Julio Bocca: “Cuando conocí a Piazzolla le dije que su música era como sangre en mis venas”
Dirige un espectáculo que este sábado cierra el año de homenajes al genial compositor, cuyas entradas gratuitas pueden retirarse a partir de hoy, a las 12, en la boletería del Teatro Coliseo; madurez, gratitud y cómo debe trabajar una compañía de ballet
- 12 minutos de lectura'
Una ley no escrita dice que, al menos una vez por año –lleva ya catorce viviendo en Uruguay–, Julio Bocca se reencuentra con el público argentino. Da fe el archivo: antes lo hacía como director del Ballet Nacional del Sodre, después con sus galas solidarias por la infancia, remontando un ballet para el Teatro Colón o en una de esas sorpresivas apariciones que lo devuelven por un ratito al escenario (como aquella vez en la cumbre del G20). Es el cierre de una larga temporada de homenajes a Ástor Piazzolla lo que esta vez lo pone en los zapatos del director artístico de un espectáculo organizado por el consulado italiano y el Teatro Coliseo, en el centenario del nacimiento del genial compositor.
Por la cita anual, entonces, cruzó el río la madrugada del domingo a pesar del temporal y el lunes a la noche ya estaba revisando su carrera frente a la audiencia de un show como el que hay pocos en la TV abierta. Jey Mammon lo hizo protagonista de una suerte de “grandes éxitos”, revisó su carrera con desparpajo y luego lo animó a que se tomara algunas licencias: desde cantar “Honrar la vida” (¡Julio Bocca baila, no canta!, avisaron antes) hasta demostrar con los hechos por qué fue un pionero del “piquito” en televisión: no una sino dos veces besó al conductor. Este Bocca, de 54 años, conversador y desinhibido, es la última versión de la metamorfosis del bailarín al director y del director al maestro. Mucho ha cambiado desde la noche que terminó pelado después de despedirse en la 9 de julio. Aquella vez además del pelo, parafraseando al refrán, perdió algunas mañas. Pero no todas: le siguen gustando las agendas ordenadas y puntuales –la suya para 2022 está completa–, la vara de la exigencia, alta, y los espectáculos cortos: Piazzolla Futuro dura una hora.
Las estaciones porteñas, Nonino y Chiquilín, Calambre y otros temas emblemáticos se ensamblan en un repertorio que Bocca conoce con cada fibra de su cuerpo incluso desde antes de ser Bocca, el grande. Cuando era el pibe de oro que volvía de Rusia con una medalla que revolucionó la danza ya había hecho uno de estos tangos. Tal vez por eso se aparece como una visión en la sala de ensayo ese Julio de 18 años cuando pasa una y otra vez su variación Vicente Manzoni, de 17, un nuevo talento, alumno del Taller del Teatro San Martín, que interpreta a Piazzolla adolescente. Con una decena de bailarines hacen Balada para un loco, una obra que Julio Bocca bailó hasta en su última función, en 2007: multitudinaria, con el Obelisco y la luna llena de testigos. Entonces cantaba La Mona Giménez. Ahora será Baglietto.
Danza y multimedia, una orquesta en vivo que capitanea Lito Vitale, y cuatro coreógrafos valiosos, de vertientes, generaciones y lenguajes diferentes (Ana María Stekelman, Analía González, Leonardo Cuello y Diego Poblete) confluyen a merced de una misma historia, que se abre, como el fuelle de un bandoneón. El hilván es el guion que Leonardo Kreimer escribió con Elio Marchi para atravesar las edades del hombre.
El espectáculo se presentará este sábado, a las 20, en el Teatro Coliseo, en el marco del saludo de fin de año que realiza el Cónsul General de Italia en Buenos Aires. Para el público en general el acceso es gratuito hasta agotar la capacidad de sala, retirando las entradas en la boletería del teatro a partir de hoy, de 12 a 20. Tras el estreno, a partir del viernes 10 de diciembre, Piazzolla Futuro estará disponible por streaming en los canales de YouTube del consulado y del teatro.
Mano derecha en la dirección de la obra, Victoria Balanza –que fue parte del Ballet Argentino, la compañía que Bocca creó en 1990, antes que del San Martín, y que actualmente lleva adelante el área de danza del Teatro del Bicentenario de San Juan– fue hasta aquí el nexo de este desafiante proceso de creación y montaje para un equipo armado ad hoc. Video va, correcciones vienen, su rol fue clave hasta la llegada de Bocca, que vino a pulir y dar brillo. “Estoy muy feliz porque a veces esto de combinar coreógrafos puede ser una muy linda idea, pero en la práctica se hace difícil. Leo, el director general, y Elio trabajaron en un guion que une todo”, anticipa.
–Están la mesa y Ana María Stekelman, faltás vos.
–Es lo único que dejé que fuera como era: tiene algo especial, es parte de uno que está ahí. En un momento se habló de hacer la escalera y me pareció ya que era algo muy mío, entonces salió la idea de usar una hamaca, que está en la historia. Porque me gusta lo de la mesa, pero si vamos a llamar a coreógrafos hagamos cosas nuevas para estos bailarines. El tiempo nos ayudó, porque empezaron a abrir los estudios; me mandaban videos y yo pedía correcciones, por ejemplo, que Vicente y Lucía [Hartvig Obradovich] trabajaran la naturalidad que hay en ellos, tan jóvenes, que no quieran interpretarse maduros.
–¿El espectáculo es un derrotero por la vida de Piazzolla?
–Cómo empezó de niño, su trayectoria y también que en aquella época decían que la suya no era música de tango para bailar. Y demuestra que no es así. Para mí Piazzolla sigue siendo futuro, porque vos lo escuchás ahora y te imaginás una ciudad futurista, y antes también me pasaba eso. Es una música que va a estar de por vida. Siempre con la puerta abierta, puede ir para cualquier lado.
–¿Lo conociste a Piazzolla?
–Sí, no tuve una relación, pero vino una vez a verme al camarín después de una función que bailé en la Metropolitan Opera House. ¿Habrá sido en el año 90?
–Puede ser, porque murió en 1992; para entonces, vos ya habías fundado el Ballet Argentino y eras la figura del American Ballet, así que puede haber sido en Nueva York.
–Bueno, hablamos de hacer algo juntos en algún momento; él no era una persona con una agenda libre.
–¡Vos tampoco! Y bastante cortito te tenían [hasta entonces, el director del ABT había sido Mikhail Baryshnikov, quien contrató a Bocca para la compañía en 1986].
–[Se ríe] Fue uno de esos personajes, como luego pasó con Fito Páez, Soda Stereo o Mercedes Sosa, con quien siempre hablábamos de hacer cosas, pero después había que ver que se pudiera. Por supuesto, cuando lo vi, le dije que su música para mí era como sangre en las venas. Para ese momento ya estaba en mi cuerpo. Y luego seguimos…
–Piazzolla tango vivo, Dos mundos, Boccatango: haciendo un paréntesis con Goyeneche y Atilio Stampone, en tu carrera el tango es sinónimo de Piazzolla.
–Desde chico, en casa, el tango es parte de mí. Pero sí, a Piazzolla lo escucho y me eriza la piel. Algo interno me genera. Siempre presente, me acompañó toda mi carrera y también fue con lo que me identificaban en el mundo: Bocca-Piazzolla. Aparte de Don Quijote, claro, el tango dejaba un recuerdo y todavía hoy me cruzo con gente en Europa y Estados Unidos que me lo menciona.
–En este espectáculo hay unos bises. ¿Te vamos a ver bailar? Porque cada tanto irrumpís, si no es con un videoclip, como hace poco con NoTeVaGustar, con una aparición estelar en plena cumbre de presidentes.
–¡No! Ni bien me levanté hoy fui al Hospital Italiano a hacerme ver la rodilla, porque hace unas semanas estaba trabajando en La Scala de Milán y sentí un dolor, que me quedó desde entonces cuando la roto. Es como un pellizco en el menisco de la pierna izquierda, que ya está operada. No se me hinchó, ni nada. Es que está gastado, por la edad y todo lo demás; hay que ir controlándolo.
–”Todo lo demás”. A veces te escuchamos hacer un mapa de tu cuerpo según la docena de cirugías que tuviste: vas contando de una pierna a la otra y de las costillas a las manos. Hace poco me decías que viniste a Buenos Aires para una intervención en un dedo y en la vista. Fuera de eso, tenés un peso por debajo de 70 kilos, a tus 54 años, nada mal. ¿Cómo sentís el paso del tiempo?
–En estas cosas: cuando retomé las clases [después del cierre de la pandemia] me sentí bien, hasta que aparece un dolor en la rodilla, en la cintura. Internamente no me siento como si fuera a cumplir 55. Uno cuando empieza a hablar de esa edad se acuerda del tío, se viene la imagen de esos familiares. Me cuesta a veces ubicar cómo me siento respecto de cómo mi cuerpo puede responder. Te contaba: el primer día que llegué a Milán salimos a comer con Manuel Legris [el francés, que fuera estrella de la danza, actualmente dirige la compañía italiana] y Patrick de Bana, que está preparando una gala para noviembre de 2022 en Japón. Patrick me pregunta si finalmente voy a aceptar bailar en ese espectáculo. “Por ahora sí”, le contesté. Había hablado con Nacho Duato, para que montara algo para Alessandra Ferri y para mí, y tengo ganas, pero… Luego le dije que “ni”.
–Ese viaje que te devolvió al ruedo por Europa decías que fue “una caricia al alma”. Dada la situación actual, con la nueva variante de Covid y la pandemia en jaque aún, ¿cómo es tu agenda para 2022?
–El domingo me voy a Nueva York porque el lunes es la fiesta de los Dance Magazine Award, donde tengo que entregarle un premio a Tamara Rojo. Luego, iban a darme un reconocimiento a mi carrera en Sicilia, pero se pasó para mayo, justamente por los cierres que está habiendo en Europa. En la agenda 2022 tengo Milán para ensayar Giselle en La Scala y también Roma, donde habrá un homenaje a Carla Fracci; Barcelona, Moscú, Estocolmo, Finlandia...
"¿Te comenté que me hayan llamado para venir a trabajar acá? No. Latinoamérica no sé qué miedo tiene... que los haga trabajar. Uno está dispuesto, por supuesto, con condiciones."
–Después de tantos premios, ¿por dónde pasa hoy el reconocimiento en tu carrera?
–Que después de los ensayos los bailarines se acerquen a agradecerte, esa es la caricia. Me conocen, pero no me conocen; es decir, ese agradecimiento es a lo que uno les transmitió. El último día que estuve en Milán, arreglamos la fecha para volver el año que viene y eso significa que te quieren tener. Cosas que demuestran que mi trabajo sirve.
–Tu trabajo como maestro.
–Sí. Ser maestro es dar, pero también es un ida y vuelta. Y es lindo como maestro recibir. Quiero ir a lugares donde busquen superarse, esa vara de la excelencia. Quiero seguir trabajando en espacios así, que me hagan bien, porque sé que también puedo hacer bien.
–¿Sentís la misma gratitud acá, en tu país?
–Del público, sí, y de algunos bailarines, pero después… ¿Te comenté que me hayan llamado para venir a trabajar acá? No. Latinoamérica no sé qué miedo tiene... que los haga trabajar. Uno está dispuesto, por supuesto, con condiciones como tienen que ser. Sin embargo, yo el año que viene lo tengo organizado, pero todo es afuera. A mí ya no me preocupa, voy a seguir haciendo lo mío en donde quieran tenerme.
–En todos estos años venís insistiendo con el tema de la necesidad de abrir una escuela integral para que los chicos que se forman en la danza puedan seguir estudiando, has hablado sobre si aceptarías o no venir al Colón, y en tus declaraciones sobre los gobernantes, pedís más interés por la educación y la cultura. Te escuchaba ayer en la televisión sobre esto último y me preguntaba, ¿por qué no tomás el toro por las astas?
–La vez que me ofrecieron ir al Colón puse mis condiciones y me dijeron que no; las mismas condiciones que después puse en Uruguay [para dirigir al Ballet Nacional del Sodre, hasta 2017]. No voy a estar pidiendo por favor que me contraten. Yo estoy acá. Y con lo de la escuela: uno intenta, pero no se trata de querer, es cuestión de que los gobernantes quieran hacer un cambio en la educación, incorporar el arte. Ahora, argentinos y uruguayos van a abrir en Montevideo una escuela para chicos de 2 a 7 años donde se enseña danza. Veremos cómo funciona esa prueba.
–¿Cuáles son esas condiciones que resultaron incompatibles? ¿Es algo cerrado para vos trabajar en la Argentina?
–No es algo cerrado, pero no lo veo en lo inmediato tampoco. Es muy diferente mi forma de ver, de pensar. Si yo voy a una compañía de ballet, mínimo que se trabaje ocho horas, que la clase sea obligatoria, que se pueda tener una programación a dos o tres años y se hagan entre 80 y cien funciones por temporada. Y que los contratos sean anuales, para que si una persona no está como tiene que ser se le pueda decir ‘gracias’ y que otra tenga la posibilidad. Pero al mismo tiempo hay que incentivar a los bailarines para que quieran venir a hacer clases, que quieran ensayar, que quieran hacer esa cantidad de funciones, salir de gira sin que el costo se haga imposible. Hay que tratar de que lo nuestro sea algo más para la gente, que sea para todos, como pasa con el fútbol.
–¿Accesible querés decir?
–Claro, descontracturarlo, que ir a ver un ballet no sea nada del otro mundo, ¡es ir a ver un espectáculo!
–¡Pero eso ya lo hiciste!
–Lo hice pero ¿dónde está ahora? ¿Cuántos espectáculos masivos de danza se hacen en el Luna Park, en un estadio del interior, al aire libre? Pido disculpas si está y no lo veo. Es como que se perdió todo ese trabajo que hicimos en un momento para lograr esa conexión con el público. El lunes no sabía qué ponerme para ir al programa de Jey Mammon y pensé: me pongo un traje; me quedaba bien, pero no me sentía cómodo, entonces me cambié, usé algo más relajado, manteniendo aquello que siempre quise, que el ballet fuera popular. ¡Y después ves que la misma noche Messi recibe el Balón de Oro y todos van con unos trajes, wow. Pero la verdad es que el ballet se sigue manteniendo como una elite y el fútbol, popular.
Otras noticias de Ballet
Más leídas de Espectáculos
En Nueva York. Mafalda, invitada especial en la gala de los Emmy Internacional, cumplirá uno de sus grandes sueños
“Eternamente agradecido”. Gastón Pauls reveló el rol que cumplió Marcela Kloosterboer en su recuperación de las adicciones
Elogios, abrazos y un “piquito”. El celebrado reencuentro de Leonardo DiCaprio y Kate Winslet, a 27 años del estreno de Titanic
“All in”. El primer posteo de Colapinto en medio de su affaire con la China Suárez