La danza despide a Steve Paxton, el coreógrafo que reformuló la gravedad y la inercia en el encuentro de los cuerpos
Bailarín experimental y padre de la técnica denominada “Contact Improvisation”, murió anteayer en los Estados Unidos a los 85 años; deja un legado universal que marcó a varias generaciones
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Solía invocarse la fórmula de “leyenda de la danza” para caracterizar la figura y los aportes de Steve Paxton (Phoenix, Arizona, USA, 1939). Sin embargo, la noticia de su muerte, anteayer, a los 85 años, obliga a desechar el calificativo “viviente” que le cabía hasta ahora a esa leyenda. Seguirá siendo un emblemático creador en el universo de la danza, padre del principio y la práctica de la denominada Contact Improvisation, una concepción del movimiento corporal que alcanzó proyección internacional.
Comenzó sus estudios en Tucson y los continuó en Nueva York con Martha Graham, José Limón y –fundamentalmente- Merce Cunningham. Fue durante los ensayos con él, precisamente, cuando –según su propio testimonio- comenzó a tener criterios menos estrictos en la concepción y génesis del movimiento.
Hacia 1972 formó parte del núcleo de la célebre Judson Memory Church, que pronto se convertiría en el Judson Dance Theater, donde bailó creaciones de Yvonne Rainer y Trisha Brown, uno de los pilares centrales del fenómeno conocido como post modern dance, que se propuso flexibilizar y depurar ciertas formalizaciones que se iban esclerosando en la denominada danza moderna de la segunda generación (Cunningham, Limón, Anna Sokolow, Alvin Nikolais, Paul Taylor, entre otros).
Pero Paxton les dio una vuelta de tuerca más a las innovaciones propuestas y logradas por la post modern e influyó en la producción estadounidense (y no solo) de los años setenta y ochenta. Fue miembro del grupo experimental Grand Union (1974); antes, en aquel mismo 1972, había comenzado a desarrollar lo que denominó Contact Improvisation, con pautas menos rígidas de las entonces vigentes, apelaba a ciertos principios básicos de lo físico y su relación con “el-otro”, “los-otros”, “los-objetos” y, además e inevitablemente, el manejo del espacio: la fricción, la impronta, la gravedad, la inercia, tanto en la vivencia individual del performer como en los vínculos circunstanciales con otros bailarines, si bien las más frecuentes creaciones basadas en este procedimiento dancístico han recurrido al módulo del dúo.
El principal lote de las obras que lo consagraron fueron presentadas en la misma Judson Memorial Church donde había experimentado sus iniciales descubrimientos: Physical Things, PA RT, las Goldberg Variations, Material for the Spine, entre otras. En 2013 Paxton fue consagrado como “un Titán de las vanguardias de los años 60 y los 70″, y ofreció una “rara performance” en Nueva York, la que realizó con su antigua colaboradora Lisa Nelson, Night Stand, creada una década antes, pero que nunca había sido estrenada en los Estados Unidos.
Se dice que Paxton introdujo, incluso, un verdadero desafío en el concepto tradicional de sexualidad en el campo de la danza. Pero lo fundamental fue su experimentación con el movimiento y la estructura del cuerpo, un cuestionamiento casi ontológico –en el fondo- de lo que debería ser “un bailarín”, al menos en confrontación con lo que venía desarrollándose en los años sesenta y que desembocaría en la post modern dance. Las ideas de Paxton fueron sorpresivamente renovadoras, y con el tiempo se expandieron a estudios de los países occidentales. Así, los principios de la Contact Improvisation y su consecuencia, la Contact Dance, modificaron sustancialmente –esto fue decisivo- las prácticas pedagógicas de danza.
Ya en la década del 80 del siglo pasado, sus innovaciones llegaron a la danza contemporánea de la Argentina (considerada, por lo demás, uno de los países del mundo con más versátil desarrollo de la danza actual), y no fueron pocos los coreógrafos y los maestros que incorporaron algunas de sus técnicas. Tampoco fueron pocos los creadores que desde anteayer, cuando se conoció la noticia de su muerte, resaltaron y agradecieron sus enseñanzas e influencias.
La vasta difusión local de sus principios no le fue ajena al propio Paxton, quien a fines de los años noventa visitó la Argentina, aunque sin pasar por Buenos Aires: aceptó una invitación de la maestra rosarina Marcela Cejas Calfuqueo, titular de la organización COBAI (Coreógrafos + Bailarines + Investigadores del Movimiento y Expresión Corporal Independiente). Era inmediatamente después de haber obtenido el Premio Bessie a la Creación Coreográfica y, en esa oportunidad, Paxton exaltó un dato de sus inicios, que –al parecer- lo impulsó decididamente en sus búsquedas: cuando en 1962 Robert Dunn, discípulo de John Cage (a la sazón, pareja de Merce Cunningham) armó el primer curso de composición y deconstrucción coreográfica.
Desde 1970, y a contracorriente de su asombrosa proyección internacional, Steve Paxton se alejó de los centros urbanos y de las multitudes para vivir en Mad Brook Farm, una comuna de artistas al norte de Vermont. Su relación con la naturaleza y la observación del mundo animal han sido, según su filosofía, otras fuentes que alimentaron su concepción de lo anatómico, así como la respiración, el roce con los otros y los incansables, acaso insospechados sortilegios del desplazamiento.
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