Jorge Donn: de la pobreza al olimpo, la intimidad de un ícono de la danza del siglo XX
Hoy habría cumplido 75 años y en virtud de su nacimiento se celebra el Día del Bailarín; su hermana melliza, Delia, y su sobrino, Héctor, rescatan su legado y cuentan la increíble historia que lo llevó de la pobreza a lo más encumbrado del arte, su relación con Béjart y su muerte por el sida, muy joven
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Teresa estaba en Villa del Parque aquel verano del 47 cuando Rosita Donn, madre ya de dos varones, anunció: “Me parece que viene el bebe”. Que una amiga partera te visite casualmente en el momento de dar a luz es buen argumento para un cuento. La mujer puso literalmente manos a la obra y, primero, sacó a Jorge. “Otro macho”, se reía el padre de la criatura, cuando en verdad todos esperaban con ansiedad a la nena de la casa. Lo que no sabían es que ese dejo de decepción duraría un suspiro. “Esperá un poquito, que parece que viene otro”. Efectivamente. A ella la llamaron Delia, pesaba un kilo y medio contra los tres de su hermano y estaba de todos los colores menos rosada; pensaron que no iba a sobrevivir hasta que la comadrona sentenció: “tiene buen corazón”.
“Esta anécdota me marcó: tener buen corazón ha sido el leit motiv de mi vida”, reconoce la melliza del célebre bailarín argentino Jorge Donn, que hubiera cumplido hoy 75 años. En su honor, desde 1994, cada 28 de febrero se celebra en nuestro país el Día del Bailarín. Delia, en cambio, festejó el 25, día exacto en que nacieron, aunque los anotaron el último del mes. Es una de las formas que encontró para diferenciarse de su par desde el momento mismo en que vino al mundo. No fue fácil.
Donn fue uno de los bailarines ícono del siglo XX, un artista que después de conquistar el olimpo de la danza en Europa de la mano del coreógrafo marsellés Maurice Béjart (1927-2007) en los ‘60 y ‘70, adquirió una popularidad definitiva con el estreno de Los unos y los otros, en 1982. La película de Claude Lelouche, en la que interpretaba a Boris Itovich (su apellido real), le puso música a su nombre: sería para siempre sinónimo del Bolero de Ravel. Tal fue el impacto y la huella que dejó este hombre con melena de león y torso desnudo, ser mitológico de brazos infinitos, que se convirtió en inspiración para más de una generación. Pero también –cuentan- Jorge era de pocas palabras y gran interioridad a la vez que un divo al que no le gustaba que lo llamaran genio y que se enojaba cuando lo contradecían.
Su compañera desde antes de nacer tuvo que aceptar a los cuatro años, cuando pisaban juntos un escenario de El Palomar, cuál era su lugar, que sus “dones” serían otros. La familia se había mudado con casa propia, siguiendo el plan peronista de poblar Ciudad Jardín. Todo era extremadamente modesto allí, nadie imaginaba un futuro con tapados de visón y vuelos internacionales en aquella época. Con suerte tenían qué comer. Ya había tomado unas primeras clases con Rina Valverde -querida maestra a quien recordaría siempre como su amiga- cuando a los ocho comenzó a viajar todos los días solo a capital -diez cuadras a pie hasta la estación para tomar el tren, y luego el subte- para asistir al Instituto Superior de Arte del Colón, donde se formó con Aida Mastrazzi y María Ruanova -con María Fux y Renate Schottelius se inició en la danza moderna-. Contaba Cipe Lincovsky que lo conoció de casualidad una noche, en la platea del teatro. Habían ido a ver a Julio Bocca. “Casi me siento arriba de ese señor”. Donn estaba en la fila 5, butaca 159; reconoció a la actriz y le dijo que alguna vez querría trabajar con ella. Anotó su teléfono detrás del cartón de la entrada. Juntos harían, al final de la ruta, Nijinsky clown de Dios.
Poco antes de que comenzara la pandemia, muy tímidamente, Héctor “Marciano” Rodríguez, hijo de Delia, abrió un centro cultural barrial en un primer piso de Palermo donde antes había un saloncito para fiestas infantiles. Lo llamó El Donn. Ahora que las restricciones prácticamente se levantaron por completo, piensa en ganar público y generar fondos para convertirlo en un museo dedicado a la vida y la obra de su tío. Paralelamente, aporta toda su investigación y testimonio a una coproducción con España para grabar un documental mientras coordina otros homenajes al bailarín durante todo este año: en noviembre se cumplirá el 30° aniversario de la muerte de Jorge, a causa del sida, en Laussane, Suiza. La gala anual Danzar por la Paz que dirige Leonardo Reale, por ejemplo, estará esta temporada dedicada a su figura.
Es en ese ámbito, entre tapas de revistas enmarcadas, fotografías y un televisor que reproduce en loop fragmentos de diferentes ballets, Delia conversa, se emociona, despacha anécdotas y exhibe orgullosa la producción de aforismos que le dedica a su hermano. Los primeros mil los reunió en un libro, pero ya lleva escritos diez veces más. Todos los días uno. Es su forma de hablarle. Por caso, el 423 dice: “Eres creador de la llave de oro que abre las puertas de todos los misterios, manantial de luz”.
-En el último tiempo se empezó a advertir una gran cantidad de material sobre Jorge Donn en todas las redes sociales. Cuando supe que estaba la familia detrás, sentí curiosidad: ¿por qué ahora si Jorge Donn murió hace 30 años?
Delia.- Y murió siendo argentino, eso es muy importante, él
nunca cambio su nacionalidad, lo cual tiene una relevancia absoluta para valorizar su figura.
Héctor.- Acá él se metía en emprendimientos propios y perdía plata. Quería actuar en su país, pero chocaba contra la burocracia y al principio hacía espectáculos de los que no se enteraba nadie, sin publicidad. Igualmente lo trajo también el Mozarteum y [la productora] Daefa, pero otras cosas las quería hacer él.
Delia.- Cuando Héctor me cuenta que iba a abrir un centro cultural, me pregunta: “¿qué te parece mamá si le pongo El Donn?” Y yo le digo: “con una sola “n”, que es el verdadero apellido”.
-Un “don” como aquello que uno recibe de manera divina.
Delia.- Don proviene de la familia de mamá, que vino de Ucrania con unas tías, y se lo cambiaron al llegar. Un día, en 1985, Jorge me dice: “Delia, ¿vos sabés cuál es nuestro apellido. Don, con tres letras: el padre, el hijo y el espíritu santo”. A mí me cambió la vida esa revelación.
-Desde que muere Jorge en 1992 hasta que en 2019 encienden esta suerte de usina de información en las redes, ¿qué pasaba con el recuerdo y su legado?
Héctor.- A partir de la muerte de Jorge se llamó a la Escuela de Danzas Jorge Donn, se declaró el Día del Bailarín, hubo un proyecto para una estatua que donó un escultor reconocido [Leo Vinci] a la ciudad, pero cuando advirtieron que en realidad era el molde para una escultura de bronce lo dieron de baja porque resultaba muy oneroso. Ahora en Palomar hay un pasaje con el nombre Jorge Donn, que Diego Valenzuela lo inauguró en 2021 y, salvando la grieta, también en Tres de Febrero, hay un proyecto para nombrarlo ciudadano ilustre de la provincia de Buenos Aires.
Delia.- En la ciudad fue declarado ciudadano ilustre, como excepción, post mortem. Otro hecho histórico: bailó el Bolero en el Monumento a la Bandera de Rosario, el mismo año que murió. ¿Y la tapa de LA NACION de 1982? Había dado una función gratuita en el Ópera y la foto muestra la calle colmada de personas. Es el triunfo del profeta en su tierra [se refiere a una memorable edición de los Conciertos del Mediodía del Mozarteum, cuando Jorge Donn con Marcia Haydée y el Ballet del Siglo XX de Béjart actuaban en la avenida Corrientes; tal era la cantidad de fans, avivada por el reciente estreno de la película, que se cortó el tránsito y bajaron las rejas del teatro para contener a la gente].
-Entonces no me van a contar qué pasaba en la familia todos estos años antes…
Héctor.- El tema familiar tiene que ver conmigo: la primera vez que subí a un escenario fue en el Lola Membrives para ayudar en una producción a Jorge con Facundo Cabral. “Yo quiero estar acá: arriba, abajo o al costado del escenario”, me dije. Cuando hizo Nijinsky, clown de Dios también fui asistente de escena, ya estudiaba teatro. Después me metí en una productora, hice televisión, pero nunca quise decir que era el sobrino de Jorge Donn, porque veía que ella era la ‘hermana de’ y yo no quería eso. Sin embargo, siempre sentí un gran agradecimiento; crecí con una figura tan importante como referencia: Jorge era una estrella mundial y yo sabía de dónde venía. Más de grande, cuando me di cuenta de que cuando hacía un comentario sobre él la gente de treinta o cuarenta años no lo conocía, cambié de idea.
-Dejaste de lado tu ego.
Héctor.- Claro. Ahora tengo un proyecto de película, porque la historia de Jorge me parece muy valiosa para los jóvenes como modelo. Viene de una familia humilde de Palomar, a los 8 años se tomaba el tren para venir a estudiar al Colón solo. Mi abuela era directora de escuela, lo más alto que podía llegar una mujer en ese momento; mi abuelo comerciante, y sin embargo vivían en la miseria. Al hermano mayor lo crio otra familia, el segundo se crio en la calle y cuando mis abuelos se separaron los mellizos tenían 15 años y se fueron a vivir con su mamá a una pensión del microcentro. Son una película realmente. Después, a los 16 años, Jorge se va a Europa nada más que con el pasaje.
Delia.- Hace 60 años tomar una decisión así, una criatura, sin un peso… es la historia de un héroe. Jorge llega a Bélgica sin contrato y al año ya sale en la primera página de Paris Match. Es encomiable lo que hizo.
-¿Cuán pobre era el hogar donde vivieron de chicos?
Delia.- Más que modesto, más que pobre. Difícil de concebir. La labor de mamá era ir a jugar con sus amigas a las cartas: falleció a los 97 y hasta los 90 jugaba. Yo le decía a una prima: no quiero ese destino para mí. Jorge tuvo sus mecenas, la familia de una amiga mía le pagó el viaje para que se fuera y le dio unos pesos. ¿Sabés que hizo? Fue y se compró una valija enorme, al cuete porque no tenía nada más que un par de mudas y los cigarrillos que le daban sus compañeros. Decían: “esta ropa es de verano, esta es de invierno…” y yo pensaba: “¿cómo? ¿distinta ropa para distintas estaciones?” Viajó con una compañera y cuando se enteraron en barco de que eran bailarines los pasaron a primera y los trataron como a dioses.
-Hay varios videos inolvidables de sus apariciones en televisión: con el Polaco Goyeneche en el programa de Mareco, A solas con Hugo Guerrero Marthineitz y está ese en el que Donn habla de un cortometraje que hizo con Homero Cárpena cuando era un nene y les dio de comer. Ahí también dice que a los cuatro años bailaba en su casa y su madre sí le prestaba atención.
Delia.- A los dos años y medio nos mandó a estudiar baile a los dos, pero era tan bueno que yo realmente me sentía mal porque todas las miradas eran para él.
-¿Hasta cuándo te sentiste así?
Delia.- Siempre.
-Eran mellizos, ¿no se parecían?
Delia.- No, yo soy extroversión pura y él, introversión. Físicamente tampoco, él era un Adonis. Hasta una princesa se enamoró de él. El tiempo que estuve junto a él y Maurice, mucho o poco (porque a veces no se puede medir en cantidades sino en intensidades) lo revalorizo como mis maestros. ¡Todo lo que me han dado las veces que han venido aquí y las veces que he ido allá!
-¿Y vos a qué te dedicaste?
Delia.- Tuve tres maridos y quedé viuda tres veces. Nadie quiere venir ahora, me tienen miedo [risas]. Antes de fallecer mi tercer marido me enseñó computación y me dediqué mucho a estudiar, hice la mitad de la carrera de Derecho libre. Soy una discípula del universo. Busco las verdades de todos los espacios y tiempos que existen, existieron y existirán. Por eso mucha gente me dice que soy sabia. Me inspira Jorge y hace años que todos los días a la mañana escribo un aforismo para él. Mi vida es felicidad absoluta. Me siento muy valorada en Facebook.
-A los 16 años eran muy cercanos. ¿qué te decía de lo que le estaba pasando cuando toma esa primera clase de Béjart, que estaba de visita con el Ballet del Siglo XX, y luego decide irse?
Delia.-Quedó fascinado. El que conocía a Maurice lo odiaba o lo amaba profundamente, daba para los dos polos. Una figura que era un dios, una mirada irreproducible, no parecía un ser terrenal. Estaba impresionado con él, pero también con el tipo de danza que acá no se comprendía en ese momento.
-¿Y la historia de amor entre ellos era transparente o de la más estricta intimidad?
Delia.-Íntima. Nosotros vivimos seis meses con él en Bruselas y nunca… Mamá fue y vino, habrá hecho 12 o 14 viajes. Él venía con mucha frecuencia.
Héctor.- Yo traté de hablar con él sobre el tema de la homosexualidad. Jorge de chico me decía “no seas maricón” si estaba mañoso con algo. Tenía una actitud de hombría, no era amanerado. Nunca hubo una manifestación pública. Jorge no era de todos modos muy afectuoso. Te demostraba el cariño de otra manera.
-¿Qué creen que habría pasado si no se hubiera filmado Los unos y los otros, el salto que lo llevó del reconocimiento como un gran bailarín a la popularidad? Apenas unos años antes, por ejemplo, cuando vino a hacer Leda y el Cisne con Plisetskaya, acá todos iban al Luna Park a ver a Maya no a él.
Delia.- Quiero hacer una salvedad cuando decís “un gran bailarín”. Si a mí me preguntan quién ha sido mejor Nureyev o Bocca, yo digo: Julio Bocca es un eximio bailarín, pero Donn ha sido un gran artista, eso lo diferencia de todos los demás. No gustó que en determinado momento él dijera: “nosotros no somos atletas”. Béjart consideró que estaba entre los mejores cinco bailarines del mundo.
-Los tres estarían en esa lista, seguramente...
Héctor.- Estaba al mismo nivel, pero era distinto. Incluso en la película, ese papel era para Nureyev.
-Otro punto en común es que los dos murieron de Sida [Nureyev un año más tarde].
Delia.- Una médium me dijo que se contagió de Nureyev.
Héctor.- Es incomprobable que hayan tenido una relación. Bailaron juntos, por ejemplo, en Canto del compañero errante, y me han dicho que los vieron en Polonia y también en una gala en Nueva York. Jorge decía que Nureyev era insoportable y probablemente sucediera lo mismo a la inversa. Eran divos. Lo mismo pasaba con Maya [Plisetskaya], se amaban, pero también está esa anécdota en el Luna Park cuando vino diciendo: “esta estúpida me dio un zapatillazo”.
Delia.- Repetía la frase mientras sostenía unos hielos en la frente.
-Cuando Donn se entera de que está enfermo, ¿se los cuenta?
Héctor.- No lo cuenta. Aldo [el hermano mayor] estuvo más cercano en el último tiempo, pero nosotros no lo sabíamos. En 1992 él baila acá, en Rosario, hace la Danza del fueye con Raúl Garello, va a España con Bolero. Y sigue bailando hasta dos meses antes de morir, por eso también uno no tenía una referencia clara de la enfermedad.
-Ustedes que conocieron al hombre real, ¿es más grande el mito?
Delia.- Jorge fue un ser muy bondadoso, pero no transmitía. Todos los extremos son malos. Tan interior era que me compraba un tapado de visón pero no me decía te quiero. La forma de manifestar su cariño era dándote cosas. Maurice no, tenía otro tipo de personalidad.
Héctor.- Era una estrella. No lo podías contradecir demasiado. Cuando vi lo de Garello y le dije que no me había gustado le cayó muy mal. Cómo tío mi relación fue esporádica. Esos seis meses que compartimos en Europa, cuando yo tenía 11 o 12 años, veíamos televisión juntos, me acuerdo que le gustaban Los Muppets. Pero había cariño, por eso de más grande me llevaba a trabajar con él. Tengo una carta que me hizo llegar para un cumpleaños, con un dinero, y me ponía: “Para que te compres milanesas”, era una manera de decirme que sabía lo que me gustaba.
-¿Fue malinterpretado por su forma de ser?
Delia.- Por su manera franca. No era político en ningún concepto. Él decía lo que sentía. Repetía cosas de mi madre.
-¿El juego también?
Delia.- Sí. Contale...
Héctor.- Estoy investigando la época en la que llegó a Bélgica, con 16 años. Jugaba a las cartas por dinero y era fue una forma para mantenerse al principio. Ubiquémonos que era la época del Mayo Francés, una juventud que quería cambiar el mundo, vivía muy bohemiamente; va a una pensión donde vivían varios bailarines, un italiano que le daba de comer (“el chico” le decía), hasta que le hicieron un contrato que no era el de una estrella todavía. Jorge decía: “no todos los ballets pueden ser una Consagración de la primavera, hay ballets que se hacen para que los bailarines puedan comer”. Y lo sostenía cuando él era una estrella.
-Cómo se enteran de su muerte?
Delia.- Me avisan por teléfono. Estaba la televisión prendida y mientras me lo decían estaban pasando el flash con la noticia.
Héctor.- Jorge era tremendamente fuerte, por eso pudo bailar hasta el final. Murió escuchando tango.
A Jorge Donn de Jorge Luis Borges
A María Kodama le gusta mucho el ballet. Cuando era chica estudiaba danzas, hasta le decían que tenía condiciones. “A partir de este relato, íbamos bastante con Borges a ver ballet -recuerda ahora, en diálogo con LA NACION-. Jorge Donn era una maravilla y yo se le contaba a Borges, que estaba fascinado porque decía que el ballet era un poco como la poesía: hacer de la nada una armonía; él con su cabeza y con la pluma, y Jorge Donn con su forma de sentir y con el movimiento del cuerpo”.
En una pared del Centro Cultural El Donn se reproduce el poema “A Jorge Donn de Jorge Luis Borges”. Cuando Kodama lo escucha, confirma: “son palabras de Borges”.
“Según la fe cristiana, el hombre puede lograr la salvación por medio de la ética.
Swedenborg enseñó que la salvación también debe ser intelectual.
William Blake que también debe ser estética.
Sin duda, los caminos son múltiples.
El de la estética me parece innegable.
Un hombre que baila, un hombre que escande un hexámetro,
un hombre que traza una forma o que ordena un acorde,
está salvándose y está salvando a todos los otros”.
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