con estas diez funciones de Manón que se están cumpliendo en Buenos Aires, Julio Bocca y Alessandra Ferri bailan juntos por última vez. Es la misma coreografía de Kenneth MacMillan que les vimos interpretar con el ABT en el Met de Nueva York en 1993, sólo que ellos resplandecen con más madurez, con la convicción de grandes artistas que han transitado, durante años, por todas las intimidades de un rol.
Y esta obra, que se basa -como la ópera homónima- en un relato del Abate Prévost, sondea las almas de dos caracteres sumidos en el drama. Quizá no sea el mejor de los ballets de MacMillan, pero luce estructurado invocando los cánones tradicionales de Petipa en el desarrollo de un drama que ha de plasmarse coreográficamente: el joven estudiante Des Grieux, enamorado de una muchacha que se deja tentar por la mundanidad, sigue a su amada en su decadencia social y moral hasta la muerte. Ella, la desdichada Manón Lescaut, se debate entre la pasión juvenil de su amado y la lujuria del entorno, hasta que es deportada al horror como prostituta.
El talento de MacMillan
La resolución escénica requiere múltiples decorados y un entorno multitudinario, pensado para una gran compañía. El Ballet de Santiago, dirigido por Marcia Haydée (y bajo la tutela de la repositora Monica Parker, del Royal Ballet de Londres), presta un aceptable marco al desempeño de los protagonistas, en especial en la fiesta del segundo acto, en la que el grupo se explaya con soltura y rigor técnico. Y, entre una escena grupal y otra, cada uno de los pas de deux que vincula a los amantes incrementa la pasión, ora jubilosa, ora desesperada, y en las exigencias de expresividad de esos dos cuerpos destella, una y otra vez, el singular talento de MacMillan.
El dúo del primer acto en la alcoba se atreve a diseños que, en los márgenes del lenguaje neoclásico, reclaman una dinámica vigorosa y, al mismo tiempo, sutilísima, incluidos lances à terre que remiten al pasaje homólogo en la habitación de los Capuleto, en Romeo y Julieta -otra de las creaciones del coreógrafo y otra de las memorables performances de la dupla Bocca-Ferri- y que sólo dos intérpretes excepcionales podrían consumar a la perfección. El mismo desafío sobrevendrá en el epílogo, sólo que entonces será una creciente desarticulación de dos vidas que se resisten a aceptar que la muerte las separe.
Pero ya desde la tímida "presentación" de los dos jóvenes, en la escena callejera del acto inicial, se impone la presencia de estos dos colosos: Bocca, solo, en sus evoluciones y rodeos frente a la dama sentada, despliega con aplomo una flúida calidad kinética en tiempo moderado. Y, enseguida, el primer dúo de amor, rico en portés , subyuga por el lirismo que trasunta la pareja y estremece hasta el escalofrío. Ferri deja sin aliento con su fragilidad de junco, a la vez plena de sensualidad, insinuada desde la docilidad de su cuello, el arco de su columna y, sobre todo, la intensidad genuina de su mirada, que encuentra sostén irreemplazable en la seguridad de su partenaire: cada vez que estos cuerpos se relacionan, estalla la luminosidad y la pasión.
El final entre el follaje se consuma como uno de los dúos más dolientes de la danza, con él, tratando desesperadamente de insuflar aliento a una Manón ya sin fuerzas: Julio, en un impresionante tour de force , sostiene a una Alessandra que se abandona una y otra vez a su peso. La alquimia entre ambos es tal que podríamos afirmar, con Clive Barnes -acaso el crítico estadounidense más autorizado- que "a lo largo del pasado medio siglo sólo Fonteyn y Nureyev tuvieron, tal vez, la misma absoluta entrega, fervor y total penetración en la personalidad del otro".
De sus colegas chilenos hay que destacar las intervenciones de Rodrigo Guzmán (Lescaut), que resolvió con histrionismo y técnica los desfases de eje en la secuencia de la borrachera, y la de Natalia Berríos, como la exultante amante de Lescaut. La música de Massenet (pasajes de la ópera homónima, pero también de Cléopâtre y de Le roi de Lahore ) fue conducida con eficiencia por el chileno José Luis Domínguez.
El cierre de este espectáculo depara una inevitable melancolía; el espectador siente que está asistiendo a un hecho excepcional y definitivo: Julio Bocca y Alessandra Ferri ya no volverán a amarse sobre un escenario, ni a abrazarse ni a besarse. El periplo de un bailarín es efímero, pero cuando se trata de una pareja, la nostalgia por lo que fue y se va es doble.