Julio Bocca volvió a bailar por un rato para el video de una canción de NoTeVaGustar y le gustó
Protagonista de “Mi ausencia”, el argentino cuenta la trastienda del rodaje con la banda uruguaya y la bailarina Rosina Gil; la gira por Europa que fue “una caricia para el alma” y el regreso a Buenos Aires para cerrar el año en el Coliseo
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Julio Bocca se cuelga de un arnes, gira en una pirueta veloz, actúa detrás de una máscara. ¡Julio Bocca baila otra vez! Sí, pero sólo por un rato. Su participación en el videoclip de “Mi ausencia”, el nuevo tema de la banda de rock uruguaya NoTeVaGustar (NTVG), que se estrenó el viernes, sorprende… aunque no tanto. Porque por más que se haya retirado de los escenarios en 2007, siempre siguió brillando en la danza, como director, maestro, repositor, y también, cada tanto, en apariciones que no hicieron más que recordarle a todos por qué fue tan grande.
Sin ir más lejos, durante la pandemia, hace exactamente un año, interpretó un solo, descalzo –imposible no reconocer el dedo gordo de ese pie–, para su gala virtual a beneficio del Patronato de la Infancia. Y ya se había despachado con una chacarera frente a mandatarios de todo el mundo en el G20, aquella velada argentinísima en el Teatro Colón. Ahora, Bocca encontró una nueva y divertida forma de volver al centro de la escena, como protagonista de un drama musical, donde las distancias se acortan y se alargan, en la trama de desencuentros que narra esta canción. Dice el estribillo: No me ves, no me ves/ Quise llamar tu atención/ Y no notás mi ausencia o si llegué/ Ya ni sé si hago bien en cantarte esta canción/ Que es lo que soy.
“Esto no es volver a bailar, es otra cosa. Son esos trabajos que te permiten nuevas sensaciones y que me gusta hacer: lo disfruté muchísimo. Igual me hizo recordar por qué dejé”, se ríe de los límites que, a los 54 años, le marca el cuerpo. Todavía siente el dolor en la costilla que le dejaron las tres horas de vuelo con sogas y arneses durante el rodaje en el antiguo mercado Modelo de Montevideo.
Bocca se explaya sobre el detrás de escena de la experiencia con NTVG. “Fueron dos días, desde las diez de la mañana hasta las 2 o 3 de la madrugada, con frío de noche, grabando escenas de lluvia, pero siempre en un ambiente divino, todos buena onda, a pesar de la gran cantidad de personas que intervenía en la grabación: camarógrafos, técnicos, gente de efectos especiales y catering. Ese antiguo mercado de frutas y verduras es un galpón enorme donde no hay nada; había que montar todo”.
El germen de una abuela Bocca
¿Cómo llega Julio, que ya había hecho sus palotes con el rock (se puede revivir Boccarock Nacional en YouTube), a esta colaboración? Digamos que la explicación es genealógica: todo parte de una doble “c”, la del apellido, que lo emparenta con el cantante del grupo montevideano (casualmente hincha de Boca) Emiliano Brancciari. “Un día nos sentaron juntos en una función en el Auditorio del Sodre. Y resultó que Emiliano, por parte de su abuela, también es Bocca. ‘Somos primos’, me dijo, en joda. Pero él es de Munro también, ¡y su hermana estudió con mi madre, en Munro danza!”. La coincidencia los llevó a cierta investigación amateur, a buscar en dónde se juntabas las ramas de sus árboles, y cada tanto, entonces, los supuestos primos empezaron a mandarse mensajes. Hasta que la banda se puso a trabajar en Luz, su décimo disco de estudio, grabado lejos del ruido, en plena pandemia, cerca de José Ignacio. Allí una tarde el vecino Bocca los visitó, con barbijo, distancia reglamentaria y una botella de sake para compartir, y empezaron a hablar. Spoiler alert: Sí le iba a gustar.
“Escuché el tema y me fascinó. Y me pasó algo más: me hizo mover el cuerpo. ¿Por qué no, entonces? Les advertí que yo no hago coreografías, pero para eso propuse a Rosina Gil, una bailarina uruguaya que volvió de España cuando yo dirigía el Ballet del Sodre, que después se fue a Brasil con Deborah Colker y luego al Cirque Du Soleil, y que está haciendo un trabajo muy interesante. Yo podría bailar con ella”, sugirió.
Enseguida vino un ping pong de ideas: usar ataduras elásticas para dar comienzo a una relación de tire y afloje (“conectados, pero desconectados”), el paso del blanco y negro al color, las máscaras de una escena doméstica bastante artificial. “Yo quería estar, pero no aparecer… no sé, se me ocurría algo así como usar una cara de payaso. Y fueron saliendo las cosas”. A medida que las semanas pasaban y el coronavirus empezaba a dar tregua, la agenda internacional de Bocca comenzaba a confirmar una gira por Europa. Tenía que ser ya.
Un mes y medio después, hoy, está recién llegado “a casita” –desde hace más de una década, su hogar está del otro lado del río–. Entre clases y salas de ensayos en prestigiosas compañías, viajó del Royal Swedish Ballet, en Estocolmo, al Ballet de Rehim en Düsseldorf, Alemania, y en la Scala de Milán enseñó a la compañía que ahora dirige el gran Manuel Legris una obra que conoce al dedillo: Don Quijote. Parece mentira que tras una carrera excepcional, que lo llevó hasta los rincones más recónditos, por primera vez haya visitado Serbia: cuenta sorprendido que lo recibieron con honores en Belgrado. “Este viaje fue una caricia al corazón, al alma, a la cabeza ¡a todo!”, decía a LA NACION antes de embarcar su vuelo en Italia, con una copa de prosecco, brindando simbólicamente por las buenas nuevas que trae este espejismo de la pospandemia.
Y todavía faltaba una buena noticia: la confirmación de que el mes próximo comienza a montarse en Buenos Aires el espectáculo que Bocca pensó para cerrar el año del centenario a Piazzolla en el Teatro Coliseo. Ya sabemos, entonces, que esta historia continuará.
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