La Bayadera
Se luce el bailarín brasileño Thiago Soares en esta encomiable reposición del Teatro Argentino de La Plata
- De: Minkus-Petipa-Ortigoza / Dirección: Mario Galizzi / Con: Ballet del Teatro Argentino / Escenografía: Fabián Jimenez / Vestuario: Viviana Serafin / iluminación: Esteban Ivanec / Int. musicales: Orquesta Estable / Dirección: Carlos Calleja / Sala: Teatro Argentino.
¿Qué clase de héroe es Solor, el protagonista de La Bayadera ? Noble y viril, procede -sin embargo- a contramano de los ideales de la lealtad: no es consecuente con Nikiya, su verdadero amor. Deviene así en antihéroe, confrontado con su enamorada, la genuina heroína del drama. Esta dramática historia, que se remonta al poeta indio Kalidasa y llega a través del tamiz de poetas franceses del romanticismo, cobra corporeidad escénica con el ballet de Marius Petipa revisitado por el chileno Luis Ortigoza, y revive en el Teatro Argentino en la vibrante interpretación del brasileño Thiago Soares, acompañado por la delicadamente precisa Julieta Paul, primera figura de la compañía.
Se suele entronizar a La Bayadera entre las más logradas creaciones del prolífico Petipa. Más allá de los rankings, esta pieza integral condensa dos horas y media de conflictos generados por la pasión, la envidia, la traición y el poder, urdidos en una estructura coreográfica compleja que combina personajes vigorosos, despliegue coral, desfile de danzas de salón y una ambientación que, con marcada tendencia al exotismo, alterna el templo con los palacios asiáticos.
En esto último, la versión generada en La Plata exhibe un cuidado dispositivo escénico que aloja las peripecias conocidas: Nikiya, la bella danzarina del templo brahmánico, vive un intenso romance con Solor, pero será con Gamzatti (hija del Rajá) con quien el valeroso guerrero, condescendiente con el poder, acabará por comprometerse. Un maleficio eliminará de la competencia a Nikiya, a quien Solor visitará luego en un brumoso e improbable Más allá.
A través de situaciones que fluctúan entre el kitsch del cine mudo y el exotischen de la pre belle époque , Thiago Soares despliega sus impecables figuras y sostiene a Paul en seguros portés de sobrio diseño. El desconcierto de Solor-Soares en la presentación de Gamzatti y su condescendencia forzada ante el Rajá revelan la madurez expresiva de este excepcional intérprete, en una escena que plantea dificultades propias del ballet d'action : no sorprende que haya alcanzado el más alto rango en el London Royal Ballet.
Julieta Paul, por su parte, sobrelleva con sutil expresividad el desafío de su pezzo di bravura : la Danza de la serpiente, en el dramático cierre del primer acto en el palacio del Rajá. De sus compañeros del elenco local cabe destacar el desempeño de Martín Quintana (Idolo de Oro) y, por momentos, el de Genoveva Surur (Gamzatti), quien superó un traspié con entereza. Salvo esporádicas inseguridades, las chicas del Ballet del Argentino exhibieron homogeneidad grupal en los emblemáticos arabesques del Reino de las Sombras, con tres solistas de muy parejo rendimiento.
Carlos Calleja revivió con acierto la desigual partitura del inefable Minkus, que abunda en valses y en pasajes estrepitosos, pero que encuentra un momento de sosiego (oportunamente ejecutado por la Estable) en el sutil arranque del Acto de las Sombras, que prefigura -por lo demás- el celebrado acto blanco que Ivanov diseñaría poco después para El lago de los cisnes .
El porte de Soares y su milimétrica dosificación de la energía en los saltos y caídas revelan la excelencia de una escuela de secular prestigio como la británica, lo que entabla un indisimulable décalage con el resto de la compañía, sobre todo en cuanto a estilo. No obstante, resulta encomiable el esfuerzo de la dirección del Teatro para ofrecer, una vez más, producciones de esta envergadura.
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