Josefina Gorostiza: una bailarina y creadora en constante movimiento
Josefina Gorostiza es energía en estado puro. En escena, sea como bailarina o como coreógrafa, también. El que quiera comprobarlo puede ver Coreomanía, no puedo parar, que los martes se presenta en el festival de teatro, música y danza que está realizando Espacio Callejón. Hasta hace unos días, también presentó Cinco horas, ese tratado sobre el tiempo, la resistencia y el ser público que duraba 300 minutos. O espere a verla bailar, porque siempre vuelve, en La Wagner, la notable creación de Pablo Rotemberg.
Estudió danza de los tres años a los trece, cuando entró al Nacional de Buenos Aires y largó todo. Mientras cursaba Letras en la UBA retomó clases en el estudio de Ana Deutsch, donde había estudiado de los 8 a los 12. Allí, luego daría clases durante muchos años. Siente que aquella vez volvió a elegir el movimiento, su arte, su danza. Y no paró.
Así como Paraje Das Unheimlich o Una de vampiros fueron propuestas cargadas de citas literarias, visuales y cinematográficas, la potente e hiperkinética Coreomanía y Cinco horas parecen estar atravesadas por el tiempo, la resistencia en escena, el estado explosivo del cuerpo. "El modo en que yo pienso la práctica escénica es la apropiación, la mezcla, la copia, el contexto. Mi intención no es hacer algo nuevo, sino hacer algo sincero, en esas trato de moverme. Claramente puedo observar que desde Paraje... hasta Cinco horas hay un tránsito en el que nada viene de la nada. Mi cuerpo es un mapa de todas las obras que hice. En este contexto, La Wagner es como todo un continente dentro de ese mapa por su persistencia en el tiempo, por la enseñanza, por el trabajo con las otras tres intérpretes, por la convicción, por la entrega", reconoce.
Muchas veces escuchó que se referían a ella como una creadora desbocada, de tensiones jugadas al máximo. En algo de eso se reconoce. Pero agrega: "También muchas veces escuchás que menos es más. A mí varias veces me copa que sea mucho y que sea todo. Me interesa empujar al límite esa vitalidad".
La Wagner, la creación de Pablo Rotemberg, la estrenaron en el Cultural San Martín. Fue la primera obra que se presentó en la Sala Alberdi luego de estar en conflicto durante demasiado tiempo. "No fue nada fácil estrenar en ese contexto", recuerda. Hace unas semanas, Josefina volvió a ese mismo centro cultural público como directora de Como animales que somos, montaje que hizo para la Compañía de Danza de la UNA. Tampoco le fue fácil. Por eso cuando terminaba la función entregó al público un escrito que tenía algo de manifiesto. Empezaba así: "Esta obra que acabás de ver no está completa. La falta a la que me refiero no es una falta poética, que probable y necesariamente la obra tenga, sino una falta subsanable. Como animales que somos no tiene puesta de luces debido a la negligencia y el abandono del Cultural San Martín". Terminaba así: "Frente a todo el no y la imposibilidad que recibí de parte de esta institución, yo digo sí. Es una cuestión de supervivencia".
Una situación de este tipo no es algo aislado en el mundillo de la danza contemporánea independiente, que no suele formar parte de la agenda pública. Pasó en el FIBA y en el Complejo Teatral de Buenos Aires. Pasa con la discontinuidad de Ciudanza, la falta de presupuesto de Proteatro y la escasa presencia de este tipo de experiencias en el Teatro Cervantes. "En términos de violencia de género, es como si el teatro fuera el hombre y la danza, la mujer. Yo reconozco que la expresión «danza independiente» es un tanto complicada. ¿Qué no es independiente en la danza? ¿El Ballet del Colón, el del San Martín, la Compañía Nacional de Danza..., qué más? Tampoco se puede hablar del 'off de la danza', porque este sector no está apagado: está prendidísimo. Estamos incendiados y encendidos, y lo cierto es que hay muy pocas posibilidades concretas".
Montó Coreomanía con 22.000 pesos en dos meses y medio. Lo dividieron entre todos los del elenco, que, solo en escena, son 8. Cinco horas, en el Konex. Y fue a porcentaje por la venta de entradas. Solo eso.
Los padres de esta piba que es puro músculo, sonrisa y entrega son psicoanalistas. Su abuelo materno es el desaparecido dramaturgo Carlos Gorostiza, autor de piezas emblemáticas como El pan de la locura, El puente y Los prójimos. "Mi abuelo vino a ver muchas obras mías como intérprete. Lo recuerdo en Villa Argüello la tarde que se quemó la lámpara enorme del salón. Él estaba sentadito ahí mirando como se prendía fuego. Y la vez que fue a ver Venganza, de Diego Mauriño, en el Teatro El Perro. Era una obra fuerte, estábamos todo el tiempo colgadas de un elástico. Yo pensaba: 'Este tipo estuvo en Teatro Abierto y ahora está acá, en El Perro, que debe ser otro modo de pensar la resistencia. Yo morí, cuando terminé no paré de llorar. Es que me enseñó mucho sin saberlo, como a tantos, de la convicción, del deseo. Dedicó su vida entera al teatro. Nunca paró. El patio de atrás, que es mi obra favorita, empezaba con una canción [y canta el estribillo de 'Quizás, quizás, quizás']. Yo sé que debe haber mil obras que empiezan con una canción, pero ahora se me vino a la mente". Es que Coreomanía también comienza con una atrapante versión de "Bailar pegados", a cargo de Nicolás Goldschmidt. "Es un temazo. Con eso de 'bailar de lejos no es bailar' habla de la fuerza de lo colectivo", se entusiasma. En la última función de Cinco horas, en el último minuto de los 300 de ese tratado sobre el movimiento que termina indagando en el observar del espectador se leía: "Todas las vidas son vidas heroicas". En ese momento, unos y otros terminaron bailando juntos, bien pegados.
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